"El Soldado" y sus siete verónicas
Luis Castro Sandoval, toreramente conocido como "El Soldado", embelesaba y hechizaba a la afición nada más tomar el capote, y convertirse en fiel intérprete del lance a la verónica. Su labor como uno más de los diestros relevantes del siglo XX era un completo bagaje de la tauromaquia, gracias a su incomparable estilo que, como el suyo, lleno de reciedumbre, majeza y apostura, pocos lo han logrado. Una de esas ocasiones ocurrió el 5 de marzo de 1944, toreando con Armillita y Luis Procuna, ante toros de Torrecilla. En las páginas de "El Universal" el crítico "El Tío Carlos", uno de los mas respetados del periodismo taurino mexicano, lo narró con gran belleza literaria.
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El texto de aquella crónica es el siguiente:
"Sobre la arena húmeda –olor a tierra mojada, cabrilleo de sol tímido- se abrió el asombro de un capote de torear duro y moreno como el bronce, hondo y suave como una caricia. Rosas de hierro forjado resbalaron al suelo de entre sus pliegues florecidos; rosas de hierro como las de una balconería de palacio virreinal. A fuego vivo labró el artista ante nosotros su milagro; siete lances como rosas de forja dieciochesca. Y la multitud se entregó ante el prodigio; porque había presenciado la resurrección de los viejos, desdeñados prestigios de la verónica.
¡Qué honda revolución hubo en los tendidos ante los lances de Luis Castro! Tembló la plaza hasta sus cimientos: temblaron los huesos de acero de su oxidado esqueleto. Y hubo un clamor inacabable que llenó los ámbitos y se perdió allá arriba, entre las nubes cargadas de lluvia y los claros azules de una tarde equívoca. ¡qué honda revolución!
Y fue así porque se trataba de una revolución auténtica: porque había aparecido lo único capaz de sacudir hasta la entraña a las multitudes y que es lo tradicional. Porque había aparecido esa cosa eternamente nueva que es lo viejo; esa cosa frescamente moderna que es lo antiguo. Porque no había allí improvisaciones deleznables, ni juguetitos frágiles, ni fugaces modernismos retorcidos, sino obra robusta como la tradición, vigorosa como la savia secular de las encinas, fuerte y madura como las ideas que desde hace siglos alimentan la vida de un pueblo. Porque lo que Luis Castro había hecho con sus lances era apartar la hiedra brillante y falsa que encubría el árbol. Y entonces habíamos saboreado la ruda hermosura de la áspera corteza ennegrecida de sol y de lluvias, curtida de primaveras y de tempestades.
En cuanto aparece lo clásico en la arena, ¡qué soplo como de brisa marina, salobre, fuerte y fresca, nos llena los pulmones! ¡Cómo huyen y desaparecen todas las mixtificaciones del arte de torear! Es como si en un ambiente saturado de lociones baratas, penetrara de pronto el rancio aroma de un vino añejo o el perfume entrañable del arcón inviolado en que la abuela guarda recuerdos y prestigios.
A brisa marina, a vino añejo, a ropa de arcón, huele aún en el ruedo de El Toreo. Allí quedará el aroma ennoblecedor de las verónicas que Luis Castro diera al toro Porrista de Torrecillas, la tarde del 5 de marzo del año del Señor de 1944. Allí quedarán para que nadie ose borrar con lociones de peluquería la fragancia tradicional de aquellos siete lances.
Siete lances, como siete rosas de hierro forjado".
Carlos Septién, “El Tío Carlos”
El abogado, político y periodista de Querétaro (México), Carlos Septién García, más conocido por su alias de “El Tío Carlos”, aunque también firmó en lo taurino como “Don Pedro” y “El Quinto”, está considerado como el mejor cronista taurino que ha dado México. En las páginas del diario “El Universal” seguía cuanto ocurría en la Monumental de Insurgentes, además de cubrir informativamente otros acontecimientos taurinos. Durante varios años dirigió la Escuela de Periodismo, creada inicialmente a iniciativa de la Acción Católica Mexicana y que ahora, convertido en un centro no confesional, lleva su nombre.
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