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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 2 de abril de 2015

Jueves Santo. La mano tendida de Dios… entre el sacrilegio y la filantropía




"...Y en este Jueves Santo volver a la caridad, a la preocupación íntegra por el otro, tan importante como yo mismo, y olvidarse de la filantropía, esa forma con la que los ricos no sólo tranquilizan su conciencia sino que perpetúan su dominación con los inferiores, y de la solidaridad, la fórmula con la que se pretende amar al otro sin pasar por Dios. Y eso es, sencillamente, imposible..."

Los dos grandes enemigos a los que se enfrenta la Iglesia son el sacrilegio reconocido de las especies eucarísticas y la reducción de la caridad a mera filantropía.
Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Esto es, por ese orden.
Sínodo de la Familia. Francisco no quiere chismes, pero son sus propios representantes quienes los provocan.
La batalla final se juega en la segunda parte del Sínodo, es decir, en el sacrilegio. Por ahora, perdemos los primeros escarceos, pues reina la confusión.
Y el consiguiente peligro de cisma proviene de los obispos alemanes.
Ni la filantropía ni la solidaridad son caridad. Amar al otro sin pasar por Dios es sencillamente imposible… y hasta un pelín hipócrita.

Es Jueves Santo, el día de la Eucaristía. Sí, también es el día del amor fraterno, pero esto no puede ocultar aquello. El resumen de todos los mandamientos de Cristo es este: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo… por ese orden.

El Cristianismo del siglo XXI parece haber invertido los términos porque, sencillamente, no quiere corresponder al amor de Dios. Recuerden que, como dice el Papa Francisco, ‘Dios nos primerea’.

Ahora mismo, los dos mayores peligros que afronta la Iglesia son el sacrilegio y la filantropía. Es decir, los dos asuntos de esta jornada de Jueves Santo. Desde que se ha convocado el desgraciado Sínodo de la Familia (segunda parte, a partir del 5 de octubre) se han abierto voces –y lo que es peor, voces autorizadas por su cargo- que apuntan a reconocer el sacrilegio con Dios disfrazado de misericordia con el hombre. En otras palabras, que comulguen los que están en pecado grave, tragándose así su propia condenación. Sacrilegio no sólo es la profanación de los sagrarios. El sacrilegio principal, desde que el mundo es mundo, consiste en comulgar en pecado mortal.

Que los divorciados y vueltos a casar pueden recibir la comunión sería tanto como violentar la primera y más importante de las tres condiciones necesarias para acceder al mayor regalo de Dios a los hombres: estar en gracia de Dios, libre de pecado mortal.

El otro peligro es la filantropía. ¡Dios nos libre de los filántropos! Los filántropos, o aprendices de filántropos, son aquéllos que quieren convertir a la Iglesia en una ONG, olvidando un principio cristiano y una evidencia:

1. No sólo de pan vive el hombre.

2. Si la caridad se circunscribe a aumentar el nivel de vida, la Iglesia resulta un instrumento pobre, un desastre. Todo el Vaticano, de universal influencia, no tiene la potencia de fuego, potencia pecuniaria, del Principado de Andorra.

Volvamos al sacrilegio. Dice el Papa Francisco, con toda razón, que necesitamos rezar más por el Sínodo y menos chismorreos. Muy cierto, pero también lo es que esos ‘chismes’ se originan entre su propio círculo. Por ejemplo, en el hombre que el mismo Pontífice nombró como secretario del Sínodo, o sea el conductor del mismo, lo que los norteamericanos llaman el ‘speaker’, Lorenzo Baldisseri: “no podemos retroceder 2.000 años”, dijo nuestro progresista autor. Es decir, no podemos volver a los tiempos de Jesucristo.

Luego vino el cardenal Kasper, alabado por el propio Papa Francisco, con su famoso discurso donde abría las puertas al sacrilegio: seamos misericordiosos con los divorciados y vueltos a arrejuntar… y abofeteemos a Dios.

Y a continuación, más chismes: un miembro del G-8, por tanto lo más próximo al Papa, el cardenal arzobispo de Munich, Reinhard Marx, continuó jugueteando con el sacrilegio: abrir las puertas a los hermanos separados, clamaba. Ya saben, el buen pastor coge a la ovejita perdida y se la coloca sobre sus hombros de vuelta al redil, mientras la puñetera ovejita le lanza dentelladas a las cervicales del Buen Pastor… porque lo cierto es que no quiere volver al redil como oveja sino como pastor y jefa de filas. La imagen no es mía, es de otro alemán, un talJoseph Ratzinger.

El sacrilegio asoma la cabeza entre los obispos alemanes, una Iglesia muy rica y con poquísimos fieles. Alguien ha dicho, que tal parece como si los obispos alemanes quisieran comprar el Sínodo.

Y ojo porque, además, del sacrilegio contra la Eucaristía, como no podía ser de otra forma, viene el claro peligro del cisma eclesial. El propio cardenal Marx ha pasado de alabar a Francisco como el papa de los pobres, a imitar a Lutero, el inventor de las iglesias nacionales. Asegura Marx (no confundir con don Carlos, que nunca tuvo vocación de clérigo, ni con don Groucho, que sólo tuvo vocación de gamberro) que la conferencia episcopal alemana no es una “sucursal de Roma”. Pues así empezó Lutero, campeón, quien, al final, de tanto contestar a Roma terminó por confiar laIglesia a los principales alemanes, antes de que los ilustrados franceses inventaran el regalismo para acabar cargándose al Rey y al Papa.

Otro alemán, el cardenal Müller, prefecto de la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, le para los pies a Marx: oye colega, las conferencias episcopales es un invento administrativo (malhadado invento, añado yo) pero no marca el magisterio. Tú, a obedecer a Roma y a callar. Atención: estamos hablando de un cardenal miembro del G-8 que gobierna la Iglesia. Al final,Francisco sabe que la Iglesia no puede ser otra cosa que monárquica, porque es de Dios, y no asamblearia. Además, ya se sabe que los asambleístas cuentan, entre sus más acendrados hábitos, el de guillotinar al asambleario presidente.

En cualquier caso, tranquilos: la Iglesia no va a cambiar su doctrina en nombre de una falsa misericordia. Quien comulgue en pecado comete un sacrilegio y la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, no puede oficializar la herejía, es decir, la mentira. Ahora bien, la confusión entre los fieles ya se ha generado y ahora muchos cristianos piensan que sí, que se puede comulgar sin las debidas disposiciones porque es un acto de amor, de fraternísimo amor y de hondísima misericordia, olvidando que la misericordia se ejerce con los demás, no con la propia comodidad para no arrepentirse.

Y esto puede provocar un cisma, porque son muchos los hombres de fe escandalizados, no ante una doctrina que no puede cambiar, sino ante el silencio culpable de muchos que deberían cortar de raíz este escándalo.

Y en este Jueves Santo volver a la caridad, a la preocupación íntegra por el otro, tan importante como yo mismo, y olvidarse de la filantropía, esa forma con la que los ricos no sólo tranquilizan su conciencia sino que perpetúan su dominación con los inferiores, y de la solidaridad, la fórmula con la que se pretende amar al otro sin pasar por Dios. Y eso es, sencillamente, imposible.

Entre el sacrilegio y la filantropía, Dios nos sigue tendiendo la mano y entregándose a nosotros en las especies sacramentales. Es una locura. Le llaman locura de amor.

Y si esa locura cesa, porque se generalice el sacrilegio, como ya se está generalizando, entonces sí que vendrá el fin. No hace falta que sea el fin del mundo, basta con que sea el fin de esta civilización. Es justo lo que nos estamos jugando.

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