Oficialmente el reconocimiento ha sido otorgado porque mantienen invariable un encaste singular asociado a valores como la bravura, la emoción y la belleza del toro de lidia, sin cuya integridad carece de sentido la Tauromaquia. Esto último lo añado por mi cuenta desde el convencimiento de que las razones de esta medalla son muchas más.
Como es lógico, a Miura no le faltan detractores ni quienes opinan que se han desviado del rumbo del que procede el encaste. Sin embargo, aceptando que la evolución de las especies es algo inevitable, en la actualidad no existe otra morfología que se mantenga idéntica a como era siglos atrás. Los cuadros, láminas y grabados nos permiten ratificarlo de manera arqueológica, por encima de lo que puedan contar las opiniones pusilánimes.
La variedad de capas, las encornaduras abiertas, sus estilizadas siluetas, las alturas de agujas y esos perfiles degollados logran que las estampas de Miura resulten inconfundibles. Tanto antes como ahora.
Y lo mismo sucede con el comportamiento de estos toros, que toleran muy pocos márgenes de error. Tras décadas yendo a los toros, se comprueba que Miura forma una parte vital de la capsula del tiempo taurina en el plano ganadero. Con muy poca compañía a sus costados. Tan poca que apenas soy capaz de vislumbrar algunos honrosos nombres que ni siquiera me atrevo a escribirlos para no zaherir. De donde se deriva Zahariche.
Triunfalismo es a triunfo lo que socialismo es a social, es decir un cuento con pinta de chufla, y donde estamos actualmente a causa de ello es el principio del fin, ya que nos han implantado a base de lavativas cerebrales que cada corrida ha de ser triunfal. Por el bien de la Tauromaquia nos dicen, nada más y nada menos.
Como si lo normal no fuera que una tarde de toros pueda ser interesantísima pese a que no se pidan siquiera las orejas. Y para ello basta con que el ganado se presente en la arena con exigencia y que requiera del mejor oficio de quienes se ponen delante, para solventar dificultades y peligro, lo cual provoca una emoción que es indispensable y de la que adolecen la inmensa mayoría de los festejos.
Miura es un gran ejemplo sobre esa capacidad para causar el interés y provocar la emoción, paladeándose el riesgo y el miedo durante toda la lidia, para otorgar la gloria a aquel que tras superar todo aquello consigue crear arte en cualquiera de los tres tercios, porque con Miura nunca sabe uno por dónde saltará la liebre.
Mi deseo es que en una plaza de toros nunca suceda un percance, y que ni tan siquiera haya un rasguño, pero siempre debería estar presente la sensación de que el cualquier momento un torero puede sobrevenir la tragedia. Como algo imprescindible, porque un toro ha de causar miedo -como mínimo respeto- en vez de suscitar la compasión al mostrarse como un pobrecito animal al que están haciendo pupa.
No falta quien asimila Miura con muerte, lo cual es un disparate intolerable, pero sí es verdad que hablar de la muerte es hablar de la verdad más cierta de la vida, por lo que no resulta exagerado afirmar que Miura es una preciosa verdad dentro del mentiroso mundo de los toros.
Desde que esta ganadería legendaria celebró su 175 aniversario, llevo grabado ese hierro sobre mi piel, lo cual me da fuerza afrontar la vida como uno más de la camada.
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