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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 13 de marzo de 2025

Hughes. Atlético, 1 (2)- Real Madrid, 0 (4) Otro éxodo de oscuras golondrinas / por HUGHES



'..Simeone, con su aspecto de aparcachoches, disfrutaba, pero sufría porque disfrutaba. Su cara era la del que nunca descansa. Su pasión es nuestro sufrir y viceversa..'

Hughes. Atlético, 1 (2)- Real Madrid, 0 (4)
 Otro éxodo de oscuras golondrinas

Hughes
Pura Golosina Deportiva

A medida que uno cumple años va entendiendo eso de "partido no apto para cardíacos". No son edades, ni son épocas, para tanto padecimiento... ¿Era necesario para vencer al Atlético de Gallagher, Barrios, Simeone Jr. y De Paul?

Antes del partido, la entrevista a Ancelotti mostraba a un hombre sin ánimo, entristecido, con un abrigo oscuro como de luto.

No tendrá nada que ver, pero a los 30 segundos el Atlético encontró lo que ansiaba más que el oro: el gol. No tuvo que destruir nada de fútbol, no tuvo que penar en sus minas para lograr ese 1-0 que le permitía ser lo que prefiere: un marmollillo nihilista.

No era posible colocarse en peor disposición para el partido. En el gol, junto a Tchouaméni no estaba el otro pivote, Modric.

El Atlético, que de verdad celebraba el gol como una lotería, se encerró y el Madrid comenzó un largo ataque en el que la pelota viajaba de banda a banda a velocidad media, nunca la suficiente.

Vinicius aparecía en su lugar mejor, y era al menos una referencia saludable. Un lugar al que acudir.

La postración defensiva del Atlético cuanto más larga, más aviesa. Podía hacer un efecto ventosa. Atraer al Madrid a su de profundis, tragarse al Madrid y aprovechar cualquier fallo... Todo eran espacios para el Atlético, todo eran estrecheces para el Madrid.

Simeone, con su aspecto de aparcachoches, disfrutaba, pero sufría porque disfrutaba. Su cara era la del que nunca descansa. Su pasión es nuestro sufrir y viceversa.

La única posibilidad era un balón muy largo de Belingham para la carrera de Vinicius con el velocista vigoréxico Llorente. O sea, había una extenuación individual y una combinación directa, pues eso es el Madrid casi siempre: dos que se entienden y, como mucho, en el mejor de los casos, tres, cuando se consigue una terna lateral, medio y delantero.

Había miedo. Asencio, seguramente de forma injusta, producía todavía una reticencia.

Vinicius era como la tranquilidad, lo que más se buscaba, y atacaba contra tres. En uno de esos intentos agónicos, en el suelo, consiguió meter en el área un balón que un colchonero detuvo con la mano. La mano era clara pero no se pitó penalti y se produjo ese efecto psicológico por el que nos quedamos, a falta de otra, con la explicación del narrador Martínez: una mano natural, se dijo.

Conocíamos la mano invisible, la mano negra, la mano tonta, pero no la mano natural...

El Madrid tenía le pelota pero la movía con miedo. Cada ataque, por supuesto individual, abría espacios de velocidad para el insidioso rival y había que pensárselo mucho. Cada iniciativa exigía un cálculo muy rápido, casi electrónico, de riesgo y rentabilidad. El que mejor lo calibraba era Vinicius, el que peor, Rodrygo.

El miedo que pudiera provocar el Atlético se iba aclarando, concretando: llegaba por Julián Álvarez, que era cogerla, correr y chutar. Courtois sacó una mano, pero no natural sino todo lo contrario. Fue una mano, como si se estuviera quedando manco.

En el campo había padres e hijos: los Simeone, los Ancelotti. Esto indica que en el gran fútbol se aprecia un plus de lealtad, de confianza superior.

La llegada del Madrid en la primera parte fue un disparo modosito de Rodrygo a la media hora. Mbappé no se encontraba, perdía balones, y alguien se podía preguntar si era un acierto haber perdido un centrocampista para eso.

La conexión entre Rodrygo y Mbappé era especialmente calamitosa. Eran una pareja que provocaba consternación.

Ya por entonces, media hora del partido, Tchouameni estaba muy bien. Cómo empezó el año y cómo está ahora... Le sacaron una amarilla por enmendar a Bellingham, que no bajó. Tchouameni no hizo aspavientos ni le dejó en evidencia. De esas cosas o de la ausencia de esas cosas también se hacen las reputaciones.

El Madrid no tenía esa imantación magnética de los equipos europeos a estas alturas. Era un conjunto de iniciativas, de debilidades...

