'..los toreros no creen en la suerte. Piensan que su destreza no se equivoca y es capaz de dominar al toro, pero olvidan que su embestida sí se puede equivocar. Por eso, el torero ha de tener valor, una conducta inexplicable y admirable..'
El toreo y la suerte
José Carlos Arévalo
La suerte no se hace, se tiene. Pero el toreo es un arte transgresor y dice que torear es hacer la suerte. Una definición abusiva y atrevida, aunque incierta. Porque todas las suertes están compuestas de hacer y de azar. Y de no ser así, el toreo sería una ciencia exacta, no un arte.
Por supuesto, los toreros no creen en la suerte. Piensan que su destreza no se equivoca y es capaz de dominar al toro, pero olvidan que su embestida sí se puede equivocar. Por eso, el torero ha de tener valor, una conducta inexplicable y admirable.
Sin embargo, lo que el torero no puede torear es el viento, que destruye las órdenes de los engaños, o la lluvia, que embarra la arena y desvirtúa las embestidas y la firmeza del torero. En la pasada feria de Fallas, de la que solo he visto en mi ordenador tres festejos, me han conmovido dos casos distintos de mala suerte, el del novillero debutante Simón Andreu y el del matador imparable Borja Jiménez. Dos casos opuestos, pues al novillero lo vencieron los elementos, y el matador fue cogido por no hacer el toreo en la suerte suprema.
La mala suerte del novillero se debió a un factor ambiental absolutamente inédito: la luz. Sucedió en el sexto novillo de la tarde, un toro bravo y de perfectas hechuras, tan prometedor que hubiera sido un acierto suspender el festejo en el quinto novillo. Pero fue comprensible la voluntad de torear que animaba al novillero. Su muy deslucido primer novillo no le había dado la menor opción y el que le esperaba dentro debió de cantar su condición desde la mañana en los corrales. Una lástima. Lo que nadie pudo prever fue el imprevisible elemento ambiental enemigo del toreo: la luz eléctrica que transformó el ruedo en un espejo fosforescente. Y el de Fuente Ymbro, que quería humillar, no podía porque lo deslumbraba el ruedo, y embestía con la cara alta, lo que impidió al torero rematar los pases por abajo para reducir su encendida casta y reunirse con temple a las bravías embestidas. Jodido debut en Valencia de un torero que anunciaba en su trazo condiciones para ser gente.
La suerte mal hecha de la estocada por un torero, Borja Jiménez, que sin embargo hace todas las suertes de capa y muleta con conjunción, arte y mando, incluso en la fase de ascensión y pelea que lo está llevando a la cumbre, ese período en que los toreros deterioran su trazo al servicio del triunfo, lo condenó al quirófano en su primera salida del año a una feria importante. Pero tuvo suerte, muy buena suerte, porque la cogida dio la impresión de que había acabado con él para siempre. Y el destino quiso que no fuera así.
Duele hacer crítica a un torero que se tiró a matar o morir. Pero hay que hacerla. Es inconcebible que disponiendo de un mando deslumbrante, basado no solo en el valor sino en una destreza que le permite recrearse hasta con el toro más incierto, muestre una indigencia tan extrema al hacer la suerte suprema. Y el problema no radica en su baja estatura, como alegan muchos aficionados. Del posible torero más bajo de la historia, Minuto, decían los críticos del pasado que era un excelente matador. No, el problema no es la altura. La cuestión estriba en hacer que el toro humille y descubra la cruz un instante antes del cruce y entonces meter la espada con contundencia mientras la muleta tapa el mundo al toro y conduce su embestida. Lo que no puede ser es perfilarse a un kilómetro de distancia y tirarse encima de los cuernos. La suerte de matar se llama suprema porque entraña más azar y, por tanto, más toreo. Me desconcierta que un torero tan bueno mate tan mal, con un valor suicida que contradice su valentía, su destreza y su arte en el resto de las suertes.
Por lo demás, la dramática cogida de Borja Jiménez tiene un mensaje que reivindica la ética consustancial al toreo. No hay sacrificio animal alguno en todo el orbe como la muerte a espada del toro de lidia. Ninguno pone como precio que su ejecutor se juegue la vida. Ninguno provoca un efecto tan catártico, tan liberador como la muerte del toro en la plaza, pues con ella se desvanece el peligro letal que inunda el ruedo. La lidia y muerte del toro bravo es la antítesis de la muerte del bovino en el matadero industrial. Lástima que el actual apagón informativo padecido por la Fiesta oculte la condición heroica del arte de torear. /Burladero.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario