Enrique Ponce brindó su grandiosa faena a todos los miembros de su magnífica cuadrilla. Detalle merecido que fue agradecido por el maestro con palabras tan justas como emocionantes.
Aunque sabes mejor que nadie quien eres, jamás abusaste de tu superioridad.
Pero, sea como fuere, también deberías saber que esa infinita manera de ser y de estar siempre igual, se debe a tu sin igual bondad como ser humano.
Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a decir ahora. Enrique, eres el mejor torero y la mejor persona que he conocido en mi vida…
Lo de Ponce ya es un eterno nunca acabar: ayer concretó el faenón más redondo de su fantástica temporada.
J.A. del Moral · 12/10/2016
Hacía dos años que Enrique Ponce no actuaba en la Feria de El Pilar. El año pasado no pudo venir por estar gravemente lesionado como consecuencia del inoportuno accidente que padeció en Nimes, la tarde en que dio la alternativa a Andrés Roca Rey. Padrino y ahijado salieron a hombros y Ponce por partida doble pese a los enormes dolores que le impedían hasta andar mientras duró la lidia de su segundo toro… Pese a ello, se llevó el gato a la talega.
En su penúltima tarde en Zaragoza (octubre del 2014) no tuvo suerte con su lote de Cuvillos. Ello no fue óbice para que nos mostrara su habitual magisterio.
Ayer fue su última corrida de la presente temporada. En su caso excepcional e histórico, ha sido la mejor campaña de su larguísima vida profesional por lo que respecta a la progresiva calidad de su toreo.
Todos los que hemos sido testigos de sus tardes más importantes sin distinción de la categoría de las plazas que fueron testigos de sus inmortales obras, hemos coincidido en afirmar que Enrique ha toreado mejor que nunca en la mayoría de sus actuaciones. Pero ¿cuántas veces llevamos diciendo lo mismo?
Bien podemos decir. Entonces, que lo de Ponce es un nunca acabar… Un continuo decíamos ayer glorioso… Una maravillosa historia interminable…
Tan interminable, que ayer se permitió el lujo de cuajar el faenón más redondo de cuantos lleva coleccionados este año. Reconozco que es aventurado decir esto porque han sido tantas las tardes de torera creatividad, tantas faenas para el recuerdo, que cuesta mucho elegir y dar en la diana. No fue precisamente casual el portento. Fue el compendio de todas las virtudes del gran maestro, plasmado en una lidia pluscuamperfecta de principio a fin salvo en la suerte suprema que ayer se le atascó a Enrique en tres pinchazos previos a una buena y definitiva estocada. No faltaron quienes lamentaron el fallo en la equivocada creencia que tamaña obra quedara sin premio para las estadísticas.
Seguramente que le habrían pedido y concedido el rabo del inmortalizado toro de Juan Pedro Domecq llamado “Fabricante”. Pero en este caso, como en tantos de Ponce, esta faena pasó de inmediato a la historia y seguro que será recordada como una de las obras más admirables de cuantas se han visto en la plaza de Zaragoza.
Desde los suaves lances a la verónica del recibo en los medios del ruedo, una vez fijada la inicial huida del burel en el lugar idóneo para conseguirlo, hasta el abaniqueo con el que dio fin al banquetazo muletero, todo lo que hizo Ponce fue poner en bellísima práctica la inverosímil combinación de su ciencia infusa con la matizada esencia de su concepto del toreo, unidas indivisiblemente para que los matices negativos del animal – casi nunca metió la cara humillado – quedaran ocultos para la mayoría de los que tuvieron la suerte de verla, tanto en la misma plaza como a través de la televisión.
Importante y trascendental circunstancia televisiva por la universalidad de la obra, ya que pudieron verla miles y miles de personas en todo el mundo. No creo que haya nadie que se atreva a negar la magnificencia de lo sucedido a los mismos pies de la Virgen del Pilar, patrona de España y de toda la Hispanidad en la víspera del día más grande de esta fiestas que cierran el gran calendario taurino de cada temporada.
No es cuestión de relatar pormenorizadamente de cuantos y variados pases compusieron esta obra coral del valenciano. Porque si fueron extraordinarios los redondos, aún más los naturales, los cambios de mano, los ayudados, los adornos con el tres e uno que fueron cuatro los de ayer y las poncinas que no fueron el remate de la faena, sino prólogo de un sabrosísimo final por ayudados semibajos, divinamente encadenados al paso del viaje del animal hacia las tablas.
