"...Lo de Ángel Peralta con Rioseco ha sido, más que una relación de caridad y empatía, una devoción. O una historia de amor, como proclama uno de los versos del soneto del rejoneador grabado en el pedestal que hay en la entrada de la Residencia de Ancianos: “Y mi busto dirá a los caminantes/ el cariño profundo que te tengo”. Porque Medina de Rioseco también es estación obligada en el Camino de Santiago que parte de Madrid..."
EL FESTIVAL DE RIOSECO, MÁXIMA SOLERA
Alberto Pizarro
Ginecólogo y escritor
A cualquier forastero que pase por el antiguo Hospital Casa-Asilo de Santa Ana y Sancti Spiritus, de Medina de Rioseco, hoy Residencia de Ancianos, le chocará la presencia en sus jardines de un busto de Ángel Peralta. En institución tan pía parece que hubiera petado más una imagen religiosa; no la frívola de un rejoneador al que, hace años, “Paris Match” llamó “le gentleman torero” por una historia amorosa de las muchas que registra su azaroso currículo sentimental. Tiene, sin embargo, una incontestable justificación: organizó un festival taurino a beneficio del establecimiento asilar durante más medio siglo. Y con tan mutuo afecto que el pueblo, no sin cierta sorna, llegó a decir que el día grande de sus fiestas patronales no era san Juan, sino “san Peralta”. Y el cambio hizo fortuna.
Una necesidad perentoria
Quizá se explique tal devoción porque la primera demanda de socorro de las gentes de la benéfica institución no se le hizo a Peralta, sino a Luís Miguel Domínguín, en agosto de 1950, aprovechando que había toreado varias vacas y matando dos toros en la ganadería de la viuda de Molero, en Rioseco. Allí lo visitaron varias monjitas del Asilo, quienes le rogaron toreara un festival para aliviar la situación del establecimiento. (De esa fecha, lugar y circunstancia viene la frase-colmo “está más claro que el caldo de un asilo”.) El diestro recibió emocionado el ruego, y se comprometió a ello. Organizó dos festivales pero no acudió a ninguno. Los ganaderos y novilleros hermanos Molero organizaron otros dos sin que mejorasen los resultados pecuniarios. Al saldarse los cuatro con pérdidas y con la situación cada vez más acuciante, en 1954 las monjitas marcharon a Valladolid a exponer la dramática situación a Ángel Peralta, quien, a partir de entonces, se encargó de organizarlo, auxiliado por su hermano Rafael desde 1958. Quienes conozcan la actual Residencia de Ancianos saben del éxito. En justa correspondencia, Ángel Peralta fue nombrado Hijo Adoptivo, se le dedicó una de las principales avenidas de la ciudad y, en 1979, se le otorgó la Gran Cruz de Beneficencia. Años más tarde, a Rafael también se le procuró, por la misma vía, que saliera de Rioseco siendo excelentísimo señor, y también se le subió al callejero. Do ut des.
Medio siglo con las máximas figuras
El festival dio lugar a muchas anécdotas. La prodigalidad de la presidencia en conceder patas, por ejemplo. La actuación como cirujano veterinario a Ángel Peralta. El padrinazgo de don Ángel en la boda dedos ancianitos que se enamoraron en el Asilo. Que para complacer a las monjitas don Ángel sugiriese que, antes de partir para la plaza, los toreros pasasen por la capilla del centro( un drama, pues la Virgen que la preside tiene enroscada la serpiente a los pies, y, para los supersticiosos, verla podría dar mal fario o una “esaborisión mu grande”; sin embargo, no hubo ningún percance grave en todos esos años).
Cabe reseñarse excelentes actuaciones. Varias de Roberto Domínguez, antes de “disparar” en todas las plazas de España. “La faena mejor medida que soñarse pueda” la realizó, en el sentir de Filiberto Mira, Antonio Ordóñez, una tarde que estaba con fiebre. El rondeño era así, un año toreaba con fiebre y otro sacaba entre sus peones al pungente Alfonso Navalón, quien acabaría escribiendo una crónica en la que reflejaba su estupor ante los “despropósitos y gamberradas de los toreros y la complaciente tolerancia de las monjitas”. Navalón lo atribuía a la servidumbre del clero cuando se siente favorecido por las suculentas limosnas de la caridad cristiana de los ricos. Sólo así se entiende que Jaime Ostos, uno de los diestros que más veces participó en el festival, se quedase jugando a las cartas con el peonaje hasta las tantas de la madrugada en las dependencias del Asilo, con piratas incursiones a la cocina; o que permitiese al espontáneo local Jesús Cid “el Almirante” hartase de torear a su novillo. La simpatía a que Ostos se hizo acreedor en el pueblo ha mermado, al verlo cómo- presionado por dos verduleritas, en uno de esos programas de “mebajélabraga”- para meritarse dijo que él fue el organizador del festival, sin mentar a Ángel Peralta. Y eso que el torniquete que le realizó en el muslo y que saliera a pedir sangre a los espectadores le salvó la vida en Tarazona. Ya lo advierte el salmo: “Omnis homo mendax”.