El Madrid, con mucho esfuerzo, con un ataque previsible, impotente por dentro y reumático de alas, tampoco tenía atrás la energía suficiente para atacar con alegría, con arrojo. Sus ataques eran, por ese lastre, temerosos, apocadísimos...

No jugaba bien el Madrid, pero el Atlético tampoco y los elogios que recibía eran aplausos al nihilismo. ¡Qué pasión oscura! Parte del miedo era ambiental, la sensación de estar en el fondo de una psique en la que lo odiado eres tú, el objetivo eres tú... Jonás madridista dentro de la ballena metropolitana, no había luz alguna.

Renqueaba el Madrid como bloque sin ganar a cambio lo suficiente por inspiración individual. En esos minutos se evaluaba el criterio compositivo de la temporada.

Mbappé despertaba una sensación de esperanza liviana, de paloma coja que no termina de, la sensación del penúltimo Butragueño. Pero es verdad que todos le teníamos la vela puesta.


El atasco era tal que tenía que construir Valverde. Volvió a pasar eso. Lo que no pensara o afluyera él desde el lateral acrecentado no saldría...

De repente, Simeone celebraba algo. Saltaba. Brincaba por algo... Por un esprín que lograba un córner. Qué logro, qué epopeya. Con ese inmenso botín se llegaba a la primera parte.

SEGUNDA PARTE

Del descanso salimos con una frase en la cabeza: "Hay que estirarse en la pérdida", que podía significar "hay que sacar unas medias noches en el sepelio".

El Atlético, con humor, intentó marcar en el 46: otra vez Julián Álvarez contra Courtois, y eso era todo. No había más argumento, ni lo hubo después.

Modric, amojamado total, se lanzaba al tackling como un jubilado se levantaría a cambiar de canal si hubiera perdido el mando entre los cojines.

Tchouameni lo intentaba con la zurda desde Moralzarzal, lo cual era una buena decisión porque al menos nadie le cogería la espalda.

El Madrid crujía, su sonido era el de resistencias quejándose, como las naos del imperio al final, ya desvencijadas...

La tenencia de la pelota era tenencia muy calculada, claro que el riesgo estaba en cualquier lugar. Mendy, por ejemplo, se cayó de repente como un handicapé. Diríamos hasta que se autocayó. No es que le costara controlar, es que le costaba pisar. Luego se daba golpes en su pierna mala, como si no fuera del todo suya.

Tchouameni, con su amarilla fosforescente encima, era medio Madrid, la verdad. Había una cama chicha, una espera a no se sabía qué. Era necesario cambiar, pero ¿a quién quitar? Se vio en esos minutos que el método Ancelotti es alargar la fe, dar a los jugadores un poco más de lo que merecen. No imponer la idea, ni la necesidad, y dejar que agoten su sino en el partido.

En el 55 se produjo la primera jugada con colmillo, una apertura de Rodrygo con centro a nadie.

Mbappé aun estaba encerrado en una cárcel rojiblanca (qué infierno, por cierto, qué presidio turco)... Mal si simplemente estaba, mal si lo intentaba.

Ancelotti cambió el doble pivote: Camavinga y Valverde, y el Madrid se hizo mejor por décimas, por algo infinitesimal. Tenía la pelota y había más espacios, centímetros nuevos.

Lo justo para que Mbappé saltara de su jaula como un tigre con hambre sindical. Pudo encararse, olisqueó el espacio, la sabana, la libertad de la naturaleza, y tris, tras, cortó a los dos centrales con un movimiento que no tiene nadie. Fue penalti y ¿por qué tenía que tirarlo Vinicius? Sobrecarga de energías psíquicas en un jugador de pie no del todo depurado. Falló Vinicius y falló Ancelotti, que no ha sido capaz ni de elegir al lanzador de los penaltis.

El fallo de Vinicius provocó el estallido de la grada. Entonces, ¿para qué saltaba y la arengaba Simeone? Movimientos de populismo argentino recalcitrante o algo así, tics de barra brava, cosas incomprensibles.

Ancelotti hizo su segundo gambito y sacó a Brahim de modo que a la pareja del centro del campo añadió la pareja suya con Brahim por la derecha. Fueron lo más vivo del Madrid o quizás solo lo más vivaracho.

Pero el Madrid se sobrepuso al palo del penalti. Volvió a mandar, volvió a querer. Demostró entereza y una voluntad positiva, realizadora.

De repente, un plano: Camavinga atando los cordones de Mendy; ¿pero es que tampoco sabe usar las manos? No, por favor, agrio comentarista bilioso, es que estaba lesionado.

Era el momento. Fran García se ponía la camiseta, no sin antes enseñar su torso desproporcionado de Ned Flanders

Fran García salió y se persignó muchas veces (y nosotros como él). Era como un torero o a lo mejor como un camionero que llena de estampitas la guantera.

