la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 13 de octubre de 2025

Festival matinal en homenaje a Antoñete. Los viejos maestros restauran el toreo. Campos & Moore


Ese Toro Negro y Enorme

A España negra y vacía,

Oscura como la noche,

La llena un toro de sombra,

Un toro negro y enorme

¡Tenebroso toro Osborne!

¿Porqué ese toro fantasma

por las llanuras y montes

de España entera,

nos sale al paso

como un reproche?

¡Tenebroso toro Osborne!

José Bergamín


Plaza de toros de Las Ventas, Madrid.

Domingo, 12 de octubre de 2025. Festival matinal en homenaje a Antoñete. Cinco novillos de Garcigrande y uno de Osborne para los toreros de a pie. Un novillo de El Capea para el toreador a caballo Pablo Hermoso de Mendoza. Todos bien presentados a pesar de la licencia de ser afeitados reglamentariamente, al lidiarse en un festival. La mayoría de los novillos de la lidia de a pie, menos el segundo —de comportamiento brusco—, fueron fuertes pero manejables. Lecciones de toreo mayúsculas de los maestros de antaño. Lleno sin billetes. Mañana otoñal nubosa.

Un novillo de El Capea (sangre Murube), para rejoneo, corrido en primer lugar, gacho y noble. Cinco novillos de Garcigrande (sangre Domecq) para la lidia normal. Manejable el segundo; fuerte y resabiado el tercero; encastado el cuarto, que fue sobrero; escurrido pero hecho, el quinto, que fue noble; y manejable el séptimo. Más un novillo de Osborne (origen vazqueño), corrido como sexto, remiso en la embestida. En la suerte de varas, los novillos se picaron con una o dos varas, sin excesivo castigo

Terna: Pablo Hermoso de Mendoza, de Estella (Navarra), cincuenta y nueve años de edad; ovación. Curro Vázquez, de Linares (Jaén), setenta y cuatro años; dos orejas. Carlos Escolar ‘Frascuelo’, de Madrid, setenta y siete años; vuelta al ruedo. César Rincón, de Bogotá (Colombia), de sesenta años; dos orejas. Enrique Ponce, de Chiva (Valencia), de cincuenta y tres años; una oreja. Morante de la Puebla, de La Puebla del Río (Sevilla), de cuarenta y seis años; una oreja. Olga Casado, de Madrid, de veintitrés años; dos orejas.

Festival matinal en homenaje a Antoñete. Los viejos maestros restauran el toreo

PEPE CAMPOS
Ayer en el festival en homenaje a Antoñete se vivieron tantas emociones y sucedieron tantas cosas taurinas que es imposible emprender una mediana aproximación a lo ocurrido. Antes del suceso, se pensaba y se imaginaba, que el aspecto más significativo de lo que podía ocurrir en este festejo era que se apreciara, si había suerte, la manera de torear de matadores de toros que llevaban mucho tiempo retirados y que los aficionados jóvenes no habían visto, sobre los cuales sólo tenían referencias de que habían sido grandes toreros, legendarios. Los jóvenes habían escuchado, una y otra vez, de boca de viejos aficionados que «ayer se toreaba mejor que hoy», pues en eso de comparar épocas del toreo los aficionados veteranos son y suelen ser machacones y lapidarios. Los nuevos aficionados de hoy, los más jóvenes, al escuchar a los viejos aficionados (consiguiendo despegarse de sus aparatos móviles, por un momento, y mirar a su alrededor), tenían en la mente alusiones similares a «qué bien andaba a los toros Curro Vázquez», o «César Rincón daba distancia a los toros y los embarcaba en un palmo de terreno sin solución de continuidad», o «qué torería la de Frascuelo». De modo que, eso de andar a los toros, darles distancia y someterlos con la muleta, o torear con majeza, eran como letanías lejanas que sonaban siempre de manera reiterativa para negar a la tauromaquia actual, digamos, por ejemplo, la del último lustro, para no irnos muy lejos. Una época esta última, la que vivían y viven los jóvenes aficionados, plagada de toreros «mandones», según señala el marketing al uso de los taurinos, y abundante en matadores que torean mejor que los antiguos porque la mercadotecnia —una ciencia que se estudia en la universidad actual, parece ser— es concluyente, y aporta una idea moderna, por útil, por evidente, de que «hoy se torea mejor que nunca».

Una tauromaquia esta de hoy defendida por los taurinos, quienes manejan el negocio del mundo de los toros, que dicen es perfecta, y practicada por los toreros que encabezan el escalafón —por cierto, con muchos años de alternativa, todo hay que decirlo— y que se dedican a dar pases y pases, en tandas y tandas, una y otra vez, con un estilo lineal, homogéneo y superficial. Y que se acuerdan de matar a los toros, tirándose a los bajos, cuando irrumpe el sonido de los avisos. Una manera de torear defendida por los taurinos, en un hoy bello y moderno, donde «cargar la suerte» debe estar ausente, porque no es necesario, ni está de moda, por pertenecer a un pasado cuando el origen de los tiempos o cuando vivía Franco. Una tauromaquia, por el contrario, que los viejos aficionados denominan «neotoreo» y que denigran. Pero ¡qué pesados son estos viejos aficionados!, que viven en el ayer, cuando lo más práctico es no citar a distancia. ¿Para qué hacerlo, si el toro está ahí al lado?, ¿acaso no es así más rápido? ¿No será lo más recurrente no cruzarse? ¡Qué pesadez esa de irse al pitón contrario! ¿No es más «chachi» y limpio no pasarse al toro cerca cuando se torea en redondo y al natural? ¿Por qué cargar la suerte, si es una entelequia? Mola dar muchos pases, por la espalda o por detrás, y, rematar, con manoletinas y bernadinas, que son guay. Es lo mejor, lo más fácil de entender y requiere menos esfuerzo, frente al toreo ese de toda la vida, tan prolijo, según expresan los viejos aficionados, de aquellos maestros del ayer lejano que tenían personalidades diferentes, según dicen, estilos diametralmente distintos y mucha torería. Un mundo complicado que requiere estudio. Como eso de las reglas de la tauromaquia eterna, que consiste, se oye, en parar, templar, mandar y cargar la suerte.

¿Tan fundamental será eso de «cargar la suerte», de «torear despacio», de no dar tantos pases iguales, de no rematar con manoletinas, ni escuchar avisos? En fin, diatribas y tesis que de manera cansina escuchan los aficionados jóvenes y que les es inextricable, porque por mucho que observan a los toreros «mandones» de la actualidad, no ven reproducirse ese toreo añejo, ni pueden hacerse a la idea que exista. Así, deben desecharse los términos de parar, templar, mandar y cargar la suerte, que se encuentran en los tratados de tauromaquia antiguos, viejos libros difíciles de entender por poseer un vocabulario de antaño, no actualizado. Por ello, una tarea esta de entender la tauromaquia eterna que no merece la pena pararse a descubrir, por misteriosa, lejana y que suena a rancio. 

Esto es lo que pensaban los jóvenes aficionados hasta ayer por no haber tenido la oportunidad de ver torear a matadores de toros de leyenda como los que estaban anunciados en el festejo de este 12 de octubre de 2025. Esta era la enseñanza que guardaba el festival en homenaje a Antoñete, donde se pudo experimentar cómo era la tauromaquia de no hace demasiados años, una tauromaquia respetuosa con el pasado y con la tradición taurina, aquella que explicó el maestro Domingo Ortega en su toreo y con su palabra, editada en El arte del toreo, donde se puede leer que «dar pases no es lo mismo que torear». Es lo que pudimos comprobar ayer viendo dictar una lección de toreo canónico a Curro Vázquez y a César Rincón, y, como reflejo de lo que es lo más mítico, el pundonor y la torería, a Frascuelo. Estos tres maestros de una época acabada, aunque no alejada de nuestra vida, en la mañana de ayer se subieron a la tarima de la plaza de Madrid, tomaron una tiza de tela rosa y roja y se pusieron a escribir —a torear— sobre el encerado —la arena— de la plaza de Las Ventas. Y los alumnos, el respetable, viejos y jóvenes, sacaron sus cuadernos de apuntes y se pusieron a garabatear signos gráficos en ellos para que no quedara en el olvido tanta ciencia como fue dictada desde el estrado.

