Y soñé que sobrevolaba mi terraza y dejaba caer un papel enrollado al tiempo que me guiñaba un ojo y desaparecía entre los edificios de la ciudad. Recogí el rollo, quité el lazo que lo sujetaba y lo extendí para comprobar que se trataba de un cartel taurino que anunciaba un mano a mano entre Enrique Ponce y José Tomás con toros de Victoriano del Río en Barcelona. Comprobé la fecha: 24 de septiembre de 2023. ¡Menudo regalo para la tauromaquia y para Cataluña!
Soñé que Ponce volvía a vestirse de luces de forma esporádica y comedida para despedirse de los ruedos como no había hecho cuando de súbito decidió marcharse en junio de 2021, y que la cita en la Ciudad Condal era el colofón a su temporada y a su carrera. Soñé que José Tomás dejaba a un lado sus peculiares exigencias cada vez que se pretende contratarle y que había aceptado el reto de hacer el paseíllo junto al valenciano después de tantos años de trabas y negativas.
Soñé que la familia Balañá, propietaria de la plaza Monumental, había sido valiente y que accedió a abrir su inmueble después de sopesar que el impacto económico, turístico y social en la ciudad sería tan importante que ningún político osaría a intentar perjudicar sus otros negocios familiares en teatros y cines en señal de venganza.
Soñé que los tendidos se quedaban pequeños ante tanta demanda de entradas y que Barcelona se convertía en el centro taurómaco mundial. Soñé que se reconocía la historia taurina de la capital catalana que, además de El Torín, tuvo tres plazas que llegaron a funcionar al unísono provocando que durante décadas fuese la ciudad en la que más toros se daban.
Soñé que derechas e izquierdas, constitucionalistas e independentistas sucumbían a la fuerza del toreo y firmaban la paz, dando libertad a sus representantes para acudir al coso si así lo deseaban. Soñé que bares, restaurantes y hoteles se preparaban para la avalancha que se les venía encima. Soñé que Olot, Tarragona, Figueras, Gerona, San Feliú de Gixols, Vic y Lloret de Mar planeaban volver a organizar festejos. Soñé que, al otro lado del Atlántico, Méjico Distrito Federal, Bogotá, Caracas y Quito seguían la misma estela.
Soñé que la corrida había sido un éxito y que Enrique Ponce y José Tomás salieron a hombros tras una tarde emocionante y apoteósica que pasaría a los anales de la historia de la tauromaquia y que acababa provocando la planificación de una temporada taurina catalana para el año siguiente.
Tan real fue el sueño que cuando desperté creí que todo había sucedido de verdad. Y, sólo cuando me percaté de que en realidad nada había ocurrido, recordé a Calderón de la Barca y su célebre frase “…los sueños, sueños son”. Sin embargo, nada impide que los toros puedan volver a Cataluña y que pueda cumplirse parte de un sueño tan bonito. Habrá que pedírselo a los Reyes Magos, porque Papá Noel ya está por la labor, que yo lo vi.
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