

Por mucho que haya quien lo intente esconder y procure hacer creer lo contrario, en Barcelona convivieron hasta tres plazas de toros. La del Torín, Las Arenas y La Monumental llegaron a solapar programación a lo largo de nueve temporadas, y los dos últimos cosos durante 63 años. Demolida El Torín y transformada en un centro comercial Las Arenas, sólo queda en pie La Monumental, propiedad privada de la familia Balañá.
Cuando el Parlamento de Cataluña aprobó la prohibición de organizar toros, y a pesar de que el Tribunal Constitucional revocó esa ley cuatro años después de entrar en vigor, Balañá pretendió vender el inmueble, pero la maquinaria política se puso en marcha para impedirlo por temor a que cayera en manos independientes que reimpulsaran su actividad. Y es que a Balañá ya lo tenían abatido, porque la continuidad de sus negocios vitales en teatros, cines y espectáculos dependía, en gran medida, del favor de esos mismos políticos, y sabían que no se atrevería a arriesgar su sustento abriendo la plaza.
Y así fue como parte de la nueva izquierda y de los independentistas catalanes dinamitaron la celebración de festejos en su territorio. Además, se encargaron de suprimir cualquier atisbo taurino, incluso una imagen de Juan José Padilla calándose la montera que servía para anunciar la World Press Photo. Hoy, esos mismos “animalistas” que tildan a los taurinos de fascistas, pretenden censurar a Rosalía, artista catalana de Sant Esteve, porque en su último disco incluye una colaboración con Estrella Morente, que presume de ser aficionada a los toros. La censura era y sigue siendo algo reiteradamente denunciado por quienes ahora la practican, y fascista es quien no respeta la libertad de sus congéneres, quien no tolera diferentes ideologías a la propia y quien trata de imponer su pensamiento.Venta de entradas
Heinrich Himmler, líder de las temidas SS del Partido Nazi, presenció una corrida de toros y le pareció algo abominable, paradójicamente al contrario que exterminar personas en sus campos de concentración. Y los nazis, que se creían poseedores de una supremacía moral, fueron los primeros en aplicar leyes animalistas. Ahora también hay quienes se creen en posesión de la verdad única e intentan imponer a los demás los criterios de lo que es estar del lado correcto o equivocado, de lo bueno o de lo nocivo, eso que era malo cuando lo hacía un dictador.
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