De Paco Gento os contarán hoy que, al enterarse en Santander de que lo quería el Real Madrid, tuvo que firmar su contrato escondido en un garaje. También que sólo le sacaron la tarjeta roja en dos ocasiones a lo largo de toda su carrera, una en Bilbao y otra en San Sebastián, y en una de ellas fue por decirle a un compañero que mandara a tomar por el culo al árbitro. De Paco Gento os contarán que fue el hombre de las seis Copas de Europa, que ningún futbolista ha ganado hasta ahora tantas como consiguió él, y que cuando este D'Artagnan de Guarnizo vio cómo se iban jubilando Athos, Aramis y Porthos, él fue capaz de reconstruir un equipo entorno a su figura y ganar con los yeyé la sexta Copa de Europa. De Gento os habrán contado que era un buen hombre y de pocas pero selectas palabras, que su padre no quería que jugara al fútbol porque las vacas no se ordeñaban solas y que renunció a la vanidad y que, al final y tras la muerte de La Saeta, se convirtió en presidente de honor del club deportivo más importante del mundo y que eso fue a su vez un auténtico honor para el Real Madrid y, por extensión, para todos los madridistas, pero a mí mi padre me contó que a Gento le salvó Di Stéfano, que vio en él lo que otros no fueron capaces de ver, y le enseñó a jugar Rial. Y que cuando aquella Galerna aprendió a controlar el viento que provocaban sus rápidas zancadas, cuando aprendió a ver y no sólo a mirar, se convirtió en el mejor extremo izquierdo del fútbol mundial, un puñal imparable que, al contrario de lo que muchos puedan pensar, no construyó su leyenda corriendo sino al frenar. Gento avanzaba y, de repente, frenaba en seco y, cuando con él frenaba también el defensa rival, arrancaba de nuevo dejándole atrás. Todos sabían lo que iba a hacer pero nadie era capaz de pararlo. Claro que, ¿cómo se para a una galerna del Cantábrico?
Hoy no sólo ha muerto uno de los mejores futbolistas de la historia sino también una buena persona, cuestión ésta que no resulta en absoluto baladí y menos aún en los tiempos que corren. Con demasiada frecuencia nos encontramos con estrellas, también del deporte, que son auténticos imbéciles pagados de sí mismos. Y, del mismo modo que nos hemos acostumbrado por ejemplo a que el gobierno de España pacte sus presupuestos con la ETA, hemos blanqueado ese comportamiento dando inmediatamente por hecho que cuando uno tiene el superpoder de marcar muchos goles o encestar desde muy lejos su comportamiento personal debe ser igual de anormal. Cuando Gento iba caminando por la calle se le iban cayendo Ligas y Copas de Europa de los bolsillos y, pese a ello, no se conoce que nunca tratara mal a nadie ni respondiera con condescendencia o mirando por encima del hombro, que era por cierto el hombro de una estrella del deporte universal. Al contrario, don Francisco Gento eligió, escogió ser un hombre normal, uno celoso de sus cosas y de su privacidad pero respetuoso, sencillo y cariñoso.
Entre todas las fotos que he visto hoy y que tenían como protagonista al presidente de honor del Real Madrid, una me ha llamado la atención: Gento, Di Stéfano y Puskas paseando por la capital, probablemente la Gran Vía, los tres insultantemente jóvenes y vigorosos y, desde hoy, los tres en el cielo de los futbolistas, que debe ser una de las secciones del cielo más entretenidas. Menuda tripleta atacante. Una BBC sin serlo. En El club de los poetas muertos, el profesor Keating le dice a sus alumnos que no leemos o escribimos poesía porque sea bonita sino porque forma parte de la raza humana. También el fútbol. A su manera, Paco Gento hizo poesía con un balón entre los pies. Doy fe de ello porque yo le vi jugar a través de los ojos de mi padre. Descanse en paz, maestro, ya se le echa de menos aquí abajo.
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