Una vara que ha servido, y también eso es de agradecer, para reavivar el cotarro y mover un poco el ambiente taurino en las tan de moda redes sociales, desde las que se ha comentado con división de opiniones ese lance y se reivindica como primordial el primer tercio de la lidia, fundamental en la corrida y que de un tiempo a esta parte se ha visto bastante devaluado en perjuicio de la integridad del toro, al que la pelea en el peto puede consumir su entereza y energía en detrimento de la faena de muleta, actual base del espectáculo
Una vara en lo alto
La corrida del pasado día 1 de abril en Sevilla, el tradicional festejo del Domingo de Resurrección que tanta expectación había levantado (y que logró que se acabase el papel con alguna antelación), no defraudó. Y no sólo por la triunfal actuación de Roca Rey o por la meritoria faena de Antonio Ferrera a su segundo, premiada con una vuelta al ruedo. También hubo una fuerte ovación para uno de los picadores de José María Manzanares, Paco María, que agarró un buen puyazo, a decir de los expertos presentes, al picar al segundo de la tarde.
Una vara que ha servido, y también eso es de agradecer, para reavivar el cotarro y mover un poco el ambiente taurino en las tan de moda redes sociales, desde las que se ha comentado con división de opiniones ese lance y se reivindica como primordial el primer tercio de la lidia, fundamental en la corrida y que de un tiempo a esta parte se ha visto bastante devaluado en perjuicio de la integridad del toro, al que la pelea en el peto puede consumir su entereza y energía en detrimento de la faena de muleta, actual base del espectáculo (no en vano muchos son los ganaderos que no tienen como principal requisito en sus labores de selección esta prueba, buscando una mayor duración del animal en el último tercio). Algo que tampoco parece preocupar en exceso al común de los espectadores, que ni siquiera repararon en su día en la rebaja reglamentaria de tres a dos puyazos como mínimo en plazas de primera. No así a los aficionados, sobre todo, los más exigentes, que siguen pidiendo un toro que no se limite sólo a cumplir en la muleta.
Siempre se ha dicho y tenido como cierto que es en el caballo donde se aprecia y valora y la bravura, algo que ahora apenas puede comprobarse merced a los muchos cuidados que se prodigan para no menguar en exceso al toro de cara al resto de su lidia.
Pero también hay que tener en cuenta en este aspecto la labor de los picadores, cuya destreza y eficacia deben ser clave para el posterior desarrollo de la faena. No son pocos los que castigan en exceso en un solo puyazo, sin mirar donde cae la puya y haciendo sólo carne en no pocas ocasiones, ocasionando en el toro lesiones que son determinantes para su comportamiento. Y es en este punto donde los aficionados más han incidido en sus comentarios, no siendo pocos los que han opinado de manera desfavorable al profesional que picó al segundo toro de aquella función, dejando ver su malestar porque se admitan puyazos traseros o choques violentos contra el peto, lo que disminuye sensiblemente las capacidades físicas (y psíquicas, puesto que el animal se desmoraliza, si así se puede decir, al comprobar que no puede con su adversario) del toro.
Desde uno de los chats más activos (e informado, y preparado, y muy estimable), el del Club Cocherito de Bilbao, recomendaban la lectura del libro que sobre el particular escribió José María Moreno Bermejo, La verdad sobre la suerte de varas, y en el que se puede leer que “La suerte de varas es tan necesaria en la lidia como precisa el pintor combinar los colores para obtener el efecto plástico; así como éste tiene que rebajar ciertos colores,al toro hay que quitarle brío, a fin de que aminore la gallardía que muestra al salir del chiquero”. En el mismo se describe cómo debe ejecutarse la suerte para cumplir su objetivo y no lastimar ni dañar al toro, evitando puyazos traseros, caídos etcétera.
No conviene olvidar que la la misión del picador es descubrir las condiciones de bravura, temperamento y comportamiento del toro así como ahormarle para su lidia, mediante puyazos breves, bien colocados y dosificados, restándole poder y corrigiendo defectos de su embestida.
Sólo, como bien explica Fernando Marcet, cuando las condiciones son las propicias, “se crea belleza con el espectáculo incomparable del toro bravo en acción: cuando se arranca con alegría al caballo y recarga, retorciendo la cola -indicador inconfundible de genio y bravura- y puesto nuevamente en suerte, repita una, dos, tres y más veces, sin acobardarse”.
Si se acaba con él en ese primer tercio, se acaba ahí la función.
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