Hay que mantener la clientela si no se quiere desertizar los graderíos, y para ello no cabe otra que adaptarse a la situación, apretarse el cinturón y ofrecer calidad, como hacen todos los sectores que logran sobrevivir. La continuidad del éxito que los toros tuvieron en taquillas el año pasado está en juego.
No abusar del aficionado
Carlos Bueno
Burladerotv / 4 de enero de 2022
Da la impresión de que el sector profesional taurino se las promete muy felices de cara a la nueva temporada 2022, sobre todo empresarios y apoderados, que ya se frotan las manos intuyendo la continuidad del éxito que los toros tuvieron en taquillas el año pasado.
El toreo se ha convertido en un ejemplo a seguir en época de Covid. Un ejemplo de paciencia durante el tiempo que no se pudo celebrar, un ejemplo de organización a pesar de las restricciones, un ejemplo de cumplimiento de las directrices impuestas por Sanidad y un ejemplo de respuesta por parte del público cuando ha habido programación. Y todo a pesar de las múltiples circunstancias que han jugado en su contra.
La pandemia fue, y sigue siendo, un drama mundial que ha segado vidas y ha provocado una crisis económica en todas las esferas. Pero a la tauromaquia se le han sumado una serie de ataques extras con la pretensión de reforzar los problemas que traía consigo la irrupción del coronavirus para así acabar con ella.
Los designios del actual Gobierno de España, el más antitaurino que se pueda recordar, con una parte del equipo manifiestamente prohibicionista y otra parte inhibida, han puesto todas las trabas posibles para que el mundo taurómaco no tuviera opción de levantar cabeza. Se les negaron las prestaciones por desempleo a sus profesionales; respecto a otras actividades, se le alargaron los plazos para poder comenzar a organizar espectáculos, se le endurecieron las condiciones y se le rebajaron los aforos; se le excluyó del bono cultural; se promulgaron nuevas leyes, alguna pretendiendo impedir el acceso a los menores de edad, otra contra la celebración de espectáculos cómico-taurinos, y también preparando el camino para excluirlo de las retransmisiones en televisión.
No hubo quejas sonoras ante tanta ofensiva y, a pesar de todo, los toros han pervivido. Es más, quizá lo hayan hecho con más fuerza y salud que antes. Se programó un número lógico de festejos atractivos y la gente respondió con su presencia, aún cuando el importe de las entradas se encareció para salvar la merma de beneficios que suponía la reducción de ocupación permitida.
Pero mucho ojo a partir de ahora. Si la pandemia lo permite, los cosos podrán volver a abarrotarse al cien por cien, y las ferias podrán programarse de nuevo en su totalidad. Eso implicará más funciones y más asientos disponibles. ¿Volverán los precios a ser los de antes? ¿Bajará el coste de los billetes y abonos? Así debería ser.
Los profesionales taurinos les deben estar muy agradecidos a los aficionados, a los que han colmado el 50 ó el 60 por ciento de los tendidos autorizado, aún cuando el acceso a la plaza les costaba mucho más dinero que antes. Ahora no se puede abusar de ellos. Hay que mantener la clientela si no se quiere desertizar los graderíos, y para ello no cabe otra que adaptarse a la situación, apretarse el cinturón y ofrecer calidad, como hacen todos los sectores que logran sobrevivir. La continuidad del éxito que los toros tuvieron en taquillas el año pasado está en juego.
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