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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 26 de marzo de 2012

Apertura venteña. Crónica de la tarde / Por José Ramón Márquez


Marzo mayeando en Madrid
Apertura venteña. Crónica de la tarde

José Ramón Márquez

Madrid, 25/03/2012.-Primera corrida de la temporada en Madrid. En Las Ventas, sobre la puerta grande, tres banderas nuevecitas, y muy cerca de ellas, en las andanadas, los invitados de Abella, a quien todos sus íntimos conocen como Abeya, quien aplica con ejemplaridad la tan necesaria austeridad que preconizan sus jefes políticos. Son dos éxitos notables en su primer día, pero hay un tercero que es casi de índole sideral. Antes de salir los alguaciles suenan los clásicos ruidos de ultratumba que preceden a la utilización de los altavoces y cuando un locutor comienza a hablar a través de ellos, se entiende perfectamente lo que éste dice. Creo que es la primera vez en la vida que se han entendido a la perfección las palabras del speaker y por ello debe ser anotada esta extraordinaria circunstancia tan nueva en la historia de la Plaza. Lo segundo ya es de nota, que después de dar una admonición sobre la prohibición de abandonar la localidad durante la lidia de cada toro, la voz explicó lo mismo en un inglés que, sin ser de Harrow o de Eton, servía para que la parroquia foránea se enterase de lo que se decía. Hubiera sido ya de Premio Nobel que se hubiese previsto además un tercer aviso en chino o japonés, como homenaje de respeto a la nutrida colonia oriental que puebla los tendidos cuando no hay feria, pero al menos con esto ya queda probada la firme voluntad de la Empresa de orientarse hacia las modernas teorías de la transparencia y de la responsabilidad social corporativa. Cuando terminó la alocución con un castizo ‘between bull and bull’ comenzó el primer paseo de la temporada en Madrid con Sergio Flores, Tulio Salguero y Fernando Adrián, que venían a despachar una novillada de Carmen Segovia, procedencia Torrestrella.

Sergio Flores es de Tlaxcala y ya sólo por eso cuenta con todas nuestras simpatías, pues sabida es la vital ayuda que los tlaxcaltecos brindaron a Hernán Cortés en su epopeya y muy significativamente tras las tribulaciones de la Noche Triste. Nuestro aplauso, pues, era favorable a Sergio Flores a poco que ayudase, y la verdad es que el mexicano no ayudó o, peor aún, se dedicó a dejar la miel en los labios mostrando sus cualidades, lo placeado que está y el buen corte de torero que posee y poniendo esas virtudes al servicio de la forma absurda de este neotoreo que nos invade por doquier donde se hace al toro ir y venir de acá para allá sin otro motivo o razón más que el mantenerlo más o menos en movimiento. La visión del torero tan fuera de cacho con unos animales bobalicones, que no están demandando un especial cuidado por parte del matador, es un jarro de agua fría que explica a la perfección el que las faenas no llegasen a encandilar al antiguamente denominado ‘respetable’. Junto a eso, el hecho de que el cite se produzca frecuentemente con la muleta retrasada tampoco va muy a favor de la obra del toreo que emociona. Mató de dos estocadas rápidas; magnífico volapié al primero, Actor, número 34, de efecto fulminante. Alguien le debería enseñar a Sergio Flores una vieja película de Armillita Chico o los libros de Pepe Alameda para que tratase de buscar su inspiración en el clasicismo y no en los modelos modernos y decadentes en que parece que se mira. Los dos tremendos pases de pecho que nos dejó apuntan en la mejor dirección.

Tulio Salguero rompió, en el inicio de la faena a su segundo, la tendencia común a la solemnidad tan en boga ahora entre la novillería andante. Se preparó una gavilla de pedresinas y luego, andando, dos con la derecha y uno de pecho de remate. Muy torero inicio, muy de novillero, para sacar del sopor al tendido, que respondió bien al desparpajo del torero. Luego todo volvió a su cauce y Salguero practicó un toreo previsible ante el que es harto difícil extraer una característica que sirva para poder resumir cuál es el ‘sello’ o la ‘personalidad’ de este joven pacense.

Fernando Adrián, nuevo en esta plaza, practica un toreo bullidor que se ve abocado al arrimón. Es que no falla. Le ves cómo empieza y ya sabes en seguida que aquello va a acabar en el arrimón. Y entre el empiece y el arrimón, ¿qué hay? Pues hay una forma harto fea de citar, que es más de perfil que de frente; una tendencia reiterada a presentarse ante el toro con esos pasitos de ‘las muñecas de Famosa’ que son tan mecánicos, como de muñeco de cuerda, no de pilas; una horrible tendencia a levantar la mano con la que no porta la muleta, como un cetrero que esperase la llegada de un halcón peregrino o el padre Noé recogiendo la paloma que le anunció, con un ramito de olivo, el final del Diluvio Universal y, sobre todo, una forma de torear por fuera ayuna de emoción. Quizás sus maneras brillasen mucho más con enemigos de peores intenciones, con más casta, pero estos novillejos tan aburridos de la vida que mandó Carmen Segovia a Madrid no servían para suplir la emoción de la que carece el toreo de Adrián.

Posiblemente lo más torero de la tarde lo hizo Pablo Saugar ‘Pirri’ cuando en el primer par al cuarto, Tostadito, número 39, el toro se vino hacia él suelto, fuerte y a favor de querencia, y el torero, cuarteando lo justo con una gran firmeza y un oficio de muchos quilates aguantó la embestida del novillo a cuerpo limpio y le cuadró en la cara un espléndido par por los adentros.
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