Poco antes de que se cumplan 30 años de aquella histórica cita, el próximo 21 de mayo, Chiquilín contraerá matrimonio, en la parroquia de Santa Marina, con la empresaria María José Alcaide. Un acontecimiento social que alcanza ya los 650 invitados para una celebración que tendrá lugar en la Bodega Los Ángeles, de Aguilar de la Frontera, con una cena que será servida por Kisco García.
¿Qué recuerdos tiene de aquella tarde del 27 de mayo de 1992?
Unos recuerdos imborrables. Comenzando, a la vez, por la alegría y preocupación de mis padres por este paso tan importante, y después por ver cumplido mi sueño, que es el de todos los chavales que quieren ser toreros. La víspera fui un manojo de nervios. En el hotel cuidando de que el vestido, la camisa, la montera, las medias, etcétera... Que todo estuviera en su sitio. Y llegado el día y la hora, el camino a la plaza se me hizo eterno. Eran tantas las ganas que tenía de doctorarme que me parecía que no íbamos a llegar nunca. Y al bajarme del coche me emocionaron los abrazos y el ánimo que me daban los numerosos aficionados que me esperaban a la entrada de la plaza. Me parecía increíble este momento. En el patio de cuadrillas estaba el maestro Curro Romero, que me abrazó y me preguntó "¿Cómo te encuentras?". Y me dijo que estuviera tranquilo, que todo iba a salir bien. Después, cuando iniciamos el paseíllo con ese ambientazo en la plaza y envuelto en una gran ovación, era como andar sobre nubes...
¿Y qué fue lo que le dijo su padrino cuando le entregó la muleta y el estoque? ¿Lo recuerda?
¡Cómo se me va a olvidar! El maestro Curro Romero, cuando me entregó los trastes me dijo: «Es un honor darte la alternativa, tú tienes cualidades para andar en este mundo tan difícil, pero a la vez muy grande. Sé un torero honrado y no dejes nunca de luchar». Lo mismo que me habían dicho, años antes, los profesores de la Escuela de Córdoba. Y en un momento se me vinieron encima un aluvión de gratísimos recuerdos.
Rafael debutó ante el público en la parte seria del espectáculo de los bomberos toreros, y de luces en Adamuz, en una tarde que compartió con Antonio Manuel de la Rosa y Pedro Carretero. Esa tarde fue la primera vez que se vio anunciado en un cartel. Después vino la presentación y debut con caballos en Córdoba, una novillada de Ramón Sánchez en la que alternó con Enrique Ponce y Antonio Manuel Puntas. Se inició entonces una meteórica carrera que le hizo lograr todos los premios del ciclo de San Isidro de 1991, incluido el prestigioso trofeo Maite, siendo el único novillero cordobés que lo ha conseguido en la historia.
Cuando lo tradicional es vestir de blanco y oro para tomar la alternativa, usted eligió un terno nazareno y oro. ¿Por algún motivo especial?
Y tan especial. Debido a la gran devoción y fe que le tengo a Nuestro Padre Jesús Caído, el color del vestido de mi alternativa era nazareno y oro, igual que es la túnica del Señor de los Toreros, como se le conoce a esta sagrada imagen en Córdoba. Además, se daba la coincidencia de que la primera vez que me puse un traje de luces, prestado por José María Franco (en Añora solo para hacer un quite) también era nazareno y oro. Y además el capote de paseo llevaba bordada la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, de tradicional devoción torera.
«Curro Romero me pidió que fuese un torero honrado y que no dejase nunca de luchar»
En los corrales había un encierro de Jandilla, bien presentado, pero de juego desigual. Y uno de ellos, de nombre ‘Canalla’, iba a convertirlo a usted en doctor en tauromaquia. ¿Cómo fue el juego de ese toro?
El animal se dejó. Era negro listón, estaba marcado con el número 68 y dio en la báscula un peso de 489 kilos. Me sentí cómodo ante él y le realicé una faena muy completa y elegante. Le corté una oreja y al que cerró plaza otra.
Esa tarde vivió la cara y cruz del toreo: la gloria de la puerta grande y el dolor de una cornada; sin embargo aguantó en la plaza para lidiar a su segundo toro ¿Por qué ese sacrificio?
Cuando el toro de la alternativa me hirió, el médico me aconsejó que no volviera al ruedo, pero quería terminar una tarde tan importante para mí. Después de salir a hombros por la puerta grande, fui directamente al hospital. Pero mereció la pena aguantar. La felicidad estuvo por encima del dolor y las molestias. Tomar la alternativa ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
¿En su carrera tuvo más cornadas?
En total sufrí cuatro cornadas. La más grave la recibí en Albacete.
¿Volvería hoy a repetir la misma escena con los mismos personajes, o cambiaría de ganadería y de padrino?
Le tengo mucho aprecio y respeto al maestro Curro Romero y me llevo muy bien con Julio Aparicio. Volvería a tomar la alternativa con ellos. Lo que no sé es si cambiaría la ganadería. Hace treinta años era lo mejor, pero hoy el toro ha evolucionado y hay hierros de mucha clase.
«Cuando el toro de la alternativa me hirió, el doctor me aconsejó que no volviera al ruedo»
¿Cuándo toreó su última corrida?
Fue una corrida goyesca en Córdoba, el 12 de abril de 2003, con un cartel netamente cordobés con Alejandro Castro y Reyes Mendoza, lidiando toros de Jaralta (Pozoblanco).
¿No volvió a torear nunca más?
Solamente un festival en Puente Genil, el 20 de marzo del 2004, compartiendo cartel con Manuel Benítez El Cordobés (5º Califa del Toreo), Alejandro Castro, Reyes Mendoza, Julio Benítez y el rejoneador Curro Bedoya. Fue una tarde muy bonita y completa, para recordar siempre, ya que corté dos orejas y rabo.
Este año celebra, igualmente, su décimo aniversario como director de la Escuela Taurina de Córdoba ¿Cómo lo lleva?
Perfectamente. Hace diez años, el Círculo Taurino de Córdoba depositó en mí una inmensa confianza al nombrarme director artístico de su Escuela Taurina. Confieso que ese ofrecimiento lo acepté con una tremenda ilusión. Decir que sí significaba, nada más y nada menos, que poder orientar y dirigir a los chavales en su sueño por ser toreros. Y yo, que nunca me desvinculé del mundo del toro, encontré en esta oportunidad que se me brindaba la satisfacción de poder inculcar a los alumnos lo mismo que yo aprendí en mi infancia y juventud en esta misma escuela. Unos valores humanos imprescindibles como el respeto, la educación, la humildad y la sencillez, y una manera de estar que les servirá para desenvolverse mejor en la sociedad de la que ellos forman parte. En la Escuela aprendí a ser torero y a ser mejor persona. Y ahora que tengo la posibilidad de hacerlo, trato de enseñárselo a los chavales. Ser torero es ser diferente. Cada vez que vengo a la Escuela se me vienen encima gratísimos recuerdos.
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