Ponce hizo lo mejor y Castella dio la única vuelta al ruedo
Fallas: todos avisados
"...Nosotros también estamos avisados:
con «vicetoros» como éstos y faenas tan largas, reina inevitablemente el aburrimiento..."
Andrés Amorós /ABC
Ha estallado la fiesta: mareas humanas, charangas continuas, niños que tiran petardos, «ninots» satíricos, dorados buñuelos de calabaza, blusones de huertano, horchata de chufas, desfiles, la explosión orgiástica de la «mascletá», ruedas de plateados arenques, el brillo de los fuegos artificiales... Y el esplendor redondo de la paella, en mil formas: arroz a banda, al horno, con sepia y coliflor, «en fessol y naps» (con alubias y nabos), con morcilla, «del senyoret», con bacalao, negro, con «capitas de torero» (garbanzos y tiras de pimiento), con el lujoso bogavante o las humildes acelgas... La cultura de un pueblo: Fallas. Por la tarde, ¡todos a los toros!
Seis toros, seis avisos. La división es sencilla: a aviso por toro. Ni uno se ha librado. ¡Qué pesadez! En todo espectáculo, el sentido de la medida es fundamental. Hemos salido de la Plaza —diría Cañabate— molidos a derechazos...
Fernández Flórez inventó, en ABC, la expresión «vicegoles» para los que no suben al marcador. «Vicetoros» podríamos llamar a los deZalduendo de esta tarde: flojos, mansos, manejables, apagados, sin emoción alguna.
Enrique Ponce es el único que repite en esta Feria. Una de las pocas cosas que le faltan, en su extraordinaria trayectoria, es cortar aquí un rabo. Con estos toros, desde luego, imposible. Realiza lo más valioso de la corrida en el primero, muy manso, huido a chiqueros. Lo prende en la muleta, le enseña a embestir. En tablas —su terreno— logra muletazos excelentes. Faena sabia, medida, precisa como un teorema matemático. Pero, como tantas veces, no la remata con la espada... Aunque es flojo y apagado, brinda el cuarto al público: hace el esfuerzo, lo sostiene a media altura, conduce la cansina embestida, saca agua de un pozo seco... Es avisado antes de entrar a matar. Faena ligerita por culpa del toro.
En el segundo, saluda Ambel en banderillas. Rompe a embestir el toro en la muleta. Sebastián Castella se queda quieto: está sereno pero frío, mecánico. Calienta al público, haciendo la estatua, en el arrimón final. Mata mal. El quinto, además de flojo y corto, pega tornillazos. Torea Castella más firme que lucido. Suena el aviso antes de entrar a matar. Piden la oreja...
El valor de Arturo Saldívar es evidente pero le cogen demasiado los toros. La faena al tercero, manejable, se emborrona por los frecuentes enganchones. En un muñecazo, el toro se derrumba. Tarda en matar. Da distancia al sexto, muestra su voluntad con muchos muletazos: más cantidad que calidad. Hasta la música (un chimpún impropio de esta tierra) suena cuando no debe. No mejora con la espada.
Tarde soporífera: seis avisos. Nosotros también estamos avisados: con «vicetoros» como éstos y faenas tan largas, reina inevitablemente el aburrimiento.
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