
'..el fruto de su poder no será la soñada patria étnicamente pura, sino una Euskadi musulmana. ¡Y aún lo celebran! ¿En serio? ¿De verdad tanto muerto, tanto terror, tanto miedo, tanto exiliado y tanta podredumbre moral para acabar haciendo esto? ¿Para acabar construyendo el Emirato —independiente, eso sí— de Euskalerría? Pues sí.
Miseria del separatismo
José Javier Esparza
«No sé si el próximo lehendakari se llamará García o Hasán, pero su única patria será Euskadi». Lo dijo Aitor Esteban en el último Aberri Eguna del PNV, y lo peor es que lo dijo en serio. El PNV ha organizado recientemente unas jornadas para exponer las “nuevas formas de ser vasco”, iniciativa orientada a euskaldunizar a los musulmanes. Es difícil expresar de forma más elocuente el fracaso histórico del nacionalismo vasco: los nacionalistas tienen el poder, sin duda, y seguirán teniéndolo mucho tiempo con sus redes de clientelas y privilegios, pero el fruto de su poder no será la soñada patria étnicamente pura, sino una Euskadi musulmana. ¡Y aún lo celebran! ¿En serio? ¿De verdad tanto muerto, tanto terror, tanto miedo, tanto exiliado y tanta podredumbre moral para acabar haciendo esto? ¿Para acabar construyendo el Emirato —independiente, eso sí— de Euskalerría? Pues sí.
Y algo muy semejante está ocurriendo en Cataluña, donde la islamización avanza a todo trapo con la colaboración entusiasta de los separatistas de todos los colores, desde Esquerra hasta los socialistas, que no pierden ocasión de abrir una mezquita donde haga falta. También aquí, el poder está y seguirá en manos de los nacionalistas, pero el fruto será una Cataluña progresivamente islámica.
Es llamativo, y mueve a reflexión, que esto se ponga tan claramente de manifiesto en un momento en el que todo Occidente empieza a volver a los ojos a lo nacional. Porque esa gente, los separatistas, ha gozado de todos los recursos precisos para construir sus propios espacios nacionales: la complicidad de las oligarquías económicas, el apoyo de las instituciones políticas, dinero público a mansalva y sin que nadie pidiera explicaciones, plena impunidad para sortear la ley, una situación de monopolio de facto del poder, medios de comunicación serviles hasta la náusea, una legión de comisarios políticos puesta al servicio de la causa… Todo el empeño que la España del 78 ha puesto en destruir su propio proyecto nacional, lo ha dedicado a favorecer el surgimiento de naciones en Cataluña y en el País Vasco. Sin embargo, lo que ha salido de ahí es grotesco. Los nacionalismos han triunfado sin duda como proyecto de poder, pero han fracasado estrepitosamente en su objetivo nacional: crear una patria.
Inevitablemente hay que mencionar de forma expresa a la Iglesia. Nadie ha contribuido más a legitimar el separatismo en el País Vasco y Cataluña que las estructuras eclesiásticas. Pero ahora, al cabo de medio siglo, lo que se recoge es no sólo una sociedad descristianizada, sino aún peor: una sociedad crecientemente islamizada, donde el Islam suscita el respeto público que ya nadie tributa a la Iglesia de Cristo. Los viejos viveros de vocaciones se han convertido en desiertos, pero, además, lo que se eleva en el horizonte ya no son cruces, sino minaretes. Algún obispo debería reflexionar un poco sobre esto: hace medio siglo, esa gente pensaba que la descristianización era fruto de la afluencia de otras gentes —maketos, charnegos— que desviaban la fe prístina y natural del buen pueblo vasco y catalán. Así hemos visto eclesiásticos que justificaban los asesinatos de la ETA o que vestían sus campanarios con «esteladas» separatistas. Hoy lo que tienen en la mano es un doble fracaso: pastoral y político.
Quizá la moraleja sea esta: por más medios que uno tenga a su disposición, no es posible crear una patria si ésta no existe previamente. El País Vasco o Cataluña sólo son inteligibles en el contexto histórico de la nación española: ni el uno ni la otra son territorios adquiridos o invadidos por España —como Escocia e Irlanda o Bretaña y Córcega lo fueron por Inglaterra y Francia—, sino que forman parte de la comunidad política española desde su mismo origen. Pretender convertirlos en «patria» es, simplemente, un ejercicio de ingeniería política que violenta la realidad histórica de esas regiones. Y como el poder de los políticos, al cabo, no es omnímodo, el resultado es un monstruo: unas oligarquías viviendo de un discurso falaz mientras, ahí abajo, sus sociedades pierden su identidad real y se convierten en espacios vacíos preparados para que los llene cualquiera; por ejemplo, el Islam.
La única patria del lehendakari Hasán será la patria vasca, decía Aitor Esteban. No, pobre Aitor, no: su única patria será la Umma, la comunidad de los creyentes, y la tuya, la de verdad, mientras tanto se habrá convertido en el lodazal de delirios woke y renuncias morales que ya empieza a ser. Miseria del separatismo.

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