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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 5 de febrero de 2012

UNA HUMANIDAD SIN LINAJE / Por Joaquin Albaicín


UNA HUMANIDAD SIN LINAJE

Joaquin Albaicín

Dicen que, quien dirigía sus pasos hacia la Academia de Platón, podía leer en el frontispicio de su entrada la siguiente advertencia: “No entre aquí nadie que no se haya reconciliado con su padre y con su madre”… Interpretaciones esotéricas aparte, parece claro que, más o menos desde los albores de la civilización, eso de proceder de un padre y una madre ha sido tenido en altísima –y comprensible- estima. Si nos remontamos hasta la noche de los tiempos, todos los grandes hombres –y también los de menos lustre- han gastado padre, ya fuera éste un mortal, un genio del bosque (en el caso de Merlín) o un dios (en los de Alejandro o Hércules). 

Y, quien no, se lo inventaba. Porque la venida al mundo de un ser humano desprovisto de padre conocido siempre era, en el pasado, un hecho infausto y no deseado por la madre, una contrariedad resultante, por lo general, de haber ésta mantenido, en el mismo período de tiempo, relaciones íntimas con más de un hombre e ignorar de cuál de ellos había concebido un retoño. Para el fruto de su vientre, una vez alcanzado el uso de razón, el asunto suponía un trago más bien amargo de deglutir, pues, a menos que se nazca en la secta de los Niños de Dios, es decir, en una sociedad por completo ayuna de jerarquías, códigos, moral y lazos familiares y regida en ese sentido por el más absoluto de los desórdenes, a todo el mundo le gusta tener padre y madre. Después, con las vueltas de la vida, uno podrá llevarse con ellos bien o mal, o incluso no llevarse. Pero la existencia –al menos, pasada- de unos progenitores propios ha constituido siempre un referente psicológico cuya ausencia no puede suscitar sino, como mínimo, desorientación acerca de quién se es y qué lugar se ocupa en el mundo. 

¡CÓMO CAMBIAN LOS TIEMPOS! 

Sin embargo, lo que –siglo tras siglo- tenía lugar como producto de un accidente o de dolorosos malentendidos, es hoy, muy a menudo, consecuencia de un plan ideado y llevado a la práctica por la propia progenitora. En efecto, cualquier fémina soltera o sin pareja, incluso lesbiana o cien por cien célibe, y hasta con voto de castidad certificado ante notario, puede hogaño solicitar su fecundación en un laboratorio con semen procedente de un amable y remunerado desconocido. Ya no se trata ni siquiera de un amante ocasional con el que, tarde o temprano, pueda el Destino hacer que vuelva un día a cruzarse en cualquier acera del mundo, sino de un completo extraño de quien no se sospecha su estatura, voz, color de pelo, profesión, nacionalidad… Es la madre, en fin, quien, por su cuenta y riesgo, de modo premeditado y –aparentemente- sin reparar en las consecuencias futuras que ello tendrá para su hijo, prepara a éste, con todo lujo de detalles, el marrón con el que cargará sobre sus espaldas durante toda la vida. 

Irónicamente, algunas mujeres –ignorantes acaso de que no hay efecto sin causa, ni causa sin efecto, y de que las fronteras de la vida trascienden con mucho las del ego individual- aluden a esa opción como una “maternidad sin problemas” (¡!). E, irónicamente, no faltan entre ellas las que consagran sus más encendidos elogios el pedigrí de sus animales domésticos… al tiempo que, con inaudita flema, despojan de toda importancia a la falta del mismo cuando se trata de sus hijos. 

PAPÁ NO EXISTE 

La “opción familiar” que comentamos es, en realidad, un caso clarísimo de sustitución del ser humano por la tecnología en una función tan absolutamente crucial para la formación de la personalidad individual como es la paternidad, pues no estamos hablando de situaciones en que, con los tratamientos y procedimientos a su alcance, la ciencia ayuda a ser padres a una pareja con dificultades de orden biológico para concebir descendencia, sino de un planteamiento reproductivo en el que la intervención pasada, presente o futura de un padre propiamente dicho queda voluntariamente omitida de antemano en la vida del ser humano en cuestión, y en la que la tecnología, lejos de limitarse a servir como vehículo o prestar un mero auxilio técnico en la concepción, se subroga, por medio de sus hierofantes de bata blanca, en el papel principal: la tecnología es, hablando en plata, el único progenitor conocido. 

