"...La objetividad exige decir también las cosas buenas que estamos viendo en este San Isidro, que no son pocas. A los toros se va porque gustan y hay que sentir emociones. Es también obligación profesional atacar lo malo para corregirlo..."
Lo que me gusta del actual San Isidro
Ricardo Díaz-Manresa
Hay muchas cosas que me gustan y disfruto del actual San Isidro. Por eso voy a los toros y soy tan aficionado y lo siento tanto. Ver sólo cosas malas y seguir asistiendo sería cosa de masoquistas o de gente rarita, de lo que estoy lejísimos.
En primer lugar, creo que el espectáculo taurino está entre los mejores del mundo y, por supuesto, pocos le ganan en originalidad, belleza, sentimiento y emoción. Cualquier otro país que lo tuviera, lo defendería al máximo. Ahí tenemos el ejemplo de Francia que lo tomó en una parte pequeña de su territorio. O algunas repúblicas hispanoamericanas, que lo cuidan con mimo y sensatez.
Es muy difícil encontrar algo que ofrezca más…cuando hay un toro verdadero y un verdadero torero frente a frente. El hándicap es que últimamente se da poco esta circunstancia o con menos frecuencia de la deseada.
Siempre he escrito que a mí lo que me gusta es alabar y que lo paso mal escribiendo artículos como “Si cae Madrid, caemos todos” o “Romped el muro estúpidos”. O los que tenga que redactar así en el futuro. Es mi obligación profesional y mi deber con una tradición y una cultura que me encantan. No podemos dejar a los taurinos –verdaderos culpables de todos los males- que la destrocen. Y los taurinos son ganaderos, toreros, empresarios, apoderados, veterinarios y hasta presidentes. Los últimos con una responsabilidad final decisiva.
Y el público, cuando no sabe ponerse en su lugar ni exigir. Exigir es ser justo, simplemente, sin extremar la ira y el rigor. Justo para saber que Manzanares ha sufrido, o intentado colar, o ambas cosas, ganaderías que fueron rechazadas. En el pecado lleva la penitencia.
Estar meses hablando de la ganadería de Román Sorando, para que se la cambien por una de El Torreón y acabar matando un toro de Carmen Segovia u otros sobreros no entra en la lógica más elemental. Habría mandado a hacer puñetas a quien le hubiese ofrecido eso para venir a Madrid en su momento más dulce. Y nombro a Manzanares –o los líos de Cayetano con el rechazo de los toros anunciados- porque son ellos los principales culpables.
No dejar que Curro Vázquez – el apoderado de Morante y Cayetano- haga currovazcadas, ni Matilla matillazos. Currovazcada y matillazos (es decir hacernos tragar gato por liebre y tratar de engañarnos o conseguirlo), en expresiones felices de Javier Hernández y de Zabala de la Serna, tan suyas como mía la del abono cautivo.
Me ha encantado – y lo digo por orden de aparición- de este San Isidro, Uceda por su espada, pero poco globalmente. Creo que ha dejado escapar su gran y última oportunidad en su ciclo de tres tardes. Lo ha hecho, y mucho, Iván Fandiño, con futuro si persiste. Algún detalle de Morante, que no arrasa porque deja las faenas completas e históricas para no sé cuándo. Talavante, por supuesto, superior. Arturo Saldívar por su entusiasmo. Jiménez Fortes y Víctor Barrios por venir de novilleros y serlo. La izquierda del Cid, siempre su izquierda. La voluntad de El Juli. Los momentos bellos de Manzanares –cuando se alejó de los matillazos- con su empaque, elegancia, temple –que tapa o hace olvidar sus dos principales defectos- y con una espada soberana. La firmeza de Serafín Marín, al que hay que agradecer lo que hace dentro y fuera de la plaza (su defensa en Barcelona y Cataluña de esto tan nuestro, ejemplar).
Y me han encantado otras muchas cosas que no son menores y aunque olvidaré alguna que no se habrán quedado en mi mente, en mi corazón o en mi alma, vaya capote el de Curro Javier, vaya cuadrilla en conjunto la de Manzanares, vaya presencia los de José Escolar (con alguno de ellos, Ruiz Miguel en su tiempo habría hecho locuras), la sangre Albaserrada y Santa Coloma, la estampa suelta de algún expablorromero, pena de ganadería que tantos recuerdos trae a los aficionados veteranos, y más de un toro que se les ha ido a los de a pie.
También la garra de Diego Ventura : en Madrid, 50% de rejoneo y la otra mitad de circo. Y ver tan llenos los tendidos, aunque bajando. El Real Madrid juega como máximo 30 partidos, como el Atlético, cada 15 días, y aquí todos los días hay más público en Las Ventas, más del doble, como ha escrito Antonio Burgos, que los de la Puerta del Sol, que ellos sabrán lo que son, quien los trae, por qué vienen y quién los maneja e incluso puede que les financie(a unos poquitos, claro, que son los líderes del rebaño). Por cierto, ¿quién organiza) –de espontáneo nada- y sobre todo ¿quién paga el tinglado?. Madrid, ochenta festejos, casi la mitad seguidos, y Madrid y Atlético, 60, si acaso, en temporadas largas de torneos europeos.
O sea, los toros tienen muchas cosas bonitas y por eso vamos. En libertad, los que queremos y porque queremos, como decimos todos y , al frente de los políticos, Esperanza Aguirre, que –por otro lado- tortura a la afición con la incomodidad de los tendidos y no digamos de gradas y andanadas. Quitando las barreras, las delanteras de grada, algunos asientos de piedra sobre toriles y pocos más, esto no es del siglo XXI doña Esperanza.
Lo sufrimos en silencio porque tenemos alicientes para ilusionarnos. Sin embargo, todo tiene un límite.
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