
El ruedo se hizo altar : Borja ofició el milagro y “Tapaboca” de La Quinta fue canonizado por Bilbao
Toros de Fermín Bohórquez y La Quinta para Guillermo Hermoso de Mendoza, Emilio de Justo y Borja Jiménez.
Burladero / 20/8/2025
Guillermo Hermoso de Mendoza abrió la tarde con un toro de Fermín Bohórquez que parecía un tren de bravura, un animal de hechuras impecables que galopaba con la fuerza de lo inevitable. Lo recibió a lomos de "Nómada", caballo de paso firme y mirada antigua, con quien clavó dos rejones de castigo en el sitio justo. El segundo, de poder a poder, fue un gesto de verdad desnuda, como quien se enfrenta al destino sin escudo. En banderillas apareció "Ecuador", caballo del doble quiebro, y con él se dibujaron tres banderillas que fueron arquitectura y temblor. Desde lejos, como quien mide el tiempo con el alma, Guillermo se acercó al toro y realizó dos quiebros en la cara antes de dejar la banderilla, como si cada movimiento fuera una sílaba de un verso que se escribe sin tinta.
Después llegó "Pasodoble", y con él, el clasicismo se hizo carne. En cada pasaje, el caballo guiñaba las orejas como si escuchara la música secreta del ruedo. La banderilla fue de impacto, pero también de gusto, como una nota sostenida en el aire antes del silencio. El broche final lo puso "Generoso", caballo de entrega. Las rosas fueron de gran exposición, como ofrendas lanzadas al viento, y el par de banderillas cortas a dos manos levantó a Bilbao de sus asientos. Fue un instante de comunión, donde el arte se impuso al tiempo. El rejón de muerte, tras un pinchazo, fue fulminante. No hubo trofeo, pero sí ovación con saludos. El público reconoció al jinete que toreó con el alma aún a pesar de los aceros.
El segundo de la tarde, de La Quinta, cruzó el ruedo con andares pausados, como quien anuncia sin alzar la voz. No hubo lucimiento de capa, ni promesa de bravura. Germán González dejó dos puyazos medidos, discretos, como si el toro pidiera respeto más que castigo. Con la muleta, Emilio de Justo comenzó a hilvanar derechazos de hondura, con los riñones encajados y el trazo firme. Toreó con pulso, con verdad, con esa cadencia que no necesita adornos. Pero el toro embestía sin decir nada, con esa embestida despaciosa, casi mexicana, que no se entrega ni se rebela.
De Justo lo llevó hasta el final, tirando de cada arrancada como quien intenta despertar un alma dormida. Pero la conexión no llegó. El toreo fue limpio, pero sin eco. La faena, medida, pero sin música. La estocada fue fulminante, como quien cierra el telón con precisión. Ovación con saludos para el torero que lo dio todo ante un toro que no quiso ser historia.
El tercero de la tarde, de presencia imponente y belleza torera, fue recibido con verónicas rítmicas, como quien acaricia la bravura sin apurarla. Tito Sandoval dejó dos puyazos severos, marcando el compás de una lidia que exigía firmeza desde el primer tercio. Con la muleta, Jiménez se enfrentó a un toro de peligro sordo, de esos que no avisan ni embisten con ritmo, pero sí con codicia. El inicio fue sublime, doblones por abajo que parecían escritos en mármol, como quien impone respeto desde la raíz. Poco a poco, fue tirando de la embestida, muy por abajo, como quien construye una faena desde la paciencia y el conocimiento.
Todo tuvo sentido. La faena no fue un alarde, sino una arquitectura: sólida, medida, sincera. No hubo alharacas, pero sí estructura. No hubo explosión, pero sí hondura. La estocada fue fulminante, como quien cierra el telón con precisión y verdad. Ovación con saludos tras petición, como reconocimiento a quien supo hacer del silencio una obra.
