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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 2 de abril de 2018

Puigdemont y la farsa de Waterloo



El castigo a los sediciosos tampoco ha sido fruto de la acción del Gobierno. Si Puigdemont, Junqueras, Romeva y el resto de los fenómenos de feria están hoy a la sombra, se debe a la acción de Vox y de su equipo legal, los únicos políticos que se han movido para impedir la impunidad de estos sujetos. Ni el Gobierno, ni su oposición, ni nadie en el arco parlamentario ha levantado un dedo para ajustar cuentas con los traidores.

  • España se ha salvado pese a sus políticos, ansiosos siempre de pactar con el enemigo y de retornar a los dulces tiempos de la era Pujol.


La farsa de Waterloo 

Reconozco que la Unión "Europea" sirve para algo: ha logrado retirar de Eurabia un ersatz que circulaba por su territorio y que estaba pasado de fecha, mal etiquetado y repleto de aditivos tóxicos. Aunque originario de Gerona, el producto logró expandirse por los mercadillos de Europa con la negligencia, cuando no la activa complicidad, de las autoridades españolas, tan responsables como los adulteradores catalanes de la difusión de esta bazofia. Esperemos que la Comisión sancione a España y a Bélgica por haber permitido que semejante bodrio, infestado de ridiculitis, circule por Europa disfrutando de una engañosa promoción publicitaria.

Bromas aparte, pocos espectáculos producen tanta vergüenza ajena como ver al soi–disant Presidente de Cataluña de gira por Europa con el freak show de sus consejeros, los del gobierno en el exilio del palacete de Waterloo (por cierto: ¿quién ha pagado los alquileres, viajes y demás dispendios del prófugo? ¿Soraya Tours?). La secesión fallida de la Generalidad hoy mueve a risa, pero fue algo muy grave que, gracias a la cobardía y a la falta de dignidad de sus autores, se quedó en comedia bufa, en lío de comunidad de vecinos. Creo que en aquellos días nos equivocamos –afortunadamente– en una cuestión clave: pensábamos que el enemigo iba en serio y que se proclamaría una independencia a la antigua, rubricada con la sangre de los patriotas. Nada más lejos de la realidad, aquello se disolvió como un azucarillo tras dar el Estado una minúscula y remolona muestra de autoridad, forzado por un pueblo que salió a las calles para defender lo que sus gobernantes malbarataban.

El castigo a los sediciosos tampoco ha sido fruto de la acción del Gobierno. Si Puigdemont, Junqueras, Romeva y el resto de los fenómenos de feria están hoy a la sombra, se debe a la acción de Vox y de su equipo legal, los únicos políticos que se han movido para impedir la impunidad de estos sujetos. Ni el Gobierno, ni su oposición, ni nadie en el arco parlamentario ha levantado un dedo para ajustar cuentas con los traidores. Es decir, un partido extraparlamentario ha obligado al Estado a que cumpla con su propia legalidad. De no ser por los abogados Ortega Smith y Pedro Fernández, los lloricas del prusés andarían por las Ramblas traidores, inconfesos y nada mártires. España se ha salvado pese a sus políticos, ansiosos siempre de pactar con el enemigo y de retornar a los dulces tiempos de la era Pujol. Esta es la casta que nos domina, la que no ha intervenido ni la educación ni el orden público ni los medios de comunicación de los separatistas. Esta es la oligarquía cómplice que les ha regalado a los enemigos de la patria un triunfo electoral que no han sabido aprovechar. Madrid arde en deseos de entregarlo todo al primer nacionalista no imputado que recoja ese poder que le quema en las manos a los leguleyos de Moncloa. ¿Quién dijo decisión, responsabilidad, patriotismo?

Tanto el Molt Honorable como su tropilla de ministritos han demostrado una falta de dignidad y una cobardía que sólo puede inspirarnos desprecio. Han tratado de esquivar sus responsabilidades con todo tipo de embrollos jurídicos. Al ver que las triquiñuelas de picapleitos no funcionaban, se han echado a llorar como nenazas y pronto empezarán a echarse la culpa unos a otros. 

Las fugas son un claro síntoma de ese ¡Maricón el último! Ya, durante los meses de septiembre y octubre, varios nacionalistas optaron por abandonar el Titanic independentista cuando apreciaron debidamente el tamaño y peso del iceberg contra el que embestían. Ahora, por lo que vamos sabiendo del proceso por "rebelión" que se está sustanciando contra ellos (¿por qué no llamarlo por su nombre: alta traición?), nos enteramos de que nadie era independentista, de que nadie quería saltarse las leyes, de que todo fue un lamentable malentendido. Ni uno sólo de los procesados ha tenido la gallardía de asumir sus responsabilidades y decir: "Sí, he sido yo. Y bien orgulloso que estoy de ello". Esta es la gente que ha tenido a España de rodillas durante cuarenta años.

La farsa todavía no ha acabado. Y no por la fortaleza del enemigo, sino por las ansias de nuestros oligarcas de acomodar a los nacionalistas en España, lo cual constituye una cuadratura del círculo a la que sería saludable renunciar. Nos espera un horizonte de capitulaciones en los años venideros de la mano de quienes deberían defender la unidad de la patria que dicen representar. Todo por no aprender una lección esencial de política: a los enemigos se les derrota y se les somete. Comprarlos, a la larga, es muy contraproducente. Pero para derrotarlos y someterlos es necesario tener voluntad, amor a la patria y redaños... ¡Aviados estamos!

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