"...En dos corridas de Victorino y Miura ante matadores espartanos se han visto tantas cosas atractivas en Mont de Marsán de una Tauromaquia de la Verdad que el autor del artículo intenta reflejarlas en este columna periodística. Qué público y qué envidia nos da..."
Mont de Marsán está también en el siglo XXI…
- Cuántas capitales de provincia españolas me gustaría que se parecieran a Mont de Marsán. ¿Tauromaquia del terror? ¿Tauromaquia del XIX?. La de la emoción y el peligro. La de la verdad. La de los tendidos admirativos. La que nunca muere.
Ricardo Díaz-Manresa
He pasado dos tardes deliciosas del fin de semana con las corridas de Mont de Marsán. De las llamada toristas, antes denominadas del toro-toro ( en desuso esta repetición) o las de los guerreros. Si es torista, las otras serán minitoristas, o semitoristas o siempre por debajo de las así bautizadas. Ya escribiré después lo que me parece todo esto. De entrada, me acojo a lo tan repetido que el mejor aficionado es el que le caben más toreros en la cabeza. ¿Y por qué no toros, ganaderías y encastes? ¿No es el mejor aficionado también el que acepta y disfrutas todas las tauromaquias : la del arte, la del valor, la de la técnica y…la de los gladiadores? Todas evolucionadas porque los años no pasan en balde.
Dos corridas. Dos hierros temidos. Victorino y Miura en los carteles con Urdiales, Manuel Escribano, Alberto Aguilar con los de Galapagar y Rafaelillo, Javier Castaño y Fernando Robleño ante los de Zahariche. Dos tauromaquias de la denominadas del siglo XIX para algunos aunque estamos en el XXI en Francia y en España, en Mont de Marsán y en Madrid. Seis guerrilleros, gladiadores, guerreros.
Dos corridas de toristas, del toro-toro e incluso del supertoro. Dos. Y las otras de qué son. Me acuerdo de una anécdota en la que se peleaban un cura y un feligrés y las voces subieron de tono. Y el sacerdote le dijo al fiel : no me trate así que yo soy hombre de Dios. Y el otro le contestó muy agudamente . y yo, ¿de quién soy?...
Pues como en aquel caso, todos somos de Dios, los hombres y los toros. Pero iguales tampoco. Unos toros son así y otros asao, castas diferentes, hechuras diferentes, embestidas diferentes, bravuras diferentes. De tamaño en las de primera la diferencia es poca o ninguna. Miremos a Madrid, Pamplona y fijémonos en el próximo Bilbao.
El caso es que en Francia con dos de las toristas, dos, se llenó la plaza los dos días. Y con toreros terribles, heroicos, guerrreros también. ¿En cuántas plazas de España pasaría esto?
Me identifiqué con lo que estaba viendo y más todavía con los tendidos que con el ruedo. Con pocas aficiones –si es que hay alguna- me pasa lo mismo, alguna tarde, algún toro, alguna plaza, alguna suelta y circunstancial. Escasísimos días por mi parte.
Me fijé en las reacciones, atención, exigencia y respeto de los aficionados y espectadores franceses (más de lo primero que de lo segundo). Se palpaba su gran interés por el toro, gran valoración de los subalternos, más todavía con los `picadores.
Si no lo vieron, restréguense los ojos y créanlo –esto en Francia es normal- aplaudiendo a los picadores nada más salir al ruedo porque conocen su profesionalidad y competencia de otras tardes. Sandoval por ejemplo. Pidiendo la distancia para medir la bravura. Aclamando al piquero cuando acertaba. Y poniéndose en pie –en pie- para aplaudirle la obra bien hecho. Todo envuelto en emoción, afición, ejemplaridad y hasta torería de los de abajo y los de arriba. De todos.
Y Esquivel saludando con castoreño en mano ante la unanimidad de un aplauso atronador por haberlo hecho bien. Bendita esta Francia taurina.
Y también protestando cuando el caballo pisaba o sobrepasaba la línea circular o el toro lo echaban encima del territorio del picador. Todo medido. Todo sabiendo. Todo teniendo su por qué. Qué bueno.
