Los tonos de las banderas que los cubren marcan la diferencia
de Comunidad y Ayuntamientos en los palcos, con los típicos jubilados hispánicos
jugándose la vida por tocar a sus ídolos
de Comunidad y Ayuntamientos en los palcos, con los típicos jubilados hispánicos
jugándose la vida por tocar a sus ídolos
Como el camarote de Groucho estaban los palcos de Las Ventas el día del Santo
ABC.- Día 17/05/2011
Como el camarote de Groucho estaban los palcos de Las Ventas el día del Santo: Aguirre en el de la Comunidad, y en el del Ayuntamiento, Cobo y Gallardón, que sólo Manzano sabe lo que costó municipalizar esas sillas. Gallardón va a los toros en San Isidro como el criado de Larra podía hablar en Nochebuena: por bula de Alicia Moreno, que piensa que la tortura no es cultura, y tiene razón la Moreno, si lo que uno va a ver es una corrida de Morante, de Manzanares, de López o de cualquiera de los muchachos del toreo que se han apuntado, para pagar la mitad de Iva, a la cosa de la Cultura. Así resolvió Francia el problema: lidiar a un animal doméstico, y por tanto democrático, es tortura; lidiar a un toro encastado, y por tanto fascista, es cultura. Cultura Inmaterial, lo han declarado.
Y el caso es que para ver toros encastados hay que ir a Francia, mientras en España, donde los profesionales a la casta le dicen «rabia», despachan animalejos de mirada conmovedora bajo la consigna del arte, que consiste en componer posturas sacadas de los billares de los años cincuenta. «Las rabiosas que las mate Urdiales», es la voz que corre en los círculos culturales. Para que lo entiendan las damas y caballeros que acuden a la plaza con los ojos como bolitas de alcanfor porque se anuncian los artistas: no es igual enfrentarse a un lobo ibérico («canis lupus signatus», para el vulgo) que a un «golden retriever». Toda la grandeza de la tauromaquia está en el lobo ibérico: «palante, padentro y pabajo». Lo del «golden retriever» (y además: «patrás, pafuera y parriba») es ballet para pobres inspirador de una vasta literatura para pobres que no repara en la crueldad que supone estoquear a un animal que no concibe la pelea. El último bailarín de Don Lurio tenía más mérito que todos esos toreros culturales que se juntan para que «las rabiosas» las mate Urdiales y en Francia, que aquí nos hemos vuelto artistas y bien finos. Y los antitaurinos, sin enterarse.
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