Ponce o la histórica responsabilidad del más grande
Madrid. Plaza de Las Ventas. Jueves 19 de mayo de 2016. Decimocuarta de feria. Tarde soleada con muchísimo viento que se calmó algo durante la lidia de los dos últimos toros y casi lleno.
Cinco toros de Puerto de San Lorenzo, en su mayoría de imponente trapío, sobrada romana y abundante cornamenta. Salvo el noble primero y el sexto que fue el mejor por más encastado además de noble, de los restantes solamente se salvó el informal quinto que tuvo momentos de nobleza. Por sucesiva devolución del cuarto y del primer sobrero por inutilizados de sus manos, se corrió un horrible y gigantesco segundo sobrero con camargueña cornamenta de Valdefresno que resultó prácticamente imposible.
Enrique Ponce (amapola y oro): Pinchazo y casi entera trasera, aviso y grandísima ovación con saludos. Estocada tendida de la que el toro tardó en doblar, aviso y otra gran ovación con saludos.
Daniel Luque (verde botella y oro): Pinchazo y estocada, silencio. Pinchazo y estocada, aviso y silencio.
Confirmó su alternativa Román (grana y oro): Pinchazo, estocada trasera y descabello, silencio. Tres pinchazos, un cuarto hondo y estocada atravesada, aviso y ovación.
Destacó en la brega Mariano de la Viña. Y en palos, Jocho, El Algabeño, Raúl Caricó y Raúl Martí.
S.M.El Rey Emérito Don Juan Carlos volvió a Las Ventas como en las mejores tardes anteriores, ocupando su abono en sillón preferente encima de chiqueros. Los tres espadas le brindaron sus primeras faenas y el público le vitoreó y aplaudió con el cariño y el respeto de siempre.
Enrique Ponce volvió ayer a Las Ventas tras un año ausente. Este nuevo regreso a la primera plaza del mundo del gran maestro valenciano, supuso un gesto por sí mismo porque, a estas alturas de su larguísima carrera ininterrumpida y lograda permanentemente en la cumbre del toreo, Enrique ya está o, mejor dicho, debería estar por encima del bien y del mal. Pero su excepcional caso es que no deja de estarlo para bien y, por si faltaba algo, en continuo progreso artístico, pleno de facultades a sus 43 años de edad y tan ilusionando como lo estuvo desde que empezó a torear siendo muy niño.
Caso único en la historia del toreo, pues, porque con la única gran figura que se le puede comprar en duración es con el cordobés Lagartijo El Grande que permaneció en activo un año más que Ponce, 28 años consecutivos. El año que viene, todo hace pensar que Ponce le igualará y, a partir de ahí, comenzará a superarlo.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos figurones. Porque Lagartijo tomó la alternativa en 1865 con 19 años y su declive profesional empezó a padecerlo en 1880 cuando cumplía 25 años. Es decir, que el Rafael Molina permaneció 13 años en progresiva decadencia – se retiró en 1893 – mientras que Enrique Ponce permanece incólume sin que se atisbe cual será su techo artístico – en cuanto a técnica como en poderío fue y sigue siendo ejemplar y el mejor – ni sabe Dios cuando decidirá decir adiós definitivamente.
Figurón del toreo, además, en todo el mundo porque no hay plaza tanto de Francia como todas las de América – también en Portugal – en las que no haya triunfado abundantemente ni dejado de ser considerado y respetado como jamás lo fue toreo alguno durante tanto tiempo.
¿No es un milagro haber alcanzado tamaña proeza y lo que le queda por hacer? Lo es. Y lo seguirá siendo mientras él quiera. Pero este milagro es la más clara de las realidades. Gozamos de ellas y Dios quiera que sea por más tiempo y sin percances que siempre fueron y serán inevitables.
Enrique no es de los que más hayan sufrido muchas cornadas y percances. Pero algunas han sido muy graves, otras gravísimas, una de ellas cuasi mortal – la de León – y la última terrible que padeció en las Fallas de hace dos años. Solo un mes después, reapareció en la feria de Sevilla. Señores, mejor no continuar. Su palmarés detallado daría para varios tomos.
En cuanto a trofeos sumados y premios concedidos a pesar sus muchas malas etapas con la espada, la suma de todos es impresionante. De haber sido más regular en la suerte suprema, las cantidades serían astronómicas.
Algunos nos hablan también y mucho de gran Guerrita, el segundo Califa del Toreo. Veamos sus fechas; Debutó como novillero con 17 años. Había nacido en 1862. Tomó la alternativa con 25 abriles en 1887. Y se retiró prematuramente en 1889 a los 12 años de doctorarse.
Más recientemente y todavía en plenitud, tenemos a El Juli con cifras también muy altas aunque todavía lejos de las del valenciano. El Juli tuvo sus momentos más álgidos en su tempranísima etapa novilleril y en sus arrolladores cinco primeros años desde que tomó la alternativa. Luego de decidirse a cambiar de estilo en busca de ganar enteros de calidad con la muleta, pasó dos años sin lograrlo hasta conseguirlo totalmente con un estupendo toro de Victoriano del Río en la nueva plaza de Vistalegre en Madrid. Lo repitió poco tiempo después en Las Ventas con otro magnífico toro de la misma ganadería cicateramente premiada con una sola oreja aunque la faena fue claramente de dos. Pero nunca terminó en “entrar” en Madrid aunque sí en las demás plazas del mundo entero. Sin embargo, su tan costosamente adquirida mejora con la muleta fue decayendo, sobre todo a raíz de una gravísima cornada en Sevilla de hace tres temporadas. Desde entonces y aunque El Juli sigue siendo un gran maestro con un poderío indiscutible, jamás logró torear con fácil naturalidad y últimamente su toreo es cada vez menos estético y más forzado. Eso sin contar que lleva años matando solamente toros de las ganaderías más fáciles. Y eso es un serio baldón en su carrera.
He mencionado solamente a grandísimas figuras que nunca se retiraron durante su vida profesional. Porque las hubo que también lo fueron aunque con descansos e interrupciones. Tampoco quiero especular hasta donde habrían llegado los grandes si no hubieran caído víctimas de un toro en plena juventud o al principio de su madurez.
Por todo esto, los aficionados contemporáneos de Enrique Ponce, tanto los mayores como los más jóvenes, deberían sentirse orgullosísimos de ser testigos directos de la vida profesional de Enrique Ponce. Un grandioso torero inigualado e inigualable. Los que estuvieron y todavía están en contra de él, cada vez menos por cierto, son malísimos aficionados y quedaron o quedan en el mayor de los ridículos.
El primer milagro que consiguió ayer Enrique Ponce en Las Ventas fue reconvertirla en un escenario pacífico y respetuoso mientras duró la corrida. Los motivos de este cambio radical del ambiente fueron su presencia, la gran presentación del ganado y la soberana autoridad con la que actuó, tanto frente al mejor de su lote que fue el segundo de la tarde como al peor de todos que fue el sobrero de Valdefresno, corrido como segundo sobrero en cuarto lugar.
A la nobleza del segundo, un animal de gran presencia pero con el tipo ideal del encaste Atanasio, se opuso un endemoniado vendaval que no cesó mientras duró su lidia. No obstante, Ponce lo recibió por estupendas verónicas rematadas con preciosa media. Este animal resultó bravo y fuerte en el caballo, derribó con estrépito en el primer encuentro y costó bastante tiempo en sacarle de su pegada querencia al peto del equino. Bueno y breve fue el quite por verónicas de Daniel Luque en su turno. Pronto y bien banderilleado. Y noble en la muleta aunque con el grave inconveniente de lo muchísimo que molestó a Ponce el incesante vendaval apenas calmado en algunos momentos del trasteo muleteril. Debido a ello, Enrique planteó la faena justo debajo de los tendidos de sol, lugar donde supuestamente menos molestaría Eolo. Pero molestó y en algunos tramos de la faena tanto, que Ponce se vio obligado a esperar algunas veces para que su muleta dejara de ser agitada como la bandera española de la plaza en tardes de vendaval. Pese a la evidente molestia y a los terrenos donde aconteció, la faena fue una de las más hermosas, templadas y señeras que Ponce haya hecho en Madrid.
Los doblones iniciales rodilla en tierra, su toreo relajadísimo, lentísimo y elegantísimo sobre la mano derecha, los largos naturales, los remates de pecho, los cambios, las trincheras y los ayudados del final compusieron una obra de carácter sinfónico. Y si digo sinfónico es porque, pese a no tocar la banda de música, cada muletazo y fueron muchos fue acompañado por los oles de todos los espectadores al unísono. Fue una pena que Enrique pinchara, como otras veces, antes de agarrar la estocada y que tuviera que descabellar dos veces. Fue una lástima, sí. Pero en la arena de Las Ventas había quedado para el recuerdo la mejor faena de la feria hasta el momento por su contenido, por su estructura y por como la fue dosificando mediante esas pausas que en Ponce parecen pasos de gran bailarín del más clásico ballet. La puesta en escena de Ponce es única e inimitable además de bellísima hasta el punto de que, cuando está a su total placer torero, el toro parece desaparecer y solamente se le ve a él y a sus siempre naturalmente compuestas maneras. La plaza entera aclamó a este último emperador del toreo como no podía ser de otra manera y pienso que a pocos importó que no hubiera logrado cortar ninguna oreja. Con lo hecho y con lo visto tuvimos sobrada satisfacción, aunque no pocos imaginamos lo que este portento hubiera sido si no hubiera molestado el viento y Ponce hubiese podido lograrlo en los medios del ruedo. De seguro que habría vuelto locos a todos los espectadores. El toreo que tanto prodiga Enrique en estos dos últimos años, no tiene término de comparación posible. Como él mismo dice, se trata de soñarlo y de hacerlo realidad con un abandono tan fresco y tan antiguo a la vez que logra eternizarse. La sublimación del temple. Esa facilidad tan difícil es imposible de imitar.
La mala suerte no solo continuó con el viento cuando tuvo que enfrentarse con uno de los sobreros más agresivamente feos que hayamos visto en mucho tiempo, el de Valdefresno. Pero no con la espada porque a este animal lo mató al primer envite aunque dobló tras larga agonía. Con este marrajo, Ponce se la jugó de principio a fin hasta demostrar fehacientemente que de ninguna manera pasaba el burel a derechas ni a izquierdas. Pero se la jugó como él se la juega en estos mismos casos, sin alharacas, con absoluta tranquilidad y sin un solo gesto de contrariedad. Se la jugó elegantemente sin quejarse y sin darse importancia. La finalizó doblándose sobre las piernas en un macheteo a la antigua usanza. En su realidad más palpable fue una faena de las de finales del siglo XIX. La plaza volvió a ovacionarle con muy cariñosa y comprensiva unanimidad, como también al abandonar el escenario del ruedo venteño, ayer más rendido que nunca al valenciano que, en definitiva, se sentó en el trono de su imperio.
Del resto de la corrida que para nada resultó aburrida pese al mal juego de la mayor parte del envío salmantino, destaco el muy buen toreo a la verónica de Daniel Luque en sus intervenciones, tanto con sus dos toros, especialmente en el magnífico recibo por verónicas al quinto, como en los quites que llevó a cabo en sus turnos. También algunos pasajes con la muleta en su faena a este quinto – el tercero apenas ofreció opciones al lucimiento – que fue tan larga como desigual. Como el toro en su informal comportamiento. Fue un toro más de cercanías que de lejanías. Por eso esta faena de Luque resulto más limpia y uniforme al final que al principio, justo cuando el de Gerena descubrió lo que acabo de decir.
Respecto a Román en su confirmación de alternativa, casi nada podo hacer con el primer toro, evidentemente quebradizo de manos – después ocurrió lo mismo con los dos toros que fueron devueltos en el segundo turno de Ponce – y por tanto sin posible lucimiento del nuevo matador valenciano.
Pero con el sexto toro, el mejor del envío por su encastada franquía y durabilidad, sí pudimos verle en su total dimensión. Torero más de arrojo que de valor sereno. Torero al mismo borde de la cogida – se salvó varias veces de puro milagro – de esos que llegan tanto al público por lo asustados que le ven. Sus gaoneras son patibularias. Y sus muletazos, pura tralla. De haber matado pronto y bien a este último animal, habría cortado una oreja. Ya habrá ocasión más adelante, cuando volvamos a verlo por esas plazas de Dios, de juzgarle con más detenimiento.
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