El primer maestro que se subió a la tarima y tomó la tiza fue Curro Vázquez y comenzó a dictar su lección que consistió en la belleza de la torería, en mostrar lo que es la naturalidad, el hacer las cosas con seriedad y con sencillez, el demostrar que el toreo se lleva en el alma y en la cabeza, y que como decía Domingo Ortega, con «el clasicismo del bien hacer, se llega a reducir a los toros». Con el capote dio una media verónica magistral y ya estaba el novillo dominado, pues le había mostrado el camino de la embestida. Después, mientras al astado le ponían banderillas el maestro miraba el comportamiento del animal con atención y con las mejores formas, con las manos cruzadas atrás. Más adelante, con la muleta se fue a terrenos del seis —un terreno muy Curro Vázquez— y comenzó a ligarle los pases al novillo con delicadeza, suavidad, cadencia, elegancia, largura y máxima belleza. El novillo obnubilado obedecía, mientras el alumnado tomaba notas, con unas letras que se iban emborronando en la hoja de papel de cada uno de los cuadernos de los aficionados más veteranos porque caían en ellos lágrimas de tanta verdad como descubría Curro Vázquez con su toreo. Los redondos y los naturales fueron precisos y bellos, el toreo por bajo un homenaje al maestro Antoñete.

A continuación subió a la tarima Frascuelo y dejó el sello de lo que es la torería, una expresión de vida que él ha reinventado; y como el novillo que le tocó en suerte se las sabía todas, posiblemente, porque le pasaron una chuleta de lo que iba a suceder, Frascuelo, se puso autoritario ante el animal y muy quieto lo fue sometiendo a base de entrega, raza, valor y conocimiento. La lección no se dictó en un clima relajado, sino severo y todo el alumnado estuvo callado asumiendo las bases del amor propio que encierra la clave de la tauromaquia y de la torería. Acabada esta lección severa subió al estrado el tercer maestro, César Rincón, que nos llevó directamente al mes de mayo de 1991, cuando ante un toro de Baltasar Ibán restauró el toreo, en su máxima expresión, cuando en aquellos tiempos, como en los actuales la fiesta de los toros mostraba heridas de muerte.

César Rincón, con el capote, dio una lección que no debe olvidarse porque empleó la pedagogía de la pata «palante», un sistema pedagógico totalmente olvidado y que el maestro quería restaurar a toda costa. Parece como que en el patio de cuadrillas hubiera leído a Domingo Ortega, como último repaso, porque estaba dispuesto a recuperar qué es cargar la suerte, que no es otra cosa que la profundidad en el toreo: «la profundidad la toma el torero cuando la pierna avanza hacia el frente, no hacia el costado». Este concepto del maestro Ortega lo tenía entre ceja y ceja César Rincón. Y ahí dejó siempre la pierna César Rincón en su clase didáctica, en el frente, por delante, allí giraba el toro que iba dominado y era conducido hacia atrás de la cadera en cada uno de los lances y pases, en la verónica, en la media, en el redondo y en el natural, en la trinchera y en los ayudados. Además, Rincón rindió homenaje a Antoñete dándole distancia al novillo que acudía desde lejos y entraba en la jurisdicción de su muleta, para ser embebido en ella y ya no salir sino cuando se le despedía con el adiós del pase de pecho. Y todo enlazado y ligado, y muy de verdad, en un toreo de arriba hacia abajo, de delante hacia atrás. En fin, una lección para grabar en la memoria porque en los cuadernos los alumnos no pudieron hacerlo dado que las lágrimas fueron tantas que no hubo manera ni de escribir, ni de intentarlo, porque todo fue emoción y belleza, y el toreo ya quedó restaurado.



ANDREW MOORE






















FIN

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