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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 29 de abril de 2022

La discrepancia / por Pla Ventura

Hay que discrepar, saber diferenciar a lo que es un toro auténtico con un borrego adulterado que nos lo hacen pasar por toro. Es el caso de lo que pasara en Sevilla el domingo de Resurrección con los bicornes de Juan Pedro que, tenían de todo, menos lo que debe de tener un toro bravo. 

La discrepancia

Pla Ventura
Toros de Lidia / 28 abril, 2022
He repetido hasta la saciedad que, los toros, una vez en la arena, todos parecen toros de verdad pero, si profundizamos en la cuestión muy pronto entenderemos lo que es un toro auténtico y o que es un burro con cuernos o, en su defecto, un animalito santificado para el uso y disfrute del torero. Ante todo debemos de convenir que, el torero, por regla natural, debe de acudir a la plaza a jugarse la vida y, a poder ser, armar una obra lo más bella que el toro le permita. Eso sí, si acudimos a la plaza a sabiendas de todo lo que pasará y, para colmo, acertamos, esa es la razón por la que la gente ha abandonado la costumbre por ir a los toros.

Hay que discrepar, saber diferenciar a lo que es un toro auténtico con un borrego adulterado que nos lo hacen pasar por toro. Es el caso de lo que pasara en Sevilla el domingo de Resurrección con los bicornes de Juan Pedro que, tenían de todo, menos lo que debe de tener un toro bravo. Como dije, toros sin casta, sin fuerzas, sin ánimos para repetir quince embestidas; vamos, un caos al más alto nivel. Claro que, el pasado domingo, en Alba de Tormes, Justo Hernández lidió una corrida suya a nombre de Garcigrande que tenían toda la santidad habida y por haber en lo que a un toro se refiere. Mucha santidad, es cierto, pero sin el menor atisbo de emoción porque nadie palpó que dichos toros tuvieran peligro alguno. Y con esos bichejos se han empeñado en hacer figura del toreo a Tomás Rufo y seguro que lo logran porque el chaval no tiene malas maneras.

Verán, yo no quiero el toreo pluscuamperfecto que propician esos animalitos porque no trasmiten la más mínima emoción y, sin ese valor añadido que produce la emoción, la fiesta queda parodiada hasta los extremos más inverosímiles. Prefiero mil veces el toro con peligro, con casta, con fiereza antes que con el animalito domesticado en el que, en el transcurso de la faena todo el mundo come pipas y, lo que es peor, no se escucha un solo ole en el devenir de cada muletazo. Esa es la fiesta del aburrimiento, el adocenamiento y, por ende, la del fraude total porque si no existe un toro encastado en la plaza, ¿a qué aspiramos?

Insisto que, el torero tiene que ir a lidiar cuando se enfrenta a un toro bravo, nada de ponerse bonito que, como se demuestra, es la norma general, razón por la que han echado al público de las plazas. Como antes decía, Tomás Rufo lleva cinco corridas de toros desde que se doctoró el año pasado y, en todas ha salido en hombros pero, ¿con qué clase de toros? Con los amaestrados y diseñados para las figuras y, como el taurinismo así lo ha decidido, él ya es figura del toreo. Pura entelequia la de este chico al igual que todos los que participan en la farsa de las figuras.

Si tiramos de memoria nos acordamos de muchas faenas que tanto nos emocionaron el año pasado, muchas son las que podríamos enumerar pero, me quedo con la de Manolo Escribano el pasado año en la corrida de inauguración de la temporada en Las Ventas con un toro de Victorino Martín, un modelo de toro en todos los sentidos que, por supuesto, no se lo puso sencillo al diestro de Gerena que, con sus imperfecciones, llevó a cabo una faena emocionantísima que le valió una oreja de pura ley. Dicho toro, en cada muletazo, nos ponía los pelos de punta porque todos entendíamos y palpábamos que Escribano se estaba jugando la vida. Un toro que, de haberle regalado seis embestidas más, Escribano hubiera cortado las dos orejas con tremenda rotundidad. Como fuere, el diestro estuvo a una altura insospechada y, lo que es mejor, en cada muletazo su hacer calaba en los tendidos. Dicho diestro, al margen de otros importantes éxitos obtenidos, llegó a Sevilla por San Miguel y le cortó las dos orejas a un Miura que, como pudimos ver, de igual modo le pidió el carnet de torero, una acreditación que, llegado el caso, muchos no podrían enseñar. Y, dentro de unos días, para seguir De Justo,“aliviándose”, Escribano matará los seis toros de Miura en La Maestranza. ¿Cabe dicha más grande?

Y, sin ir más lejos, en la corrida del domingo de Ramos en Madrid, fijémonos en el toro que volteó e hirió a Emilio de Justo, un tío con toda la barba; un animal que enardeció a los tendidos y puso a prueba a  con la fatalidad de que, tras la estocada, todos sabemos lo que pasó y, para colmo, pese a que él no pudo continuar la lidia, los ejemplares que lidió Álvaro de la Calle ya vimos qué clase de toros eran y, para colmo, algunos, hasta embistieron de lujo, pero siempre bajo el estigma de lo que es un toro de verdad. De igual modo, los dos corridas siguientes que se celebraron en Madrid tras el festejo aludido, los animales lidiados con más o menos bravura, pero todos con el fundamento del toro auténtico. Digamos que, eran toros que pedían toreros. Casi nada he dicho yo. Lo digo porque, la moda, en la actualidad, estriba en que los toreros solo buscan ponerse bellos, hacer la faena soñada, pero sin el elemento toro. ¿Y tal manera quieren emocionar? Desde luego que si tuvieran que ganarse el contrato siguiente por la emoción producida en el contrato anterior, muchos ni se enteraban.

--En la imagen vemos a Thomás Dufau enfrentándose a un toro auténtico y, lo que es mejor, en Madrid.

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