"...Es otra de las constantes del toreo y su ya muy larga historia. No son pocos los toreros que, una vez retirados, han escuchado esa llamada del ruedo, de la gloria o del mismo toro, pidiéndoles que vuelvan a torear, que su carrera no ha terminado, que tienen cosas todavía por decir y por hacer..."
Y volver, volver
Paco Delgado
AvanceTaurino/25 Dcbre. 2022
Y muchos son, en efecto, los que hacen caso de esa voz interior que, insistente y obsesiva, no les deja dormir ni pensar en otra cosa. Y deciden volver a ceñirse el chispeante.
El último que ha dicho sí a esa especie de martilleo constante es El Cid. Un diestro de larga ejecutoria que casi con 20 años se vistió de luces por primera vez a final de la campaña de 1993, en la plaza sevillana de Guillena, y cuyo debut con picadores se remonta al ya lejano 6 de febrero de 1994, en un festejo celebrado en su pueblo, Salteras, en el que compartió cartel con su hermano Pedro, apodado El Paye, y El Umbreteño, con quienes lidió reses de Antonio Muñoz y de los que nuestro hombre paseó tres orejas y un rabo que le permitieron salir a hombros.
Pese a sus éxitos y buenas maneras la alternativa no llegó hasta más de un lustro después, el 23 de abril del 2000, en la Monumental de Las Ventas, actuando como padrino el matador David Luguillano y de testigo Finito de Córdoba.
Durante los siguientes casi 20 años fue escribiendo un historial en el que, por momentos, estuvo muy arriba, siendo considerado por muchos como uno de los grandes “toreros de Madrid” del siglo XX y poseedor de una zurda sólo al alcance de los privilegiados.
Al acabar el ejercicio de 2018 anunció que su etapa en los ruedos había llegado a su final y que tras una temporada de despedida en sus más queridas y significativas plazas diría adiós, lo que cumple el día 12 de octubre de 2019 en Zaragoza. Atrás dejaba cuatro salidas por la Puerta del Príncipe de la Maestranza, dos en Las Ventas y abrir la de Puerta Grande de Bilbao 6 años después de que eso sucediese por última vez. Una ejecutoria tan impecable como brillante a la que, parece, le falta algún capítulo.
Y en ello está, haciendo preparativos para volver a torear en ferias -no había dejado hasta ahora de tomar parte en cuantos festivales le propusieron- y al circuito.
¿Pero por qué esa manía de seguir frente a los pitones cuando ya se tiene todo hecho? Antonio Lorca contaba en El País que Litri hijo le confesó en cierta ocasión que nadie vuelve por ilusión y sí, fundamentalmente, por dinero. Buena explicación.
La lista de los que cedieron a ese impulso es, efectivamente, larga y densa, y en ella aparecen nombres tan ilustres como los de el propio Litri padre, que en una carrera de casi 30 años sus idas y venidas fueron numerosas. O hasta Manuel Benítez “El Cordobés”, el último diestro que de verdad ha mandado en el toreo, tras retirarse en 1972 volvió en 1979, para enlazar una serie de reapariciones más o menos esporádicas. Aquí no era la pasta lo que faltaba, sino el hambre de triunfo, la admiración de la gente, el sentir el aliento del toro mezclarse con su miedo.
De las muchas reapariciones habidas en los últimos tiempos pocas han llegado a fraguar en algo sólido ni han aportado nuevas glorias a quien ha dado ese paso. Sólo la de Antonio Chenel “Antoñete”, otro torero Guadiana, en 1981, tuvo un éxito rotundo y consistente y sirvió para que las nuevas generaciones de aficionados pudiesen disfrutar de la mejor versión de un matador tan irregular como especial.
Ahora vuelve El Cid. También Sebastián Castella retorna en 2023. Alguno más suena y otros, siguiendo esta estela, seguro que se apuntan ¿Y la de Ponce para cuándo? El de Chiva necesita un epílogo, y especial, a su carrera.
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