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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 30 de enero de 2022

¡Victorino, pon una sucursal en México! / por Jorge Eduardo


Durante mucho tiempo se ha señalado a nuestros saltillitos de ser causa y motivo del declive de la fiesta en México. Un torito comodito y colaborador del que se esperó cada vez más docilidad. Así fue, hasta que un buen día nos hallamos deseando que se sostuvieran en pie, y de ahí en más sería ganancia. Salvo un grupo de ganaderos escrupulosos, el resto de los encierros tienen las mismas características. Da igual si son saltillos, parladés, o marcianos.

¡Victorino, pon una sucursal en México!

México, 28 Enero 2022
La fiesta de toros no remonta en México durante las primeras semanas del año 2022. Y para mas INRI, no hay indicios de una probable recuperación cualitativa, ni cuantitativa.

El 30 de diciembre del recién fenecido 2021, tuvimos el privilegio de ver la corrida de toros del año. Victorino Martín embarcó seis toros que recorrieron un dilatado trayecto entre Cáceres, en Extremadura, y Calí, la metrópoli del Valle del Cauca, en Colombia. Además de su impecable presentación, cuatro de los seis ejemplares resultaron magníficos. Bravos, emotivos, fieros, pero también nobles y de una calidad superlativa.

Por si no fuese suficiente, Luis Bolívar y un Emilio de Justo en estado de gracia protagonizaron tremendo agarrón, uno defendiendo su lugar de privilegio entre los diestros cafeteros, y el otro reivindicando su vitola recientemente obtenida de figura del toreo. Otro tremendo acierto de la empresa Tauroemoción de Alberto García fue difundir la corrida por Canal Plus, revistiendo de trascendencia internacional al serial caleño.

Victorino hijo, a cargo de la vacada desde la muerte del patriarca, declaró al respecto del celo con el que maneja su ganado. Además de un impedimento sanitario, el ganadero hizo constar que no sobreviviría ninguno de los astados embarcados a Cali, simple y sencillamente porque esa es su voluntad. Todo el esfuerzo que le tomó a la familia amasar el abolengo del hierro de la A coronada, sustentado en la casta y bravura de la sangre Albaserrada que han depurado durante décadas, no está a la venta como pie de simiente, y sanseacabó.

En México el summum tauromáquico lo representó la gira de Morante de la Puebla por tres cosos en enero: Provincia Juriquilla, San Luis Potosí, y Tlaxcala. Solo en la segunda tarde el andaluz pudo prodigarse, con muchos asegunes. Puso banderillas e hizo toda clase de filigranas, esas muy suyas, frente a una res mortecina de La Punta. El de la Puebla lució a medias. Dos orejones se presumieron como el saldo junto a otras tantas que cortó El Payo. Octavio jugueteó entre los pitones de otro bovino tambaleante con la lengua de corbata.

Lo verdaderamente alarmante es que la ganadería jalisciense estrenó (o por lo menos yo no la había visto) su línea de encaste Parladé vía Juan Pedro Domecq. Valga recordar que esta renovada Punta tan solo heredó el nombre, el hierro, y las tierras de su antecesora de abolengo. Estos domecqs, venidos de La Joya y Santa María de Xalpa, en poco rememoraron a aquellos fieros gameros cívicos de imponente corpulencia, que alcanzaban tonelajes inusitados para la tauromaquia en México, y que, sin un solo pelo blanco en sus carnes, regaron los ruedos nacionales de pura casta Parladé desde la década de los 20 hasta la de los 70 del siglo pasado.

Durante mucho tiempo se ha señalado a nuestros saltillitos de ser causa y motivo del declive de la fiesta en México. Un torito comodito y colaborador del que se esperó cada vez más docilidad. Así fue, hasta que un buen día nos hallamos deseando que se sostuvieran en pie, y de ahí en más sería ganancia. Salvo un grupo de ganaderos escrupulosos, el resto de los encierros tienen las mismas características. Da igual si son saltillos, parladés, o marcianos.

Un buen ejemplo fue la corrida de Tlaxcala. Llovieron los palos sobre del festejo que organizó Palillo Álvarez, que se valió del prestigio de algunos ganaderos para vender un espectáculo que solo existió en el papel. Morante se enfrentaría a las atroces ganaderías tlaxcaltecas y su “concepto equivocado de bravura”, como escuché decir en alguna ocasión. Una vez más Antonio de Haro levantó el pecho por el toro mexicano, y echó el ejemplar de la tarde por juego y trapío. Muy equivocado está, afortunadamente para la fiesta en México.

