Pero, desgraciadamente, no parece que sea tan fácil. Aunque a veces pensemos que las cosas buenas se pierden para dar paso a las mejores, no hay que ser un lince para comprobar que no siempre es así y que la desgracia abunda. Y que Dios está siempre con los malos cuando son más que los buenos...
Sólo hay que asomarse a la actualidad para comprobar que atravesamos una situación delicada, por decirlo suavemente. No son buenos tiempos para la lírica, cantaba Germán Copini hará ya cosa de cuarenta años... pero no sólo cuatro décadas después la lírica sigue arrumbada sino que prácticamente en todos los ordenes de nuestra vida el panorama es preocupante cuando menos.
La situación sanitaria en China parece tan seria o más que cuando hace unos años infectó a todo el planeta, por no hablar de cómo está el tema en el eufemísticamente llamado “tercer mundo”. Vemos que la guerra en Ucrania dura ya un año y nadie parece querer saber nada del tema, mirando hacia otro lado en el mejor de los casos...
Cada vez que llueve fuerte nos inundamos; si no, sequía. Todo sube y sube, menos nuestro poder adquisitivo. Nuestros políticos... nuestros políticos dan vergüenza -vuelvo a insistir en que hay excepciones que confirman la regla-, y las principales instituciones de nuestra democracia están repletas de personal que reniega de un país del que cobran y al que se supone deben servir y ofrecer lo mejor de sí mismos. Sí, sí. ¿Han visto a la portavoz de un partido independentista en el Congreso de los Diputados apartar la bandera española porque dice que no la representa? Es el colmo de la desfachatez y de lo esperpéntico de nuestra política.
No menos chocante es observar como el señor Ministro de Cultura, tras ningunear a la tauromaquia de frente y por derecho, se tiene que tragar la rectificación del Tribunal Supremo y no se inmuta, pese a las afrentas y desaires que ha hecho al sector, sonriendo, satisfecho de la vida y de sí mismo, al saludar a Morante en la entrega del Premio Nacional que le concede su Ministerio.
Y, para no hacerlo más largo, ni más penoso, el que fuera vicepresidente de Gobierno hasta hace dos días, al conocer aquella decisión del Supremo de obligar a que se incluya el tema taurino en el Bono Cultural monta en cólera y un pollo, demostrando su talante y su verdadera cara: “La concepción de la tauromaquia como cultura sigue siendo no sólo un anacronismo, sino una singularidad aberrante que ni los españoles ni el resto de la comunidad internacional entiende”. Y se queda más ancho que largo.
Y, mientras, la clase taurina, como siempre, en su línea. Silbando y disimulando. Tampoco en este particular se nota que el susto del coronavirus haya servido de mucho. Más bien de nada. Mucho miedo, incertidumbre y caos, pero luego nadie ha movido un dedo para intentar modernizar el sector, adecuarlo a los tiempos que corren y establecer unas estructuras serias, capaces no sólo de soportar desastres como aquel, también de impedir nuevas desgracias y, sobre todo, encarrilar el negocio hacia un futuro que llegó hace tiempo y pilló a todos con el paso cambiado y la guardia dormida.
Parecía que la Fundación del Toro de Lidia podía canalizar a todos y cada uno de los estamentos que integran la fiesta y, así, con un mando único y común, enderezar el rumbo de una nave anclada en tiempos remotos y modos obsoletos. Pero, aunque se han hecho algunos progresos y se trabaja bien en el tema judicial, los engranajes de la maquinaria siguen faltos de un petroleado a fondo y una revisión que incluya el recambio de piezas que hace tiempo que distan de ser o estar útiles. Nadie es perfecto, y nadie merece serlo, pero nunca se va a poder cambiar aquello a lo que nos negamos a enfrentarnos. Esa es la realidad: aquí no pasa nada. Bueno, sí: Telemadrid ha fichado a Federico Arnás para sus retransmisiones ¡Bien!
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