Nos cabe la ilusión de seguir animando a nuestro mundillo, el toreo. Tarea difícil, nada es más cierto. Pero debemos arrimar el hombro todos con la ilusión de que habrá un mañana mejor. Es verdad que, miles de personas anexas al toreo se han quedado sin nada. ¿Qué palabra de ánimo podríamos encontrar para que siguieran teniendo fe en el futuro incierto que nos espera?
¿Qué tiene de bueno pensar en positivo? Sin duda, que siempre habrá un mañana mejor porque, como dice nuestro dicho popular, un bien y un mal no duran cien años, de ahí que debemos de poner toda nuestra energía positiva en aras de un mundo mejor, en nuestro caso, un mundo de los toros donde haya paz, justicia, equidad y, sin duda, espectáculos que son siempre la base de nuestra realidad. Si no hay festejos todo se nos viene abajo, es por ello que debemos de pensar en positivo y, a su vez, rezar para que la buena aura que todos queremos desprender llegue a su fin, que no es otro que volver a ver la luz en el túnel en el que este año pasado nos sumió la pandemia.
Pese a todos los males, la vida nos obliga a ser optimistas por naturaleza, tarea difícil, nada es más cierto. Pero no debemos dejar que nuestro subconsciente doblegue a nuestro cerebro que, sería entonces cuando abriríamos las puertas de la locura. Dicho sea de paso, la locura ya la hemos sufrido en este año maldito que hemos padecido que, ha muerto más gente de depresión que de la propia pandemia.
Nos cabe la ilusión de seguir animando a nuestro mundillo, el toreo. Tarea difícil, nada es más cierto. Pero debemos arrimar el hombro todos con la ilusión de que habrá un mañana mejor. Es verdad que, miles de personas anexas al toreo se han quedado sin nada. ¿Qué palabra de ánimo podríamos encontrar para que siguieran teniendo fe en el futuro incierto que nos espera? Consolar al que lo ha perdido todo es una tarea complicadísima pero, ni pese a ello debemos desfallecer. La prueba que nos ha dado el destino es incalificable. Las soluciones que tengamos a corto plazo no son nada esperanzadoras pero, como quiera que arriba de Dios no viva nadie, sigamos creyendo en los milagros como tantas veces ha ocurrido.
El toro que tenemos que lidiar utilizando un símil taurino, no es nada bondadoso; más bien se trata de un marrajo ilidiable pero que, como les ha ocurrido a muchos diestros, tenemos que lidiarlo, ponerle la muleta en la cara, esquivar sus embestidas que todas tienen rango de sangre y, a poder ser, darle una muerte digna. Esa es la cuestión. Así como estamos, desamparados por nuestros mandatarios y sin grandes logros en un cambio a corto plazo, nos queda la esperanza, la fe, la ilusión inquebrantable por un mañana mejor. Si caemos derrotados ya no nos levantaremos jamás. Eso quisieran nuestros dirigentes, vernos en aras de la derrota, por ende, en la destrucción de la propia fiesta de los toros. No les demos esa oportunidad que, en realidad es lo que están deseando.
Es cierto que estoy escribiendo unas letras de esperanza a las que me aferro yo el primero; pero no es menos cierto que, la situación que estamos viviendo es muy parecida, por no decir idéntica, al enfermo terminal al que hemos acudido al nosocomio para trasmitirle unas palabras de ánimo. ¿Alguien se ha visto así alguna vez, tratando de consolar a un moribundo? Para mi desdicha, he tenido que pasar por ese trance que, en honor a la verdad, es lo más duro del mundo. ¿Qué palabras o frases puede utilizar un ser humano a sabiendas que, la persona amada, a la que acudiste a consolar, le quedan horas de vida? Esto es exactamente lo que ocurre respecto al toreo. Puede que nuestras palabras sean vanas, pero obligadas a su vez porque todo el mundo tiene derecho a que le digan palabras de esperanza para, con la bendición divina se tornen realidades en un futuro no muy lejano. Es nuestro caso en el mundo de los toros.
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