Para sorpresa de nadie, y quién sabe por qué artes y misteriosos procedimientos, más antitaurinos que cualquier activista, el sevillano pechó con los toros menos tlaxcaltecas de la corrida, pero sin llegar a la exageración de matar al de La Joya, que era otro atractivo de la tarde. El de Reyes Huerta fue, irónicamente, un toro bastante complicado con el que Morante evitó la fatiga de imponerse. El de Montecristo, casa en la que estuvimos recientemente y comprobamos la seriedad de sus procedimientos en la tienta, no solo fue más de lo mismo, sino peor. Petardo.

¿Qué pasa, entonces? ¿Quién tiene la culpa? ¿El toro que sale a tirar cornadas sin deberla ni temerla? ¿La sangre que lleva en las venas? ¿El equívoco de criar este encaste desde hace más de un siglo y no otro? ¿O será que los factores decisivos son humanos, con voluntades, intereses, nombres y apellidos? Algunos contrastes entre esta discreta industria que parece sabotearse a sí misma en las fechas de grandes expectativas y otras me llevaron a las siguientes reflexiones.

Este segundo año inusual nos ha enfrentado a un enero sin toros. En tanto, cultivé otra de mis aficiones como no lo hacía desde que empecé a ir a los toros cada domingo: el futbol americano. Este fin de semana, la NFL alborotó el avispero de la cobertura mediática que recibe su producto. La ronda divisional de postemporada se verificó con cuatro juegazos, que vaticinan unas finales de conferencia de alarido. Si usted no se está relamiendo los bigotes por verlas, reconsidérelo.

Por supuesto que la comparación tiene bemoles. Ambos espectáculos divergen notablemente. Sin embargo, uno cumple cuando ofrece el mejor espectáculo echando mano de sus mejores elementos, y el otro no. ¿Se imagina usted que el empresariado de esta poderosa industria tomara decisiones deliberadas para socavar el producto en favor de algunos de sus participantes? Mucho se ha especulado sobre Tom Brady, pero ¿Se imagina que no se conociera qué jugadores conformarán la defensiva del equipo contrario al dicho personaje el mero día del juego? Una acción tal golpearía de sobremanera la credibilidad de la liga y sería un desastre.

En su transmutación de una gran industria a un discreto feudo de caciques medianitos, la tauromaquia en México ha adoptado toda clase de medidas empresariales para proteger a un negocio que nadie entiende a ciencia cierta cuál es. Si se tratara de vender boletos, sería primordial echar mano de cualquier recurso publicitario. Exhibir al ganado que se lidiará no solo es un acto de ética taurina, sino que también es publicidad. Es nada más y nada menos que comunicar la oferta por la que se cobrarán cantidades sonrojantes como las de Tlaxcala por ver a Morante.

Figúrese usted, a la NFL tratando de venderle a sus mercados alguno de estos partidos sin anunciar, por ejemplo, si Brady se las tendría que ver con Aaron Donald, o si Nick Bosa iría tras la cabeza de Rodgers bajo la nieve. O peor aún, si los dichos linieros defensivos aparecieran en el campo con los brazos recortados, o se sustituyeran por chicos de 15 años, o peor aún, hasta las dos cosas al mismo tiempo. Ese espectáculo no solo sería poco atractivo para el público y para el dinero de la televisión, sino que, con toda razón, plantearía dilemas éticos para los espectadores y los participantes, ¿No le parece?

Mientras tanto la fiesta en México avanza tambaleante sin asumir estrategias de vanguardia, pero sin reivindicar tampoco sus raíces, ni las premisas básicas que la sostienen como espectáculo. En esta ocasión hablamos de Morante, pero cuántas de estas observaciones pudieran aplicarse a las actuaciones de toreros –con todo respeto– a años luz de distancia de José Antonio. Es evidente que, si la fiesta de toros en México aspira a subsistir con algún decoro, debe romper de cabo a rabo con la forma en que se plantea el espectáculo hoy por hoy, y con cualquiera que se interponga en el camino de los pretendidos nuevos tiempos.

En fin, que tal parece este invierno solo Victorino, el artífice de la gran tarde de Cali, ha actuado en consecuencia de las necesidades reales de la fiesta, y no aparece ni uno más en el horizonte. Pero da la casualidad de que Victorino no quiere compartir sus toros para reforzar nuestra industria, cada vez más pequeña. Y viendo que ni la sangre divina cuaja en México, tal vez tenga razón en negarle su simiente a las manos de estómago que manejan nuestras corridas y nuestros toros. Lo único que nos queda entonces es rogarle: ¡Victorino, por favor, pon una sucursal en México!

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