Menos sensiblería y más artillería. Hay que armar la voluntad, ponerle espuelas a nuestros pasos, correaje al corazón y cartucheras al alma. De lo contrario todo se disolverá en el almíbar de esa sensiblería que el Sistema despacha a granel, como garrafón cursi de botellón democrático. Esa sensiblería oligofrénica que hace que los españoles lloren por todo: por un gatito atrapado en un vídeo de yutuve, por un inmigrante ilegal con zapatillas Nike y móvil de última generación bailando salsa con las go-go girls de la Cruz Roja, por un aspirante a cocinero expulsado de Master Chef por haber hecho unas patatas bravas con leche condensada, o por una opositora a tertuliana de braga y bidé de Jorge Javier Vázquez, desterrada de una isla sin mapa por no desmochar suficientes cocos para los demás chimpancés del concurso.
Hoy los españoles lloran por todo... y no luchan por nada. Menos sensiblería y más artillería. Menos lágrimas y más coraje. Menos cocineros y más latín. Menos filantropía y más camaradería. Menos Cristinas Pedroches y más Escipiones. Menos payasos de plató y más ingenieros y albañiles que forjen a España en sus muros y en sus aceros. Menos gorgoritos de solista lacio y desmayado y más coro legionario. Menos gemido lastimero y más grito volcánico. Menos meones constitucionales y más Ebros fecundos de bravura. Menos lengua regional y más Cervantes en los pupitres y en las pizarras. Menos aldea y más Patria.
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