En cuanto al niño venido al mundo como resultado de ese plan genesíaco, está claro que la eventualidad de que, en el futuro, pueda entenderse y congeniar o no con su padre, aprender o no de él, admirarlo o cuestionar sus acciones, queda excluida para siempre de su horizonte… y sin que –al parecer- esto parezca censurable a ninguna de las instancias implicadas, ya que tal cosa –la inexistencia y consiguiente ausencia permanente de un padre humano- es, precisamente, lo que desde el principio se pretende. Lo único que importa, y lo que da la medida de la satisfacción perseguida con el proceso, es la conclusión del mismo con la máxima impecabilidad desde un punto de vista puramente biológico. 

Claro que todo esto puede no terminar aquí para el niño sin padre. La ciencia no tiene por qué resignarse a que los trastornos de éste queden reducidos a un cierto y previsible desasosiego crónico. ¿A qué detenerse ahí si, con muy poco esfuerzo, se le puede dejar completamente colgado? 

”HIJO, TE PRESENTO A PAPÁ” 

Los códigos civiles se perfilan, en este aspecto, como aliados de gran ayuda. De hecho, a poco que se apliquen, las leyes hoy en vigor en varios países pueden llegar a destilar situaciones “familiares” –llamémoslas así- verdaderamente surrealistas, por no decir que de película de zombies, sobre cuyas consecuencias futuras para los hijos no sé si científicos, legisladores y periodistas se han detenido a meditar con atención y sosiego. 

Porque la madre “sin problemas” de nuestro artículo bien puede, un día, mudar de opinión y necesitar un hombre a su lado. Pero claro, a lo mejor, a fin de redondear la faena, busca un hombre también “sin problemas”, y ese hombre, ¿dónde está? 

La verdad es que muy cerca. Hoy, procediendo al empleo de técnicas muy similares a las de modificación genética del maíz y otros alimentos por multinacionales como Monsanto, los hospitales, a menudo con cargo a la Seguridad Social, proceden a la operación quirúrgica conocida como “reasignación de sexo”. Evidentemente, el sexo nunca ha sido nada que se elija, deseche, recicle o asigne, sino una cualidad congénita, un rasgo definitivo de la propia identidad, un sello indeleble, algo inseparable de uno desde el instante de su alumbramiento. Pero esto, claro, ya no es así, porque una serie de grupos de presión feminista y de grotescas organizaciones de obsesos, en connivencia con el lobby médico (para cuyos integrantes el juramento hipocrático importa ya muy poco) ha decidido lo contrario y, si lo han decidido ellos, pues claro, lo que digan la historia, la tradición, la biología y el sentido común importa un carajo. Sí, por supuesto que Platón enseñó aquello de que: “Si no debe emprenderse la cura de los ojos sin la cabeza, ni de la cabeza sin el cuerpo, tampoco debe tratarse el cuerpo sin el alma, y ese es el motivo de que los médicos helenos ignoren cómo curar muchas dolencias, pues desconocen el todo, que también debería ser estudiado; pues nunca puede estar bien la parte si no lo está el todo … El gran error de nuestro tiempo al tratar el cuerpo humano es que los médicos separan el alma del cuerpo”. Pero, esto… ¿Lo han leído los hierofantes de la ciencia, las lumbreras del lobby médico? Pues no. Platón no está incluido en su tabla de materias. Y, si es que sí, desde luego que, en la práctica de su disciplina, no se sienten en modo alguno vinculados al modo de ver las cosas del discípulo de Sócrates. 

Así pues, como señalábamos, hoy, mediante la aplicación de hormonas del sexo deseado, seguidas de mutilaciones después “reparadas” o parcheadas mediante cirugía, la madre en busca de pareja “sin problemas” puede encontrarse felizmente, a los pocos días de la operación… ¡con el “padre” del niño al que en las primeras líneas de este artículo nos referíamos! Y con que ese “padre”, además… ¡es una ex-mujer! Y con todas las bendiciones de la ley. 

