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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 25 de agosto de 2015

De mayor quiero ser como el señor Enrique Ponce / Por Carlos Bueno.


 “Siempre es un honor brindarle un toro, hoy más en especial, porque con su presencia no sólo está apoyando la Fiesta de los toros y nuestro arte, sino la historia, la tradición y la cultura. Además de todo esto, está apoyando la democracia y la libertad. Eternamente agradecido”.

De mayor quiero ser como el señor Enrique Ponce
  • Se torea como se es, dijo Belmonte, y será que el afán de autosuperación que Enrique siempre ha exhibido sobre el albero es su norma habitual también en la calle. Me refiero en este caso a la forma de expresarse, cada vez más reflexiva y cargada de contenido.

El argumento de la gran mayoría de grupos antitaurinos no suele pasar de gritar “asesinos” a todos cuantos acuden de forma pacífica y legal a presenciar un festejo, nada que ver con el razonamiento tolerante, democrático y respetuoso que Enrique Ponce mostró en el último brindis al Rey Don Juan Carlos I, todo un ejemplo de discurso profundo y contundente. 

Que después de 26 años de alternativa Enrique Ponce continúa con la ilusión y la ambición intactas es evidente. Como lo es su categoría profesional y personal. El maestro de Chiva siempre ha sido un referente dentro y fuera de los ruedos y a lo largo de su carrera ha sabido compaginar la fama alcanzada como matador con la repercusión general que conlleva ser un personaje de su magnitud. 

Pocos como él –quizá nadie jamás- han sabido lidiar a la prensa rosa con un temple tan exquisito. Así Ponce ha estado en el candelero social sin entrar nunca en la frivolidad, sin permitir que se violase su entorno familiar y personal. En esto también es un maestro a imitar, porque falta le hace al sector taurino que la fama de los toreros trascienda más allá de los tendidos y que, sin perder seriedad, la tauromaquia sea un referente para las nuevas generaciones ya acostumbradas a idolatrar a quienes ocupan espacios televisivos, portadas, noticieros y redes sociales.

Se torea como se es, dijo Belmonte, y será que el afán de autosuperación que Enrique siempre ha exhibido sobre el albero es su norma habitual también en la calle. Me refiero en este caso a la forma de expresarse, cada vez más reflexiva y cargada de contenido. Es cierto que sus palabras siempre han tenido una repercusión mayúscula porque todo cuanto ha dicho ha estado cargado de sentimiento y sensatez, aún así, año tras año ha sido capaz de seguir sorprendiendo con nuevos discursos de una profundidad al alcance de muy pocos y, además, pronunciados en altas instituciones y universidades ante las mayores eminencias de la alta sociedad y la cultura. 

La última lección verbal de Enrique Ponce fue el brindis que le dedicó a Su Majestad el Rey Don Juan Carlos en el coso de Illumbe el pasado 13 de agosto, día de su reinaguración después de que factores políticos determinasen la prohibición de los toros durante dos temporadas en San Sebastián: “Siempre es un honor brindarle un toro, hoy más en especial, porque con su presencia no sólo está apoyando la Fiesta de los toros y nuestro arte, sino la historia, la tradición y la cultura. Además de todo esto, está apoyando la democracia y la libertad. Eternamente agradecido”. No se puede decir más con menos palabras, y todo acompañado de gestos de consideración hacia la persona brindada y a cuanto representa. Las formas y el fondo, la elegancia y la educación de todo un señor.

A las puertas de la misma plaza un centenar de manifestantes vociferaban en contra de la tauromaquia enarbolando banderas republicanas, arcoíris del orgullo gay e ikurriñas. La amalgama no dejó de sorprenderme porque conozco aficionados y toreros republicanos, aficionados y toreros gays, y aficionados y toreros vascos. El argumento de este tipo de gente -que se autoproclama portavoz de colectivos a los que no representan- no suele pasar del gritar “asesinos” a todos cuantos acuden de forma pacífica y legal a presenciar un festejo, toda una muestra de la intransigencia y la dictadura de sus ideas totalitarias, nada que ver con el razonamiento tolerante, democrático y respetuoso de Ponce. Me alegré de que mis hijos viesen la escena, porque sin influir en ellos me confesaron que de mayores les gustaría ser como el señor Enrique Ponce. Buen ejemplo.

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