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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 25 de mayo de 2014

Discusión sobre el toreo de Manzanares / Por J. A. del Moral



Discusión sobre el toreo de Manzanares y toque de atención reglamentaria a espectadores, porteros y acomodadores de Las Ventas

J. A. del Moral
Dejando constancia de los resultados de la corrida de rejones de ayer en la que con más de tres cuartos de entrada ofrecieron un espectáculo muy entretenido un brillantemente sobrio Andy Cartagena que cortó una oreja, el ya indiscutible figurón Diego Ventura que cortó otra – debieron ser dos-, y el joven Luís Valdenebro Jr. que confirmó su alternativa mostrando valor y elegancia a raudales aunque se quedó sin un trofeo por descordar al toro de su doctorado, aprovechamos para tomar respiro como cronista en este larguísimo ciclo y por eso hoy quiero comentar la división de opiniones que suscitó la faena de Manzanares al segundo toro de Victoriano del Rio en la corrida de anteayer. En determinados sectores la plaza de Las Ventas muy especialmente y en la opinión de bastantes críticos, siempre que torea José María Manzanares están más pendientes de si se ajusta con los toros o no, incluso cuando sí lo hace; de si baja la mano o no la baja; y de que si echa la pierna contraria adelante o la deja retrasada. Ateniéndonos a estas exigencias que se le han señalado sobre su primera faena aquí ya mencionada, puede que tengan razón en las formas respecto a la colocación, a la altura y la hondura de su muleta en su faena. Pero en absoluto la tienen si se considera cómo se comportó ese toro que fue tan noble como blando. Incluso más que blando. Si Manzanares lo hubiera toreado citando totalmente cruzado y bajándole mucho las manos, además de no haber podido ligar dos pases seguidos, el toro hubiera durado a lo sumo un par de tandas y antes habría perdido las manos varias veces. Si el toro duró bastante más y no se cayó fue, precisamente, porque Manzanares le toreó ayudándole, llevando la muleta a media altura y no obligándole a ir por donde no quería, sino por donde el animal pasó sin sentirse dañado. Hay que fijarse más, señores, en cómo es cada toro. Sin esta premisa, no hay modo ni manera de explicar el toreo en función de la condición de cada cornúpeta. Ahora bien, lo que nadie ni siquiera los más radicales contrarios al diestro de Alicante y, por supuesto, ni él mismo podrán eclipsar ni evitar nunca es su gran clase, la belleza de su templado y mecido toreo y la señorial majestuosidad con que lo interpreta, además de con exquisita naturalidad sea de lejos o de cerca, con la muleta a media altura o bajándole la mano hasta rozar la arena, separado o ajustado… Y torea así sencilla y llanamente dicho porque ese es un don que han tenido muy pocos toreros en la historia y Manzanares es uno de ellos. Pero pasemos a otro tema. 

Porque también quiero denunciar públicamente hoy algo que viene sucediendo desde hace tiempo en los tendidos de la plaza de Las Ventas de Madrid. La llegada tardía de mucha gente, cinco o menos minutos antes de que dé comienzo el espectáculo, produce incomodísimas aglomeraciones en los pasillos y en las escaleras de los tendidos. Especialmente las tardes de lleno o casi lleno, los que se sientan en las llamadas delanteras bajas o altas y en las primeras filas no pueden ver sentados lo que ocurre en el ruedo. El paseíllo sobre todo y, en varias ocasiones posteriores al desfile de las cuadrillas, tampoco consiguen ver cómodamente la primera parte de la lidia del toro que abre la corrida.

Los porteros y acomodadores no dan abasto e incumplen sistemáticamente lo ordenado en el reglamento respecto a la entrada y a la salida de los espectadores durante la lidia. La lidia empieza cuando sale al ruedo el primer toro y, por tanto, los citados empleados están obligados a impedir que los espectadores tardíos accedan a sus localidades mientras dura. Pero como lo no impiden, cuantos llegan a la plaza entre el llamado público de aluvión no escarmientan y cada vez que asisten cometen la misma falta de respeto a los que ya están sentados en sus sitios. Son los que van a las corridas sin ser aficionados y casi todos gratuitamente porque les regalan las entradas o las compran a última hora para asistir al menos una vez a la feria.

Pero el problema no acaba ahí. Gran parte de estos espectadores ocasionales no cesan de salir y de volver al tendido para tomar copas que, por supuesto, consumen en su regreso a los lugares abandonados y no solo una vez sino varias. Los verdaderos aficionados llevamos años soportando esta enojosa situación. Razón sobrada para que la autoridad y la empresa pongan pronto remedio. Los tendidos de Las Ventas se han convertido en inmensos bares de copas. Y eso es absolutamente intolerable. Quede dicho para que, a quienes corresponda, pongan pronto remedio cuanto antes mejor.

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