
'..Salt es la demostración de la política suicida de España. Alguien que está en la bañera con las venas abiertas se levanta a tomar, además, un bote de pastillas..'
Salt n’ PP
HUGHES
Mientras esperamos a que salga una nueva sobrina de Ábalos de nombre Irina, y vemos construir la superestructura giratoria de la falaciaasociativa:
Sánchez=Trump=Putin=Hitler=Orban=Vox=Podemos=Bildu=ETA… se habla poco de lo de Salt.
Lo de menos allí han sido los altercados, los aldarulls, bonita palabra que ya tuvimos ocasión de aprender.
Lo llamativo es descubrir la demografía de Salt, donde casi el 80% de los niños que nacen son de padre extranjero, siendo foráneo el 40% de la población, lo que convierte a Salt en un proyecto cosmopolita muy conseguido, además, por supuesto de un ejemplo de convivencia lingüística que exigirá, como siempre, más acciones contra el uso social del español.
No es previsible que Marc Giró, el penúltimo catalán que nos toca soportar por el arancel del humor, haga un monólogo en TVE sobre el imán okupa como el que hizo sobre la comunitat balansiana,
En cierto modo, Salt ya era una zona no go antes de que tomaran la comisaría como en Fort Apache, aquella peli de Paul Newman, cuando el Bronx parecía algo muy exótico.
Salt es como una españolada de Ozores en la que hay de todo salvo la señora en braguitas que no puede ser porque va con velo o vestida de recogedora de setas catalana. Entre las protestas aparece un Sindicat d’Habitatge que ha denunciado «racismo inmobiliario». El imán, con nueve hijos, trabajando él, trabajando ella, llevaba años sin pagar la cuota del piso que, por supuesto, era de un fondo buitre. Hubo desahucio y luego no se le pudo reubicar porque no era «vulnerable», categoría socialdemócrata y por tanto superada que hubo que sustituir rápidamente por otra de emergencia para darle la razón o el piso.
Vemos en Salt que una posibilidad de islamoizquierdismo puede llegar por la vivienda antes que por la alianza, tampoco descartable, con el feminismo.
Estos días se publicaba en Inglaterra unos datos sobre la relación entre inmigración y delincuencia. Los inmigrantes, especialmente de algunos países (Afganistán, Somalia, Marruecos…), tienen más probabilidades de cometer los delitos más violentos y los delitos sexuales. Inglaterra está importando violaciones, entre otras cosas.
El argumento socialista a favor de la inmigración es asistencial: seamos solidarios; el liberal, económico: esto nos conviene (los segundos no son menos intransigentes que los primeros al defenderlo). Pero cada vez hay más datos, aunque se oculten, sobre la sostenibilidad del fenómeno. En los Países Bajos, un estudio reciente afirma que el impacto fiscal neto de la inmigración es positivo cuando proviene del mundo anglosajón y Japón (muy positivo) o de Europa Central y Occidental (de más a menos). En el resto de casos, va compensando poco hasta ser muy negativo.
A los empresarios les parecerá bien que llegue mano de obra barata, pero ¿qué dirán los trabajadores que deban sufragarlo con sus impuestos o reduciendo su acceso a los servicios públicos? Esto por lo que respecta a la «clase obrera», público clásico de la izquierda; en cuanto a las mujeres, su última clientela, ¿cómo reaccionarán a la inseguridad?
El feminismo está consiguiendo velar (valga la expresión) el fenómeno, pero no existe un equivalente para controlar el voto obrero o popular (¿Qué les pasa a los hombres? se preguntan, como en una Cosmopolitan, en El País)…
Ni siquiera esto es lo fundamental. Lo fundamental en realidad ya ha sido. Cuando un Estado desaparece de una región (exGerona), y después de entregar lo simbólico y la educación permite que un 40% de la población sea extranjera, sin alarma alguna e ignorando, además de las tasas de delincuencia, las de reproducción, ¿no le está diciendo a sus nacionales que se vayan despidiendo?
Salt es la demostración de la política suicida de España. Alguien que está en la bañera con las venas abiertas se levanta a tomar, además, un bote de pastillas.
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