Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Que la venganza es un plato que se sirve frío lo aprendimos de la literatura de Choderlos de Laclos (“Las amistades peligrosas”) y del cine de Pasquale Squitieri, amante setentero de Claudia Cardinale, que tituló así un spaghetti western con Klaus Kinski, el señor padre deNastassia Kinski, musa generacional de los felices 80.
¿Cuántos platos fríos ha servido el Madrid en los últimos 25 años?
Y sin embargo… qué bonita es la venganza, cuando Dios nos la concede.
–Qué bonita es la venganza, / cuando Dios nos la concede, /yo sabía que en la revancha, / te tenía que hacer perder –cantaba en el patio del estudio de mi amigo Bonifacio, en la madrileña calle de la Cabeza,Chayito Valdez, la alondra de México, que era igual que la viuda del faquir Daja Tarto, que se desayunaba con torreznos en el bar de abajo.
Dios le ha concedido al Madrid, de una tacada, la venganza de un Barça y de un Borussia, y, muy probablemente, de un Bayern, aunque en ese vestuario hay gente que buscaba (con esos amigos suyos de la prensa como de Manganeses de la Polvorosa, donde la cabra y el campanario) al Chelsea de Mourinho, que este fin de semana ha despachado en un set (6-0) al Arsenal de Cazorlita (“¡mejor que Modric!”), Özil (“¡mejor que Bale!”) y Wenger (“¡señor del señorío!”).
A Carletto se la pusieron como a Fernando VII para clavar el último clavo en el ataúd del tiquitaca culé, esa cosa cursi como la jota (la letra, no la danza) que don Eugenio d’Ors comparó con el color violeta, el cual es cursi "con esta especial cursilería gratuita y epicena que tiene igualmente la j desde los tiempos de un poeta" (por Juan Ramón).
El tiquitaca es una jota cursi… y cursiva, o sea, siempre cayéndose (aquellas Desdémonas desmayadas con las que el Wall Street Journal” comparó a los futbolistas cursis, tontuelos, revesinos y canguros del Guardiola culé: primoroso, miniado con minios, oros y brillos de clámide de insecto bizantino, que dice (ladino) haber perdido su magia no ante el Madrid de Mourinho, sino ante el Chelsea de Roberto di Matteo.
¿Qué quedará del clásico?
–En la segunda parte, el césped estaba muy alto –fue la explicación un día de un jugador canterano (“arraigado”) del Barcelona a su mal partido en Pamplona.
¿A qué velocidad, Walt Whitman, crece el césped del Bernabéu?
“Del Pirineo la ceniza verde”, que cantó Góngora al “cespet” de Xavi, culterano del toque con juanete herido, en lo que el Mejor Central del Mundo, capitán y bocachancla (“O Captain! my Captain!”), trata de pintarle las plumas al raro colibrí de Messi.
Saber cuándo se cansa un colibrí es tan difícil como saber de qué color es un camaleón ante el espejo (del vestuario madridista).
No me gustó, en la víspera, el “Ya es hora de ganar al Barcelona” de Carletto. Contra el Barcelona, en casa del Madrid, como en casa del Sombrerero Loco, son siempre las cinco de la tarde, y lo que Carletto debió decir es: “Ya es hora de meterle cinco al Barcelona”, pues era ahora… o nunca.
JUEGO DE TRONOS
Los dos mejores ataques del mundo contra las dos peores defensas de Europa (Alves a un lado, y al otro, Ramos). El ataque es cosa de dinero; la defensa, de entrenador. El Clásico salió un partido copero, y lo decidió Undiano, el más ladino del escalafón (el gato que acaricia Arminio en sus valles cántabros), con tres penaltis a favor de obra y ninguno lo fue. A la media hora, Benzema, que juega con chilaba de moro de Tintin, contaba dos goles, un vicegol y dos gatillazos. Parecía Van Basten, qué bien, mientras Cristiano, qué mal, parecía Amavisca. (Desde el Balón de Oro, Cristiano es el jugador que le llevó a discutir con Mourinho.) El Barça, un equipo mentiroso (de patas cortas, como Iniesta, y ya Ortega explicó por qué tienen la pata corta los españoles), resucitado. Ni con estos (¡ni con los del Atleti!) ha podido este año el Madrid.
ETO’O
Mourinho ha vuelto a hacer del Chelsea un club castizo y generoso, todo nervio y corazón, con veteranos y noveles, como manda el himno madridista de José de Aguilar. Los noveles son fantásticos (Hazard), y los veteranos, indomables, como Eto’o, un león en su invierno, gran exiliado madridista, y sostenedor, a su edad (que nadie sabe cuál es), de la producción goleadora (esa doble o son sus anteojos) del equipo inglés más divertido: primero, se troncha uno con el sufrimiento de los locutores españoles que narran las victorias del Chelsea; y luego no hay más remedio que postrarse ante el espectáculo de ruido y furia que en las áreas desencadena este viejo félido africano que nunca debió salir de Chamartín, donde ahora algún simple quería vérselas con él en cuartos.
Anoche
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