Somos millones de españoles –por no decir todos- que jugamos cada año a la lotería y, con mayor énfasis ahora en estas fiestas navideñas. No tengo los datos exactos, ni falta que me hacen, pero son cientos de miles, millones de décimos los que jugamos entre todos y, lo más triste de la cuestión –o quizás sea esperanzador- es la ilusión de que nos toque. Y lo digo con pesar porque, todos, si les preguntásemos uno por uno, todos dirían que quieren que les toque pero, la realidad es muy distinta a lo que todo el mundo sueña.
Puesto que de lotería hablamos, recuerdo con cariño cuando mi señor padre, todos los años, el veintidós de diciembre, mientras comíamos y hablábamos sobre dónde y en qué lugar habían caído los tres premios grandes del sorteo, él siempre me decía lo mismo: “A mí sí que me ha tocado, os lo aseguro” Y tenía razones fundamentadas para exponer su opinión puesto que, además de todo, lo decía feliz y dichoso. Su afirmación no era otra que, como no había comprado décimo alguno, es por ello que siempre le sonreía la suerte. Era, como se presupone, un hombre sabio. Es más, si hubiera hecho la cuenta de todos los años que vivió y lo que ahorró al no comprar la lotería, seguramente estaríamos hablando de muchos miles de euros.
Nosotros, el resto de los mortales, el día del sorteo nos pasamos la mañana con la consabida zozobra para ver si nuestro décimo ha sido premiado. Naranjas de la China, diría el otro al terminar el sorteo. O sea que, salvo unos pocos afortunados, el resto de millones de personas que hemos comparado la lotería nos hemos quedado compuestos y sin novia. Y es lógico porque, somos muchos millones de seres humanos que hemos hecho semejante “inversión” para que, al final, tres premios son los que se reparten para que, un puñadito de españoles sean felices; digamos que, con dicho juego hay muy pocas posibilidades de éxito pero, puede más nuestra ilusión que la dramática realidad que sustenta dicho juego.
Y aquí entra en liza el mundo de los toros que, como dije, es exactamente igual de dramático que el sorteo al que nos referimos. Cientos de chavales esparcidos por toda España compran los “números” para tratar de ser los afortunados en el mundo del toro y, solo unos pocos, un puñado muy reducido llega a la cumbre. Luego, como en la lotería, para otro grupito les queda la “pedrea”, digamos que son los que recogen las migajas de lo que no quieren los grandes, esa media docena de afortunados que han tenido el privilegio de llegar a figuras del toreo. Y muy poco más.
Claro que, la diferencia entre la lotería y el toreo es que, los que jugamos al azar, por Navidad, invertimos la “tremenda” cifra de veinte euros mientras esperamos la suerte. Como decía, para que la desdicha sea mayor, en el toreo la inversión a la espera de la suerte es tremenda. Hay que invertir muchos miles de euros para que un chico pueda llegar a tomar la alternativa que, para mal de todos, no garantiza tampoco nada. Como se comprueba, el drama está servido. Pese a todo, esa legión de chavales heroicos que son capaces de soportar cualquier tipo de adversidad por lograr su sueño, para todos ellos mi más tremenda admiración. Y no digo nada de los inversores que, lógicamente, invierten su dinero con la ilusión de recuperarlo. Al final, pasa el tiempo, nadie recupera nada y, desesperados, cientos de chicos no saben qué hacer con sus vidas. Como se comprueba, los toros y la lotería son un juego de azar, siendo así, me quedo con la lotería porque es más barato, no arruina a nadie y si no nos toca, seguimos abogando por la salud y todos contentos.
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