'..Dejen de tomarnos por idiotas. Dejen de mentirnos. Dejen de asustarnos. Y si les parece tan raro que haga calor en verano, igual el problema no es el clima. Es la estupidez..'
Hace un sol del carajo... ¡como cada puñetero verano!
Sr. Director:
Acerca de cómo los nuevos sacerdotes del clima nos toman por idiotas
¡Atención, atención! Alertas rojas, naranjas, fucsias y fluorescentes. ¡Se avecina una ola de calor… en pleno agosto! ¡Oh, cielos! ¡Quién lo iba a decir! ¿Quién podría haber imaginado que en España, ese país del sur de Europa donde el sol azota desde tiempos prerromanos, haga calor en julio y agosto? Qué sorpresa, ¿verdad? Qué fenómeno más extraordinario, qué anomalía térmica más inesperada… ¡Qué escándalo climatológico!
Uno enciende la televisión y se encuentra con predicadores meteorológicos que anuncian el Apocalipsis térmico: “¡temperaturas extremas!”, “¡olas de calor nunca vistas!”, “¡no salgan de casa si no es imprescindible!”. Y uno piensa: ¿pero esta gente en qué país ha vivido? ¿En Islandia? ¿En Finlandia? Porque los que crecimos en España, y especialmente los que tenemos algo más de cinco décadas encima, sabemos muy bien lo que es un verano como Dios manda: un horno solar sobre nuestras cabezas, y ni una queja al respecto.
La siesta, el botijo y otras tecnologías de adaptación
De hecho, ya los romanos, esos que algo sabían de gobernar imperios y soportar calores,inventaron la “hora sexta” (de ahí lo de siesta) precisamente por algo: porque en Hispania, cuando el sol empezaba a derretir piedras y ánforas, lo sensato era dejar de hacer el idiota y echarse una cabezadita. Ellos, que no tenían ni “olas de calor” ni “emergencia climática”, ya sabían que entre las 2 y las 5 de la tarde no se movía ni un legionario. En vez de generar pánico, inventaron el descanso. Civilización, lo llamaban.
Yo recuerdo perfectamente —y tengo 68 años— que en verano estaba terminantemente prohibido salir a la calle antes de que se “apagase” el sol. Así lo decía mi madre, y no era una orden cuestionable. Los mayores sabían que el calor no era un enemigo invisible que venía con las noticias del telediario, sino una realidad conocida y asumida. Y nadie se escandalizaba. Era verano. Punto.
Y cuando llegaban las últimas semanas del curso, íbamos a clase por la tarde, después de comer, arrastrando los pies y las pestañas, medio adormecidos por el calor y el potaje. Y nadie se moría. Nadie exigía aire acondicionado. Nadie convocaba una rueda de prensa para declarar la «alarma pedagógica por calor letal».
La golondrina y el aula del sopor
Como profesor, aún guardo una imagen imborrable. Una de esas tardes de final de curso, en los primeros días de junio, en Extremadura —tierra de secarrales y soles de plomo—, daba clase de Ciencias Naturales en un aula con las ventanas abiertas de par en par, buscando desesperadamente que alguna brisa tuviera piedad. Y de pronto entró una golondrina. Revoloteó por el techo, picoteó el aire, hizo su danza elegante durante minutos. Yo me quedé fascinado, embobado, deleitándome con ese paréntesis inesperado de belleza alada.
¿Y los alumnos? Ni se inmutaron. Nadie alzó la vista. Nadie pareció darse cuenta. Estaban tan aletargados por el calor que ni siquiera una golondrina volando sobre sus cabezas logró despertarlos. Así de normales eran los veranos. Así de asumido estaba que entre las 4 y las 5, en clase, uno no estaba para muchos trotes neuronales. Y aún así, se aprendía. Y se vivía. Y se salía adelante sin histerias, sin titulares, sin psicodramas climáticos.
Ahora, todo es emergencia
Pero eso era antes. Ahora, en esta era de nuevos dogmas, cada rayo de sol es un crimen antropogénico, cada ola de calor una maldición provocada por tus pecados ecológicos. Nos han convertido en los culpables del clima por existir, por usar ventilador, por tener coche, por querer tomarnos un helado sin pedir perdón al planeta.
Los meteorólogos se han convertido en sumos sacerdotes del miedo, los telediarios en misales apocalípticos, y el ciudadano medio, en un feligrés culpable que ya no sabe si abrir la ventana o confesar sus emisiones de CO₂. Lo que antes era simplemente verano, ahora es «una anomalía sin precedentes», una «evidencia del cambio climático», una «alerta global»… Aunque tú hayas vivido 68 veranos casi idénticos a este.
El nuevo infantilismo climático
Nos tratan como niños, como criaturas sin memoria. Nos cuentan que nunca antes hubo 40 grados en Sevilla, que lo de Córdoba es inaudito, que lo de Badajoz es de otro planeta. Y tú, que lo has vivido decenas de veces, te preguntas: ¿quién nos ha robado la memoria? ¿Quién ha convertido el calor estacional en arma de control psicológico?
Porque no se trata de informar, sino de condicionar. Si el calor es peligroso, el gobierno debe protegerte. Si el clima se desmadra, hay que regularlo todo. Desde tu termostato hasta tu dieta, tu coche, tu viaje, tu forma de vida. Es la misma lógica del miedo permanente: primero fue la pandemia, ahora es el sol.
En resumen…
Sí, hace un sol del carajo. Como todos los veranos desde que el mundo es mundo. Como todos los agostos desde que Hispania era provincia romana. Como todos los días en los que un niño se dormía en clase y una golondrina cruzaba el aula mientras el profesor, sudando como un pollo, intentaba explicar la fotosíntesis.
Así que por favor, dejen de tomarnos por idiotas. Dejen de mentirnos. Dejen de asustarnos. Y si les parece tan raro que haga calor en verano, igual el problema no es el clima. Es la estupidez.
Carlos Aurelio Caldito
Hispanidad.com 07/08/25
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Pues van a seguir tomándonos por idiotas, van a seguir mintiéndonos y, lo que es peor, robandonos. Que nadie lo dude! Es lo que han hecho siempre!
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