Filomena y el ritmo cansino
Hoy hace dos semanas que, en la residencia Santa Eugenia de la localidad palentina de Cevico de la Torre, el anciano Áureo López García -otro precioso nombre del latín clásico-, de 88 años, se convirtió en el primer ciudadano de Castilla y León en recibir la codiciada vacuna. Se la administraron en la capilla, que no es mal sitio para rezar si surge una reacción y todo se complica. El senecto paciente hacía votos por recuperar poco a poco la normalidad con este avance, en su caso concreto para salir a andar varios kilómetros a diario. Como hacía antes. Porque tantos meses de duro confinamiento han menguado la fuerza de sus piernas.
Quince días después de aquel bolo, idéntico en su concepto de moderno marketing político a los llevados a cabo en otras comunidades autónomas, da verdadera pena mirar las estadísticas de vacunaciones. Una pérdida de un tiempo muy valioso en plena lucha contra la pandemia que refleja la inoperancia de la mayoría de las administraciones. Siempre a merced del virus. Los mismos errores repetidos desde marzo. El buenismo estupendo es lo que tiene: no se plantea la actuación como una guerra, sino como una suma de medidas que con un poco de suerte pueden dar resultado. Todas relacionadas con limitar movimientos, pero de pisar el acelerador para inmunizar en unos meses a buena parte de la sociedad española, nada de nada. Aquí se vacuna los días laborables de 8 a 3 con pausa para café y, si no hay dosis, vuelva usted mañana. Al más puro estilo de los vicios que denunciaba Larra. Un caos. Ante la gravedad de la situación, hay que contar con el apoyo todos los efectivos humanos -Ejército, farmacéuticos, veterinarios, dentistas- para impulsar este ritmo cansino de vacunación. Hace falta una respuesta excepcional similar a la de Israel. Menos anuncios rimbombantes que suenan a pitorreo. Más vergüenza y seriedad para cuidar la salud de los españoles.
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