Acabando el año se recuerdan las imágenes de la barbarie, de la corrupción y la destrucción de la Barcelona de 2019.
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Porque no otra cosa es el nacionalismo en nuestro país (y en cualquier otro): corrupción de los vínculos que nos unen, esos que conforman una comunidad, una nación; y destrucción de lo positivo que hasta hoy todos juntos hemos logrado.
Estos críos creen que están librando una guerra. Y creen que están haciendo el bien. Creen que son los buenos. Y que un día serán reconocidos como los héroes de nuestro tiempo.
Lo creen porque tienen la cabeza muy poco amueblada. Pertenecen a la generación de españoles con más datos de la Historia, con más titulares, que no con más información. Y a la peor formada.
Lo creen porque han sido condicionados para creerlo.
Pero acercando la fotografía se descubres que están jugando. Juegan con fuego. Juegan a que están en una guerra haciendo el bien porque son los buenos y serán reconocidos como héroes en su red social.
“Los catalanes quieren…”, dicen las ratas. Pero en realidad están hablando de un puñado de críos que juegan a que están en una guerra.
La batalla de Cataluña
Una batalla que no existiría si en 1977 los constituyentes de Unión de Centro Democrático hubieran sido más valientes.
Creyeron saber cómo eran los nacionalistas, los Pujol, Roca i Junyent, Xabier Arzalluz, que reclamaban un lugar privilegiado bajo el sol. Y se engañaron, porque el nacionalismo lleva en su ADN la deslealtad.
Vivían instalados en el miedo de saberse hijos del franquismo. A pesar de que fueron ellos los que trajeron la democracia. Se dejaron vencer por la versión que de su pasado lanzaba una izquierda a la que habían derrotado.
Y cedieron. Tragaron con un engendro llamado estado de las autonomías. Y con un término tan tóxico como ambiguo, entonces como ahora: las nacionalidades.
De aquellos polvos, estos cuatro gatos que hoy reclaman categoría de nación cuando no son más que unas pocas provincias. Mientras los partidos mayoritarios ignoran la voluntad de la mayoría de los ciudadanos.
La batalla de Cataluña la han provocado las élites políticas y solo a ellas beneficia. Como les beneficia un sistema autonómico creado para expandir intereses partidistas.
Las víctimas y los perjudicados somos todos los españoles, empezando por los que viven en las regiones donde hay nacionalistas.
Unos nacionalistas que ahora quieren más y hablan de “federalización” de España. Pero de nuevo la realidad desmiente sus intereses particulares.
Españoles y catalanes
Tras cuatro décadas de propaganda intensiva sobre la población de Cataluña y de adoctrinamiento en todo el sistema educativo para convencer de las bondades de la secesión, este es el resultado: o españoles, o tan españoles como catalanes.
Y junto a la ensoñación secesionista, el elemento insolidario:
El castellano, lengua propia de Cataluña
Otra de las grandes mentiras. El castellano es la lengua propia de Cataluña, no el catalán. A pesar de cuarenta años de imposición lingüística y represión de la lengua común.
Descentralización y ruptura
Los que hablan en nombre del pueblo de Cataluña, o del pueblo vasco, o del gallego, no representan más que a los bárbaros que mueven los hilos y a los críos que utilizan para sus intereses.
Y PP y PSOE son los partidos que han consentido todo esto. Los que nos han conducido hasta aquí de la mano de los propios nacionalistas.
Son los partidos que han tenido cuarenta años para resolver el problema y tan solo lo han agravado.
La cita
Ramón Pérez-Maura:
¿Quién va a explicar en Bélgica o en el Reino Unido que los fugados de la Justicia española son delincuentes cuando el partido gobernante en España está negociando conseguir el apoyo de sus partidos políticos?
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