El cuarto de Fermín Bohórquez salió al ruedo con el alma cerrada. No quiso caballo, ni quiso lidia. Fue un toro difícil, de esos que no embisten, que se agarran al piso como si el ruedo les pesara. Pero Guillermo Hermoso no rehuyó el reto: lo enfrentó con temple y clasicismo, como quien sabe que el arte no depende del enemigo, sino del gesto. A lomos de "Jíbaro", dejó dos rejones de castigo, el segundo al quiebro, como dictan los cánones del toreo a caballo. Fue un pasaje de verdad, de ajuste, de pulso. Luego apareció "Berlín", y con él, la magia. Caballo sobrio, elegante, que pisa donde otros no se atreven. Cuatro banderillas al quiebro, plenas de pureza, como quien borda sobre piedra.
El cierre llegó con "Generoso", tres banderillas cortas y un par a dos manos que puso en pie a Bilbao, como si el público reconociera que hay belleza incluso cuando el toro no quiere ser parte del poema. El rejonazo fue fulminante, seco, certero. Oreja de peso ante un toro vacío. Porque a veces, el arte no necesita respuesta: basta con la entrega, la forma, el silencio que sigue al último gesto.
El quinto de la tarde apenas concedió espacio para el saludo. Las verónicas fueron sueltas, como si el toro se negara a ser acariciado. En varas, Juan Bernal firmó dos puyazos sublimes, medidos con la sabiduría de quien conoce el compás del toro que no se entrega. Bilbao lo ovacionó con justicia, reconociendo el arte en el tercio más olvidado. Con la muleta, Emilio de Justo comenzó a torear con despaciosidad, como quien busca la música en el silencio. El de La Quinta, al igual que sus hermanos, no tuvo esa bravura que enciende los tendidos, pero embistió con cadencia, con ese ritmo que no emociona pero sí permite el trazo. Al final, soltaba la cara, como quien embiste sin querer hacerlo.
De Justo puso todo su empeño, tirando del toro con pulso y medida, pero la faena no encontró eco. Bilbao, sabio y exigente, pidió que abreviara, y el torero, con respeto, obedeció. La estocada fue fulminante, seca, certera. Ovación con saludos para el torero que supo leer el momento y cerrar con dignidad una faena que no quiso ser historia.
El sexto de La Quinta, bien presentado, cruzó el ruedo con la nobleza que no se anuncia, pero se intuye. Borja Jiménez lo recibió con verónicas de buen trazo, como quien acaricia la bravura sin apurarla. En varas, Vicente González dejó puyazos sutiles, medidos, como si supiera que el toro traía dentro una música que no debía romperse. Emilio de Justo, en el quite, bordó chicuelinas ceñidas, como pinceladas breves sobre un lienzo que empezaba a latir.
Con la muleta, el inicio ya tuvo picante. El toro se arrancó con alegría, y Jiménez lo esperó en los medios para endosarle una serie de derechazos que hicieron temblar el aire. Qué alegría, qué fijeza. El torero lo entendió desde el primer muletazo, dándole tiempo entre tanda y tanda, llevándolo largo hasta el final de la cintura. Los derechazos fueron sublimes, pero lo mejor estaba por venir.
Por el izquierdo, el toro se convirtió en manjar. Embestidas de seda, humilladas, repetidas sin pausa. Jiménez, asentado, lo cuajó de cabo a rabo, como quien sabe que está toreando no sólo con técnica, sino con destino. “Tapaboca” fue toro boyante, noble, con clase por ambos pitones, pero con el izquierdo como estandarte de la bravura. Fue a por la espada Borja, y el público, arrebatado, pidió el indulto con fuerza. El torero, sabio, optó por prolongar la faena, por mostrar aún más al toro, y la petición se convirtió en clamor. Matías sacó el pañuelo naranja. Indultado el gran “Tapaboca” de La Quinta.
Dos orejas simbólicas para el torero, y la eternidad para un toro que quiso ser leyenda. Bilbao, de pie, aplaudió no sólo una faena, sino un milagro.
FICHA:
Plaza de toros de Vistalegre (Bilbao).- Tercera de las Corridas Generales. Corrida Mixta de Fermín Bohórquez y La Quinta para Guillermo Hermoso de Mendoza, Emilio de Justo y Borja Jiménez. Entrada: Media plaza
Guillermo Hermoso de Mendoza, Ovación con saludos y Oreja;
Emilio de Justo, Ovación con saludos y Ovación con saludo;
Borja Jiménez, Ovación con saludos tras petición y Dos orejas;
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