Ancelotti sacaba el género mientras que el Cholo, que no puede evitar ser cicatero (esto de verdad que es de psiquiatra) lo guardaba para más adelante... ¿para cuándo?

El partido era ya una batalla histórica. Perder era morir. El césped era un campo donde en el futuro se harían ofrendas, se reunirían los jefes de Estado.

El cansancio y la tensión parecían una ventisca, la nieve de Stalingrado. El realizador, consciente, mostraba primeros planos de personas equivocadas.

Los de arriba cometían perdidas exasperantes. Estaban secos. Pero ¿por qué se seguía confiando en la renovación del espíritu inmortal madridista? ¿No es eso técnicamente fascismo? ¿Por qué se seguía esperando un renacimiento grandioso si las alas abiertas eran Lucas y Fran García?

"El futbol es lo más democrático", dijo alguien ínclito, y el calambre llegó entonces también a las piernas tatuadas del Atlético. Al mismísimo De Paul. Las caras de sus calcamonías tribales de repente mostraban un rictus mortuorio.

¿Estaba perdiendo tiempo el Atlético? Lo vimos claro: ¡no les importaba perder! Comprendimos con horror (un horror acrecentado por las caras de los tatuajes acalambrados) que el Atlético se destruiría muy gustosamente para que no pasara el Madrid, que su objetivo no era ganar, sino que pudiera perder el Madrid.

Era como jugársela con un kamikaze. O con quien ha muerto tantas veces que no le importa una vez más. Abrazados a su nihilismo llevarían al Madrid a los penaltis.

Empezaba así la prórroga, con enigmáticos planos de Vallejo.

PRÓRROGA Y PENALTIS

Por donde Fran García había encontrado el Atlético una vía de entrada irrechazable. Es decir, ni siquiera el Atlético podía evitar atacar por ahí de lo clarA, blanda, tierna que estaba la zona. Fran García, además, se iba al ataque con la confianza de un Roberto Carlos y el gran susto se lo dio Correa en la jugada de vuelta.

Pero ahí, como en una fractalidad con la que lo cósmico resuelve ser generoso, encontraba el Madrid cierto alivio porque al ser Fran García tan sumamente frágil, el Atlético se proyectaba, lo que generaba espacios nuevos y posibilidades para el Madrid.

Digamos que el gran motor del juego en esos minutos fue, de un modo involuntario, Fran García.

Arriba era el Madrid perdía balones sin parar, como esas máquinas que escupen pelotas de tenis caóticamente.

Simeone sacaba cambios, hombres frescos en la prórroga. Esto aumentaba, por contraste, el agotamiento madridista. Bellingham, que se crecía, cortaba balones y le daba una gran bronca a Vinicius por no bajar. Abroncaba a Vini por no ayudar en la defensa cuando minutos antes le había hecho elevar el rostro tras fallar el penalti. El brazalete ético ya sabemos quién lo lleva.

Me maravillará siempre cómo, en una de las últimas llegadas, gota de agua para el sediento, el ego de Lucas Vázquez decidió intentar una falta por la escuadra.

En el descanso de la prórroga, Simeone aún encontraba razones para dar más instrucciones.

El Madrid era como una larga caravana que ha resistido a varios ataques indios. Bellingham y Valverde se pusieron al frente y arrastraron al equipo con una grandiosidad de Di Stéfano. Bellingham se rehízo admirablemente y quiso mandar, sin poder mucho, y hasta Mbappé se lanzó a taclear como poseso. Ese Mbappé había comulgado el Espíritu Madridista. Ya era, ya sería por siempre uno de los nuestros.

Ancelotti todavía se guardaba un as, o una última posibilidad de torturar a Endrick y lo sacó muy al final, aunque el objetivo, parecía retirar a Vinicius de la tanda de penaltis.

Llegaron los penaltis y Ancelotti seguía con las manos en los bolsillos. No las sacó en todo el partido.

El Atlético había tenido mucha suerte en la eliminatoria, pero en el cielo de Madrid, no muy lejos de San Blas, se dibujó una aciaga figura astral. La Constelación Pupas. El fallo de Julián Álvarez fue una sorpresa del reglamento para muchos (el infinito reglamento del fútbol, nuestra auténtica Constitución), que ni lo creían posible: darle en semifallo con el otro pie y que el gol no suba. Luego falló Llorente pero no Rudiger, aunque su gol tuvo un suspense. Oblak tocó la pelota y aun pudo sacarla pero vencido ya no tenía manos, ni piernas, solo un tronco impotente que miraba como un pez fuera del agua. Fue, sí, una muerte cruel para el Atlético. Pero totalmente merecida.


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