Lo que hubiera sido poder pasear el anillo con el rabo del toro en sus manos, se tradujo en una vuelta al ruedo sencillamente apoteósica como si el despojo lo llevara sin llevarlo. Y la ovación final desde los medios, interminable. Más de la mitad del faenón fue visto con la mayor parte del público que llenó la plaza puestos en pie entre rugidos de emocionado entusiasmo y rendida admiración. Y es que todos sabíamos que cuando pasen los años, nadie se acordará de que Ponce no cortó ningún trofeo. Pero sí y por los siglos de los siglos de lo que hizo. Una faena para la historia. Una faena inmortal.
Tiempo habrá para entrar en todos los detalles y en esta ocasión la eterna posibilidad de volver a disfrutar del portento gracias a la tecnología contemporánea.
Esta preclara lección magistral del gran maestro de maestros estuvo envuelta por una primera mitad de la corrida en la que nada pudo hacer con el pronto parado primer toro que fue protestado con razones sobradas por su nula fuerza; por una jaleadísima actuación de Cayetano que anduvo tan entusiasta como fatalmente impreciso, destemplado y hasta desbordado en varios pasajes – el menor de los Rivera Ordóñez no debería aventurarse en plazas de primerísima categoría so pena de volver a sufrir algún grave percance – aunque ayer salvado no solo por la suerte de no haber sido alcanzado ni, gracias a Dios, herido, sino sobre todo porque antes de que el segundo toro saltara al ruedo, requirió hablar ante las cámaras de la televisión para denunciar con palabras tan duras como oportunas a los antitaurinos que pululan esta temporada por las redes sociales; y por la parte de López Simón con el tercer toro, una más de sus faenas en las que la quietud fue la nota más sobresaliente de lo que lizo hasta llegar a cortar la única oreja de la tarde.
Y después de lo de Ponce, ¿qué? Pues lo que siempre sucede cuando un gran torero cuaja una de esas obras inimitables, intratables y, desde luego, aplastantes. Que se hace presente el término de la comparación y surge la inevitable pregunta que se hacen los toreros que alternan después, mirándose asustadizos y preocupados uno al otro: ¿Y ahora qué hacemos…?
Se hundió pues la corrida sin nada digno de recordar.
Tras su penúltima tarde en Zaragoza de hace dos años, le dediqué una crónica a Enrique en la que, entre otras cosas, le dije lo siguiente y que no me importa repetir:
Mira, Enrique, ocurriera lo que ocurriese en este fin de tu temporada que esta vez no será en Jaén como acostumbrabas, cuando vuelvas al hotel y después de que reces como solamente rezas tu frente al abundantísimo altar de tus devociones, mírate a tus prodigiosas manos, siente el latido, siempre tranquilo y bondadoso de tu corazón, y piensa un momento en todo lo que llevas hecho en el toreo.
Más que nadie – y, muy especialmente, durante esa temporada que fue tan importante para ti y que empezó sufriendo una gravísima cogida en Fallas que pudo ser mortal; siguió increíble y admirablemente reapareciendo nada menos que en Sevilla y en Madrid, dando ejemplo a todos tus compañeros de lo que lleva consigo ser una gran figura; y continuó jalonando actuaciones magistrales…
Y todo esto es decir poco, tanto con los buenos toros a los que toreaste mejor que nunca, como a los malos que también tuviste que afrontar muchos. De todos sacaste inverisímil partido sin perder con ninguno la compostura, la naturalidad, la elegancia y esa inimitable facilidad de las que no puedes ni podrás prescindir jamás porque estos dones que Dios te ha regalado, los llevarás siempre contigo y, además, son intransferibles.
No digamos tus otros dones, los que adornan tu ser y tu estar como ser humano tan excepcional o incluso aún más preclaros que cuanto supone la enorme torería que posees elevada a la enésima potencia.
En ese momento tan íntimo de tus rezos no te debería importar que presumieras de todo ello aunque tengas que desprenderte de otra de las virtudes que también te adornan: la humildad. Esa humildad de los verdaderamente grandes porque nunca tienen necesidad de exteriorizarla y menos aún de venderla.
Aunque sabes mejor que nadie quien eres, jamás abusaste de tu superioridad.
Pero, sea como fuere, también deberías saber que esa infinita manera de ser y de estar siempre igual, se debe a tu sin igual bondad como ser humano.
Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a decir ahora. Enrique, eres el mejor torero y la mejor persona que he conocido en mi vida…
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