'..Leamos mucho, seamos discretos y exijamos discreción. Eso nos hará a nosotros —y a nuestros visitantes— saber mucho. Andar muchos caminos, comunicar con gente diversa sin dejar de ser quién somos, y mucho mejor si es en Castilla la Vieja..'
Andar tierras hace seres discretos
Jesús García-Conde
Viajar es una manifestación de la libertad. Por eso el globalismo lo persigue tanto. Y por eso también los antis odian el turismo y como necesitan un blanco a quien escupir su odio, y en las ideas no resbala el gargajo, la diana en este caso es el turista. La frase se le podría adjudicar a Chesterton o a Ortega y Gasset, repositorios habituales de sentencias para el copy+paste de los artículos, pero es de mi hermano Carlos, que es el que mas sabe de turismo junto con Javier García Isac. Eso es indiscutible, pero sí hay cosas para discutir sobre el turismo. Veamos
En la columna de la semana pasada, las referencias a Castilla y los veranos de ciudad medio desierta de Valladolid suscitaron otras de buenos amigos míos que me whatsappeaban para contármelas. Son tantas y tan evocadoras que merecen ser recogidas en las próximas semanas. En Castilla nos gusta visitar y que nos visiten. El castellano verdadero tiene un punto de hidalgo que ama la libertad «como uno de esos preciosos dones que a los hombres dieron los cielos», como decía el hidalgo Don Quijote. En eso consiste la libertad, y viajar, y con el turismo se trata de aprender, porque el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos, decía también el castellano, pero manchego.
Hace muchas navidades me intercambiaba con mi cuñada Marián: ella se quedaba en Valladolid y yo pasaba unos días en Mondariz cuando mi hermano Carlos era su director. Allí sí había turistas «discretos» que me saludaban mientras hacía como que estudiaba en el salón del hotel. Se sentaban en unas butacas a leer periódicos y cuando pasaban por delante de mi mesa de vuelta a las habitaciones o a otra sesión de barros me preguntaban si tenía examen o algo. Todo discreción. No me los imagino con el móvil en alto, estropeando el sonido del piano de fondo ni voceando. Gente discreta que nos encontrábamos mi hermano y yo en las tabernillas de la zona comunicándose con «gentes diversas».
No puedo continuar sin pararme al costado del piano. En ese salón había un piano que habitualmente tocaba Tito Cabo. Le sustituía otro gran teclista, Jorge Foscaldo, que había acompañado a Sinatra. Grandes tipos con vidas de artistas. He conocido algún otro con trayectoria parecida que hace honor a la canción de Billy Joel. Gente que hoy toca aquí y mañana allá cuya conversación hace gente discreta.
Los hoteles, dulces hoteles, son o deberían ser una escuela de protocolo. Has de sentirte como en casa, pero no en tu casa. Por desgracia no es discreción lo que se ve ni por los turistas, pero tampoco en los nacionales. Ni en los hoteles ni en la calle. Nos fastidia ver ingleses descamisados en una terraza de las ramblas, pero también los tenemos aquí corriendo con la camiseta natural por la calle. Nos molesta los ruidos y el follón, pero también nos hartamos de ver madres locales que para que el niño se entretenga en el VIPS mientras merienda con amigas le deja el móvil con un capítulo de Dora La Exploradora que el chaval pone a tope de volumen. Nos encocora ver «hermanos» del otro lado del charco con las camisetas de los Bulls poniendo reggaetón en las terrazas de los bares, pero no le decimos nada al paisano local que ve una serie en la misma terraza en temporada baja con el «celu» apoyado en el servilletero. Lo que falta es educación para exportar vía turismo y para legitimar ante el foráneo, y eso no siempre se ve. Y sí, muchas de esas faltas de educación tienen que ver con la invasión del campo del otro, cosa que frecuentemente se hace por el ruido y este se transmite por el móvil.
Dice también el personaje de Cervantes que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho, y ese andar es —como hemos dicho antes— comunicar con gentes diversas. La masificación del turismo ha hecho que las gentes locales abandonen los centros turísticos de las ciudades para hacer las calles iguales unas a otras en cualquier parte del mundo y acabar así con la diversidad que se trataba de descubrir. Leamos mucho, seamos discretos y exijamos discreción. Eso nos hará a nosotros —y a nuestros visitantes— saber mucho. Andar muchos caminos, comunicar con gente diversa sin dejar de ser quién somos, y mucho mejor si es en Castilla la Vieja.

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