Si traigo estos recuerdos es porque Manuel Benítez ha tenido que reconocer por sentencia judicial que es padre del torero más simpático que hayamos conocido, Manuel Díaz. Simpático, excelente persona y nada despreciable profesionalmente hablando.
“Cada duro a su bolsillo y cada hijo con su padre…”
Esta frase se la oí decir muchas veces a mi señor padre cada vez que hablaba sobre lo que ocurriría en el Juicio Final: que un ángel lo anunciaría con estas mismas palabras y, claro, se armaría la de Dios es Cristo.
En cuanto a la afición más sabia de cuantos he aprendido a saber de toros, mi padre fue mi primer gran maestro. Maestro y tantísimas veces vecino de localidad en casi todas las plazas de España cuando seguimos a Antonio Ordóñez de plaza en plaza para nuestra suerte porque, en aquellos años de los 50 hasta primeros de los 70, el rondeño fue nuestro norte, nuestra guía y objeto se nuestra satisfacción.
Pero bueno, la frase que encabeza este artículo no va por nuestro ordoñismo militante aunque me quepa comentar lo que para un servidor supusieron esos muchos viajes durante los cuales recibí valiosísimas lecciones de mi progenitor, sin que faltaran las discusiones entre ambos sobre otros toreros.
A un servidor, por ejemplo y muy precisamente, no le gustó nada Manuel Benítez “El Cordobés” desde la primera vez que le vi. Fue en una novillada de la feria del Corpus en Granada a donde fui invitado por un amigo de la universidad. Benítez cortó aquella tarde cuatro orejas y un rabo. Pero, repito, a mi no me gustó. Y así se lo dije a mi padre cuando regresé a casa…
Mi padre no vio torear a El Cordobés hasta en la tarde isidril de su confirmación de alternativa en Las Ventas. Y yo a su lado después de esperar una hora hasta que comenzó la corrida por la tormenta que cayó sobre Madrid justo antes del anunciado inicio del festejo. La enorme expectación que había para ver al “Pelos” pudo con todo. Y cuando el torero cordobés saludó al primer toro con el capote, recuerdo perfectamente lo que dijo mi padre mirándome con cara de pocos amigos: ¡Oye, niño, este Cordobés de malo no tiene nada… sino todo lo contrario…” Luego, en plena gran faena de muleta resultó gravemente herido y aunque no pudo matar al toro le concedieron una oreja. No faltaron los que protestaron por ello. Pero bastantes años antes, a Juanito Posada le dieron dos en iguales circunstancias. Y las misma, años más tarde le concedieron una a Paquirri sin ni siquiera poder hacer faena. El toro le hirió en los dos muslos al banderillear tras armar un alboroto grandísimo con el capote en el recibo y en los quites. Cómo sería de excepcional el caso que cuando a Paquirri le llevaron la oreja a la enfermería, preguntó por qué en la creencia que la había cortado El Viti, primer espada en aquella corrida.
El caso es que tardé muchos años en reconocer como certera la sentencia pro cordobesista de mi padre y, ahora que lo recuerdo, confieso que mi pasión de ordoñista de hueso colorado, fue la que nubló mi mente de aficionado. Pero, mira por donde, fue el propio Antonio Ordoñez quien me dijo exactamente lo mismo que mi padre sobre la importancia de El Cordobés.
Habían pasado más de quince años y yo seguía siendo anticordobesista. Viajábamos en el coche del maestro de regreso a Madrid desde Zaragoza donde el rondeño alternó con Fermín Murillo y Paco Camino. Conducía Pepe Ordóñez, Antonio a su lado y yo sentado en el asiento trasero. El maestro volvió la cara repentinamente y mirándome muy fijamente y me dijo: “José Antonio, tu y yo estamos de acuerdo en que el estilo de Benítez no es el que nos gusta. Pero deberías saber que este torero tiene un valor descomunal, una personalidad arrolladora y la mejor muñeca izquierda que he visto en mi vida… No te metas tanto con él”.
Eso ocurrió en mayo de 1971 y a los pocos días de esta sentencia, Antonio fue muy gravemente lesionado en las vertebras cervicales por la cogida que sufrió de un toro del Duque de Pinohermoso en Las Ventas. Fue su última corrida en Madrid y el principio del fin de su segunda retirada.
Si traigo estos recuerdos es porque Manuel Benítez ha tenido que reconocer por sentencia judicial que es padre del torero más simpático que hayamos conocido, Manuel Díaz. Simpático, excelente persona y nada despreciable profesionalmente hablando.
“Cada duro a su bolsillo y cada hijo con su padre…” Así pues, se cumplió el dicho de mi padre…
Ayer quise felicitar a Manuel Díaz por haber ganado en el pleito. No pude porque su hermano Chema no quiso darme su número de teléfono. Por eso le felicito muy cordialmente en este artículo que guarda tantas memorias. ¡Enhorabuena Manuel¡
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