Y esperando a los banderilleros aunque los de siempre, los de Castaño, no tuvieron su tarde. Adalid reaparecía de una cornada y Fernando Sánchez cuajó uno de tres. Pero a José Mora le aplaudieron tanto que montera en mano se erigía en triunfador de los de los palos con Ángel Otero, otro fenómeno. Competencia entre ellos, entre los mejores.
Cómo valoran lo que está haciendo el torero viendo el toro que lidia. O sea, la esencia suprema de la tauromaquia.
Y cómo el esfuerzo de los toreros. Tanto apoyaron a Urdiales que se vino arriba como quizá no lo haya visto antes. Y a hombros lo sacaron. Y supieron ver al Escribano que toreaba más templado y lento que los otros. Y decirle a Alberto Aguilar con sus aplausos, que no se preocupara porque había hecho cosas muy apreciadas, con trofeo o sin él.
Mirad a Mont de Marsán en estos festejos peculiares. Miradlo. Y hay de todo. Peñas, charangas, gritos, aplausos al compás, muy pausadamente, y joticas aragonesas (la del toro de la jotica, siempre en Aragón en el sexto) o sanfermineras. Nada de tristezas y atendiendo siempre a lo que ven y quizá siendo protagonistas a la vez que el torero. Y guardándose lo bueno por si después hay que sacar el pañuelo.
Tienen una comisión organizadora –la historia de los Chopera ya pasó- que consulta con los aficionados para saber qué toros y toreros quieren. Y les hacen caso. Y hay corridas de figuras, del arte, de la pasión, de la guerra. De todas las Tauromaquias. Como debe ser. Tendidos entendidos y sensibles en Mont de Marsán. Y presiden aficionados, turnándose tres, que saben de lo que va. Coño, esto se parece al cielo taurino. Les gusta el arte pero también, y mucho, el peligro del toro frente al valor y la técnica del torero. Y los espartanos vestidos de luces.
Y cómo miden la suerte de matar, incluyendo los pinchazos arriba que tanto repudian en algunos sitios en los que interesan sólo las estocadas rápidas caigan como caigan y ejecutadas como pueda el torero, bien, mal o regular.
Y lo que tenemos que aprender de democracia y de relaciones, y de tolerancia, de educación, y de valores. ¡Tantas banderas de España como de Francia ondeando al viento y los dos caballos de los alguacilillos uno con los colores identificativos de cada país! Cuántos gilipuertas españoles tendrían que aprender. No quieren a su país ni saben lo que quieren, salvo hacer daño, protestar, despreciar y querer independizarse escupiendo a su historia, su tradición, su cultura y las costumbres de todos los antepasados de siglos atrás.
Y oyes a María Sara, en la gestión de la plaza, y vaya envidia recordando las empresas españolas, diciendo que hay que oir al público y atenderlo. Y que es lo que hacen. Igualito que algunas empresas que no te dejan ni cambiar el abono de sitio y no te dan dos bofetadas porque no pueden. Por eso allí cada vez más público, con la plaza llena, y menos aquí.
Cuántas capitales de provincia españolas me gustaría que se parecieran a Mont de Marsán. ¿Tauromaquia del terror? ¿Tauromaquia del XIX?. La de la emoción y el peligro. La de la verdad. La de los tendidos admirativos. La que nunca muere.
Y ahí Rafaelillo el del milagro : sin dar un muletazo pero defendiendo y atacando como los buenos estrategas de la guerra y a tope la emoción, le dan las orejas. Y mereciéndolas. Un Rafaelillo feliz, entregado al máximo, jugándose el cuello y el pecho…y satisfaciendo a una plaza entregada. El Rafaelillo más heroico y más firme que he visto nunca en la tarde de la tauromaquia imposible de los miuras (de las que tantas padecemos).
Mi madre me decía que había que comer de todo. Y es verdad. También de todas las Tauromaquias. Saborearlas.
Todo lejos de las corridas light, infinitamente. Y también de las del gran aburrimiento. Con un toro castaño ante Castaño que se arrimó como en los tiempos cercanos que lo hicieron resucitar. Con un público de bastantes jóvenes y de bastantes de mediana edad. Casi lo soñado.
En Mont de Marsán también es siglo XXI y así es el espectáculo completo. Siento mucha envidia sana. Enhorabuena sincera.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario