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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 20 de agosto de 2015

¿Hispanoamérica, Iberoamérica? Me gustan las causas perdidas / por Manuel Parra Celaya


Primera misa en Chile. Pedro León Maximiano 
Subercaseaux (1904)

"...Me refiero, querido lector, al uso generalizado y sacralizado de la voz Latinoamérica y sus derivados latinoamericano y latino, en mostrenca abreviación, para adjetivar a las tierras, personas, música, literatura y usos que provienen de lo que fueron históricamente la América española y portuguesa..."


 Me gustan las causas perdidas

  • ...de aquella Hispanización, uno de cuyos factores más valiosos consistió en la Evangelización, que contenía la enseñanza de que todos los hombres, dotados de libre albedrío para elegir entre el bien y el mal, eran iguales, por ser hijos del mismo Dios.

 Manuel Parra Celaya
Eso dice Red Butller –o sea, Clark Gable-, cruzando en su cinto un Remington confederado y propinando un beso de tornillo a Escarlette O´Hara –o sea, Vivian Leigt-, todo ello con el foindo impresionante de Atlanta en llamas. Pues bien, sin Colt ni heroína apasionada ni incendio, voy a defender una causa que considero de antemano perdida, pero que me invita una y otra vez a entrar en lid, no tanto por la trascendencia del objeto –que la tiene- sino por la estupidez de su contrario.

Me refiero, querido lector, al uso generalizado y sacralizado de la voz Latinoamérica y sus derivados latinoamericano y latino, en mostrenca abreviación, para adjetivar a las tierras, personas, música, literatura y usos que provienen de lo que fueron históricamente la América española y portuguesa. Ese término espurio está ya generalizado y forma parte del lenguaje políticamente correcto y no digamos del politiqués, en expresión acertada de Amando de Miguel. Es uso habitual y propio en la izquierda y en la derecha, en los ámbitos progresistas y en los eclesiásticos –el Papa Francisco, incluso, lo tiene interioriozado-, en la guerrilla selvática y entre los misioneros; forma parte del diccionario de estilo obligado de los medios de difusión y, lo que es más grave, ha sido asumido mayoritariamente entre las propias poblaciones, sean mestizos, criollos, mulatos o cualquiera de las innumerables variantes étnicas; lo utilizan los inmigrantes para definirse y diferenciarse orgullosamente y, en fin, se ha convertido en universal, hasta el punto de que ha conseguido eclipsar a las palabras más certeras, que encierran, como de costumbre, a su vez los conceptos más verdaderos. Y también como de costumbre, las inmensas mayorías, aunque lo sean, carecen de razón, y sí la tiene esa minoría a la que dedicaba su creación poética nuestro Juan Ramón Jiménez, que poor algo fue Premio Nobel.

Estamos ante uno de los primeros casos en la historia en que se puso en práctica, hábilmente y con inmensa fortuna, la estrategia de la deconstrucción del lenguaje para deconstruir el pensamiento; y, por cierto, muchos años antesde que a Gramsci se le ocurriera como instrumento de su postmarxismo. El invento de la palabra de marras procede de un ministro francés de Napoleón III con el fin de justificar la presencia de Maximiliano como emperador de México.

No hace falta recordar a los lectores como terminó aquella desgraciada aventura, cuyo final pronosticó un sagaz Juan Prim, quien se había retirado honrosamente de aquella imposición fraudulenta, no sin antes haber vencido la tentación y las ganas de ponerse al frente de mexicanos y fuerza expedicionaria española para librar a México de franceses ; creo que el imbécil gobierno español de la época protestó por la desobediencia del general reusense, más listo que todos, como era su costumbre.

Pero, fusilado Maximiliano por los juaristas, quedó el neocolonialismo del término Latinoamérica mencionado, como una quinta columna extranjerizante o una espina brutal clavada en el alma de lo que, en realidad, es Hispanoamérica o Iberoamérica. Porque, señores, no fueron las legiones romanas quienes llevaron a cabo la tarea –grandiosa y brutal- de una Conquista ni de la misión –genial y sublime- de la Colonización: fueron España y Portugal,y, en concreto la primera, con graves y rigurosos debates teológicos, filosóficos y políticos sobre la licitud de la empresa, a cargo de los doctores de Salamanca y Alcalá, a los que se plegaban reyes y emperadores, que entonces lo eran de conciencia y de verdad.

Por todo ello, un servidor va a seguir empleando los términos adecuados, sean cuales sean los usos del mundo circundante; aquello es Hispanoamérica o Iberoamérica, términos sinónimos en el fondo ya que Portugal también era Hispania, según dejó registrado Camoens en su inmortal épica; e hispanos los naturales de aquellas tierras, tanto los que residen en ellas como los que han venido a las nuestras y, en ocasiones, tienen que sufrir otros términos despectivos, como sudaca o machupichu, por parte de de quienes, ignorantes de su propio pasado, se creen superiores en nombre de un supuesto occidentalismo.

Hablando de este mundo inmigrante, quizás se dé lugar ahora a un segundo Mestizaje, que nos haga reconocer valores olvidados y renueve nuestras apolilladas sangres y mentes. De ello ya empiezan a dar fe la multitud de sacerdotes y monjas de tez más cobriza, parla en un español más exacto y melodioso y prédica más acertada, que suplen el vacío de nuestros despoblados Seminarios. Porque, jerarquías de nuestra Iglesia Católica, ellos no son en modo alguno latinos, sino hispanos, producto de aquella Hispanización, uno de cuyos factores más valiosos consistió en la Evangelización, que contenía la enseñanza de que todos los hombres, dotados de libre albedrío para elegir entre el bien y el mal, eran iguales, por ser hijos del mismo Dios.

Y voy a seguir empleando los términos indicados y pensando los conceptos justos aunque sepa de antemano que es una batalla perdida, como afirmaba el galán de Lo que el viento se llevó.

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