“El Falo”, por Shin Yamazawa
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“Falo” o el último cantaor del XIX
"... brotaban plegarias raramente escuchadas en los templos flamencos hoy abiertos al culto: oraciones de Pastora, de Sellés, Vallejo y Niño de la Isla, guajiras, pregones, invocaciones a Enrique El Mellizo..."
Con el fin de echar un capote a la numerosa cantera de varones hoy técnicamente en el banquillo desde el punto de vista sentimental, Barney Stinson ha escrito El manual del juego (Timunmas), un catálogo de técnicas de seducción con el que “aprenderás a acercarte a la belleza que se te antoje y engatusarla para llevártela a la cama”. Contiene unas ochenta “artimañas de éxito garantizado” y servidas en “formato de receta fácil de seguir”.
Un ejemplo de las mismas es la técnica Terminator. Para su ejecución, has de colocarte en cuclillas en medio de un bar de copas y activar el hielo seco. Aprovechando que el humo te oculta, te desnudas con discreción y rapidez. Mientras el humo va disipándose, te pones en pie muy lentamente y, con la misma parsimonia, una vez localizado tu objetivo, llegas hasta la chica y le dices:
-Me han enviado del futuro para protegerte.
Después, sólo has de acostarte con ella.
Parece sencillo y, de hecho, el autor asegura un 65 % de éxitos. Entre los escollos a salvar, sólo menciona la conveniencia de estar relativamente en forma y la alta tasa de arrestos registrada entre sus practicantes.
Pero creo que esta estrategia –que no me planteo probar- sólo puede funcionar si eres Charlie Sheen y te pilla actuando en la serie en la que éste vive con su hermano y su sobrinito y no cesa de conquistar féminas echando mano de trucos similares a los recolectados por Stinson. Si resides en Vigo, Madrid o Córdoba o, incluso, en Cochabamba o Munich, la verdad es que no termino de verlo.
Al fin y al cabo, el ligoteo es pura cuestión de destino o suerte. Te toca, o no te toca. Lo infrecuente y lo digno en verdad de vítores no es el ligoteo, sino la ligazón, asunto ya de maestría y prosapia y que se da no en las pistas de baile, sino en el cante y en el toreo. Cuando en el toreo o el cante queda patentizada esa virtud de la ligazón, surge el olé, no digamos ya si, además de naturales o tercios por siguiriyas, se liga -al contrario que Stinson, cuyo galánTerminator viene del mañana- el remoto pasado con el incierto presente. Y eso sucedió la otra noche en Casa Patas, en su Sala García Lorca, donde Rafael Jiménez Falo presentó sus credenciales como diría yo que único cantaor del siglo XIX en activo en el XXI.
Ir a escuchar cantar a Falo es, en efecto, como sacar un tendido para una corrida en la Maestranza o Valencia y encontrarte con que hacen el paseíllo Antonio Fuentes y Guerrita (y espérate que no comparezca Chicorro y deleite a la afición con un salto de garrocha). Con Falo oficiando a modo de sumo sacerdote, cerrados los ojos, juntas las yemas de los dedos como para consagrar la Sagrada Forma, brotaban plegarias raramente escuchadas en los templos flamencos hoy abiertos al culto: oraciones de Pastora, de Sellés, Vallejo y Niño de la Isla, guajiras, pregones, invocaciones a Enrique El Mellizo, añejísimos tangos gitanos de la raya de Portugal y aires de vaqueiros de alzada acoplados a Utrera y Lebrija.
Sumando a ello que Falo canta de pie, tomando asiento en la anea sólo para dar cuerpo a la soleá de Alcalá, Casa Patas parecía, en fin, en su noche, el Café de la Marina y que a la guitarra rasgueaba Habichuela El Viejo en vez del joven Flavio Rodrigues, engarzado con precisión milimétrica su hacer con el de la voz cantaora. Entre los dos bordan casi una especie de psicofonía obtenida, en vez de gracias a una mesa de tres patas, a una pila de discos de pizarra.
La ligazón con aire del pretérito con el mañana y de la malagueña al natural con la soleá por alto intriga primero, cautiva después y, por fin, entusiasma en todas partes, por lo que el éxito del singular espectáculo de Falo lo perfila como un cantaor de largo recorrido, rasgo distintivo de los artistas con las ideas claras y los objetivos bien marcados. La suya es, por tanto y paradójicamente, también una apuesta de futuro, territorio virgen hasta el que contribuye a teletransportar la antigüedad desnuda de rococós y de y postizos.
A mí, Falo y su escudero a la sonanta me recordaron la trama de una novela recientemente leída de Alexander Lernet-Holenia: El estandarte (Libros del Asteroide), y, su actuación, a las peripecias del protagonista de la misma, firme en la auto impuesta misión de sortear con un valor propio de película de Stewart Granger cuantos obstáculos sea menester con tal de lograr hacer entrega del pendón de su regimiento de húsares a Francisco José, cabeza de un Imperio ya desaparecido. Congratulémonos, en fin, de haber podido constatar que el flamenco austro-húngaro, como el estandarte de Lernet-Holenia, sigue en pie. ¡Nuestra enhorabuena al ilustre cantaor y a su ayudante de campo!
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