Sería de verdad que el toro pondría a cada cual en su lugar si éste saliera por igual para todos; y digo por igual en el caso de que se sortearan las ganaderías y que le cayera uno de Saltillo a El Juli y uno de Juan Pedro, a Domingo López Chaves, por poner unos ejemplos contundentes.
Dicen que el toro pone a cada cual
en su lugar pero, ¿qué toro?
Dentro del mundo de los toros hay muchas frases hechas que, aunque lo pretendamos, no alcanzan el rango del axioma ancestral emitido alguna vez por el pueblo que, en realidad, éstos si se asoman a la más pura verdad. Eso de que el toro pone a cada cual en su lugar no deja de ser un puro eufemismo para consolar a los que no tienen fortuna.
Por cierto, me viene ahora la mente, al respecto del triunfo de tal o cual torero y, un amigo querido, hablando del triunfo del uno y del fracaso del otro siempre me dice lo mismo: “No te confundas, el toro sale igual para todos” Y tiene razón este amigo. El toro sale igual para todos, pero no todos los toros son iguales ni mucho menos los toreros que los lidian.
Voz a explicarme con un ejemplo que ya saqué a colación hace unos días. En vez de decir que el toro es igual para todos, yo creo que sería más honrado decir que existen muchas clases de toros y, esos mismos toreros que triunfan todos los días, lo hacen porque el animal que tienen enfrente es lo más parecido a un toro bravo, pero que dista muchísimo de lo que es un toro encastado.
La cosa es muy sencilla. Ya conté repetidas veces el fracaso de Pablo Aguado en Madrid el día de Pascua, incluso hasta tuvo la bendita fortuna de no caer herido porque voló por los aires en varias ocasiones. Por supuesto que no eran toros de triunfo, aquí no se engaña a nadie. Siete días más tarde, aquel desconocido llamado Pablo Aguado se enfrentó en Sevilla a los animalitos del sistema, cortó cuatro orejas y alcanzó el desiderátum. Y a partir de aquel momento, “lógicamente” huyó despavorido de la causa torista para adentrarse en el mundo del almíbar, logrando, como no podía ser de otro modo, triunfos rotundos. Tras lo explicado. Digámoslo claro, ¿qué toro es el que pone a cada cual en su lugar? No os volváis locos que todo es más sencillo de lo que parece. Hace dos semanas, dos toritos con cierta pizca de casta desarbolaron por completo a Pablo Aguado en La México. O sea que, sin el toro a “modo” triunfar es todo un dilema. ¿Digo bien, Pablo Aguado?
De haber seguido Pablo Aguado por la línea que empezó el día de Pascua en Madrid cuando era un don nadie, este mismo artista que todos ponderamos seguiría siendo un muerto de hambre porque las circunstancias así le hubieran obligado. Pero le vino a visitar la diosa fortuna en Sevilla a modo de animalitos santificados y como quiera que a Aguado lo que le sobra es arte, allí empezó la carrera de un artista inolvidable. Eso mismo podríamos estar diciendo todos ahora si a Juan Ortega le hubieran incluido en el grupo de los elegidos. Pero no, a Ortega quieren seguir postergándole con corridas a contra estilo para que siga estrellándose y, anotemos, Juan Ortega es más puro todavía que Pablo Aguado y algún día todos me darán la razón.
La diferencia entre el burro desvalido y noble con el toro encastado es tan grande que, con los animalitos de rigor, hasta ese chico llamado David de Miranda que el pobre tiene poco que decir, ha sido capaz de triunfar por lo grande; caso de Cayetano que, a vulgar no le gana nadie y, con el torito del sistema, este año se ha convertido en el rey. Y con ese tipo de toros que aludo, ahí tenemos a Ginés Marín y Álvaro Lorenzo, más tristes que un entierro de tercera y siguen triunfando. Y no nos olvidemos de Antonio Ferrera que, el hombre era capaz de triunfar con el toro auténtico y, metido de lleno en la vorágine de la más absoluta comodidad, con la gorra es capaz de triunfar por lo grande.
O sea que, digámoslo bien claro, no es el toro el que pone a cada cual en su lugar, son los empresarios los que eligen a modo de capricho, del vete tú a saber por qué, se deciden por unos y no por los otros. La cosa tiene miga, sí señor. Recuerdo ahora, entre otros, a Juan Leal que, el hombre está batallando con las corridas duras y, este año que termina, en algunas plazas de Francia le salió el toro que le ayudó y formó varios líos de época. Está claro que, ese mismo torero, incluido en las corridas de las figuras haría un papel importantísimo pero, no caben más puestos; digamos que, el autobús está lleno y no cabe más gente. Por aquello de la “ancianidad” artística podrían irse algunos toreros para dejar paso a la juventud pero, por ejemplo, en el caso de Enrique Ponce, sabedor de que tiene que darle la alternativa al niño de Manzanares, lógicamente, no puede marcharse de los ruedos.
Sería de verdad que el toro pondría a cada cual en su lugar si éste saliera por igual para todos; y digo por igual en el caso de que se sortearan las ganaderías y que le cayera uno de Saltillo a El Juli y uno de Juan Pedro, a Domingo López Chaves, por poner unos ejemplos contundentes. Pero mientras las bendiciones sigan siendo para los mismos, en vez de decir que es el toro el que pone a cada cual en su lugar, mejor sería decir aquello de suerte que tengas que el saber poco te vale. ¿Verdad, David de Miranda?
El toro de Saltillo que mostramos en la foto es el que pondría a cada cual en su lugar y, sin duda, nos quedaríamos sin figuras.
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