Efectivamente, no existe ningún impedimento legal para que una lesbiana “reasignada” como “hombre” pueda contraer matrimonio con la señorita a quien al principio de estas líneas aludíamos y convertirse en el “padre” legal de su hijo (un “padre” que, como se ve, ya tampoco ha de ser necesariamente un individuo varón, pudiendo asumir perfectamente sus atribuciones y prerrogativas un hombre “sin problemas”, es decir, una mujer sometida, como antes mamá, a los tratamientos servidos por la tecnología). Bastará con que la afortunada ex-fémina sea titular de una cuenta corriente saneada y acredite la percepción de ingresos regulares para que, a todos los efectos, sea considerada apta para ejercer una “paternidad responsable” (que, obviamente, no es lo mismo que ser responsable de la paternidad, pero vamos, este es un fleco en el que los implicados no se detienen a pensar ni un segundo). 

Así pues, el niño se llevará la indescriptible alegría de que no sólo su padre sería, desde el punto de vista genético, la tecnología, sino que, además, también su padre adoptivo se lo habría brindado la ciencia. Todo “sin problemas”, como se apreciará… 

EL ÁRBOL SIN RAMAS 

El proceso, por supuesto, puede seguir adelante, ya que, al acceder a la mayoría de edad, la niña sin padre biológico puede optar igualmente por la maternidad “sin problemas”, lo mismo que, a su debido tiempo, la nieta, de modo que se logre llenar el mundo de individuos en cuyo linaje falten, desde varias generaciones atrás, no sólo el padre, sino –por pura lógica- los abuelos, abuelas, tíos, tías, bisabuelos, bisabuelas, tíos bisabuelos, tías bisabuelas y primos y primas paternos en cualquier grado. Llenar el mundo, es, decir, de individuos con un árbol genealógico vacío de hojas, sin un solo nombre o apellido por línea paterna en todas las generaciones que se recuerde. ¿Por qué conformarnos con a una maternidad “sin problemas”, si podemos conseguir toda una dinastía y, a poco que nos apliquemos algo más, toda una especie humana “sin problemas”? 

¿Cómo referirnos a los síntomas cuya generalización podría, eventualmente, desembocar en una situación como la descrita? ¿Como efectos secundarios sin importancia? ¿Como daños colaterales necesarios? 

Todavía no sé de un solo científico que, públicamente, haya reflexionado sobre ello. Y me tranquilizaría que alguien lo hiciera, porque no parece nada improbable que, dentro de poco, se empiece ya a hacer presión y campaña abierta en los medios en el sentido de que sólo sea recomendable que aparezca en la televisión, imparta la docencia, escriba libros, ocupe una concejalía, comande la cocina de los restaurantes o dirija el tráfico la gente “sin problemas”, es decir, aquella que pueda probar documentalmente su carencia de un árbol genealógico de raíces fascistas (léase con padre y con ascendientes por línea paterna). 

¿Nos aproximamos a un mundo en el que los niños –y no sólo los niños: también los adultos- podrán elegir ser legalmente adoptados por un Madelman de primera generación? ¿O por un clon? ¿Por qué no clonar, sí, a Freud, Freddy Mercury, Federico García Lorca o cualquier otro recipiendario de las devociones intelectuales o musicales de mamá, con vistas a ser endosado como “padre sin problemas” al retoño ayuno de él? ¿Qué pasa? ¿Es que sólo los hijos y nietos de Freud tienen derecho a descender del padre del psicoanálisis y cobrar sus derechos de autor? ¿Caminamos hacia una sociedad sin abuelos, sin bisabuelos, sin tíos, salvo en los casos en que se “descienda” del cantante favorito de mamá? ¿Marchamos hacia una sociedad sin “problemas”? 

Iba a decir que, por fortuna, nosotros no lo veremos, pero… la verdad es que no lo tengo nada claro. 
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 The Ecologist

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