Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cucho tiene la teoría de que los toros se explican igual que los canarios.
Cucho cría canarios (los canarios del frío, en Guadalajara): en cuanto salen del huevo, les pone música clásica, como haría con un nieto Steiner (o Gallardón con un indultado), y los pollos se van quedando notas; pero de la pollada sale un pollo listo que, en vez de transitar las regiones más transparentes de la sinfonía, se apaña con el ratoneo facilón del estribillo, y es el momento de apartarlo, antes de que los demás se den cuenta y le sigan, echándose a perder la pollada.
Es lo que Bertrand Russell llamó “ley de la pereza cósmica”, y Cucho dice que el canario listo de la torería actual es el Juli, para escándalo de los novatos de la andanada, que son todos, pues el antitaurinismo taurino (políticos, empresas, toreros, medios) ha echado de la plaza a los aficionados, que dejan sus abonos a los cuñados en paro o, como esta tarde, a los periodistas sin ejercicio.
Cuarenta años de franquismo y otros tantos de socialdemocracia han hecho del españolejo un lacayo contento (más lacayo, sin duda, que el descontento) que todo lo aplaude, singularmente a los muertos, aunque sean los de la Complutense.
–¡Baje usted y lo hace! –dice el lacayo contento al lacayo descontento que protesta por el “destoreo” rampante.
Es como si en el restaurante usted protesta porque la sopa está fría y su vecino de mesa le grita: “¡Vaya usted a la cocina y la calienta!”
Cucho ahora la ha tomado, para bien, con Joselito Adame, un torero mexicano que se parece a Lucía Etxeberría (que escribe como él torea, poco) y al que quiere sacar por la Puerta Grande a base de “olearle” cada pase, aunque el otro día un lacayo contento lo mandó a callar.
–¿Qué pasa? Yo también quiero ir a México y ese tío me va a llevar –contestó Cucho, que es un armario de luna, obteniendo la rendición del lacayo contento, que no lo había visto.
Y esta tarde, corrida de la Prensa. Más juampedros.
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