Tampoco faltaron alardes. Manuel Benítez” el Cordobés” debutó en 1970 como rejoneador. Los Peralta le prestaron sus caballos y le dieron una alternativa velada. Pagó su osadía con una descomunal costalada, lenificada por el embolsamiento del importe de los novillos lidiados, una de las pocas veces que no fueron de los hierros de los Peralta. A trueque, los Peralta torearon desde los caballos con capa y muleta. Tampoco faltaron cicaterías; como las de Antoñete o Manolo Vázquez, quienes, en 1986, ya ricos y a punto de retirarse, cobraron una sustanciosa cantidad en la única edición del festival televisada en directo. Ni faltaron frases para el anecdotario; como la de Curro Romero, quien tras una inspiradísima faena dijo en la cocina del Asilo: “Cuando cobro no hago nada, pero cuando no cobro es cuando hago”. O la de “el Viti”, a quien, tras ofrecérsele sentarse a comer, respondió: “A estos sitios hay que venir comidos y bebidos”.
Y en alguna ocasión, ante las malas condiciones del ruedo, a Rafael Peralta no le dolieron prendas a la hora de coger el azadón y colaborar en ponerlo en condiciones para celebrar el festejo, rompiendo así con el tópico del señorito andaluz.
Paréntesis rosa
Con tantos atractivos no es de extrañar que el maderamen y la piedra de la centenaria, original y bellísima plaza de Rioseco, antaño lugar sagrado, soportara las posaderas de incontable número de políticos encumbrados por el dedo del ridículo líder, de gente de los negocios y la farándula, y de conocidas trujimanas, cuyos únicos patrimonios eran cuerpo y cara (bien dura a veces, por cierto), que utilizaban la cama para alcanzar la mediocridad.
Peralta ya no rejonea. A pie es casi un inválido; no así a caballo. Pero le sigue pirrando acudir a Rioseco a recibir el espontáneo bañito de aplausos con vocación de abrazo, tan distinto del mecánico y gregario de las plazas de toros. Los años que no ha podido anunciar figuras del toreo, ha presentado un espectáculo de caballos y flamenco, o, en 2011, con 85 años, hacer el paseíllo para presentar a la rejoneadora francesa que apodera. De celebrarse hoy el festival con toreros de la relevancia de antaño, habida cuenta de la proporción de querindangas y del esplendente y cambiante mujerío que les acompañaba, el Asilo sería, por un día, paraíso de “paparazzis”. No es extraño que algún vejete con algo de mitómano, al que la memoria hace tiempo empezó a traicionarle, confundiendo el deseo con la realidad asegure que vio desfilar por el vetusto claustro de Asilo a Ava Gardner, Audrey Hepburn, Bo Derek Marisol, Juanita Reina, Conchita Velasco, Conchita Bautista, Lolita y Carmina Ordóñez, entre otras. No es de extrañar con un tipo imaginativo y con el irrefrenable tirón para las féminas como Ángel Peralta. Una de ellas, que se asustó cuando el toro estuvo a punto de cogerle, arrojó una rosa para hacer el quite. Peralta se bajó del caballo, ató la flor a una banderilla y brindó: '¡Para que no se asusten/ en la plaza las hermosas,/ a los toros las heridas/ se las cubriré de rosas!".
Misión cumplida y síndrome de abstinencia
La interrupción del festival, sumada al escasísimo número de festejos que se trasmiten por TV, ha supuesto la declinación de la afición en toda la comarca, a lo que coadyuva el que ya no paste ninguna ganadería brava en Rioseco, como antaño lo hicieran las de Carreros, Cuadrillero, Villagodio, Molero , Manrique y Berrocal.
Lo de Peralta con Rioseco ha sido, más que una relación de caridad y empatía, una devoción. O una historia de amor, como proclama uno de los versos del soneto del rejoneador grabado en el pedestal que hay en la entrada de la Residencia de Ancianos: “Y mi busto dirá a los caminantes/ el cariño profundo que te tengo”. Porque Medina de Rioseco también es estación obligada en el Camino de Santiago que parte de Madrid.
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