la suerte suprema

la suerte suprema
Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 29 de agosto de 2015

La corrida surrealista / por Joaquín Albaicín



La corrida surrealista

Hace ya bastantes años, José H. Gan, que regentaba una filmoteca taurina en la calle de Espoz y Mina, me relató una anécdota pictórica de mi abuelo. A tenor de sus palabras, éste habría roto plaza una tarde en la Monumental de Barcelona embutido en un capote de paseo con rosas no bordadas, sino pintadas al óleo por Dalí con una mezcla especial, invención del segundo, que evitaba que el calor del sol las derritiera. Fue el día en que se dio la Corrida de los Tres Gitanos: Cagancho, Gitanillo de Triana y Rafael Albaicín, con Álvaro Domecq por delante. Desde luego, existe constancia gráfica de la presencia de Dalí en aquel festejo, pues conservo fotos de él, con mi abuelo y Gala, en el patio de cuadrillas.

¿Lo del capote es cierto? Al conocer la historia me extrañó, la verdad, no haberla escuchado jamás en mi casa, pero también me pareció más fácil que del asunto se hubiera olvidado mi abuelo a que se olvidara Gan. Para un torero de renombre y admirado, portada de las revistas, protagonista de películas, esa clase de anécdotas eran, al fin y al cabo, poco menos que el pan de cada día. Así que no descarto que fuera verdad, en especial teniendo en mente las querencias taurómacas que distinguieron, además de a Dalí, a otro genio de la época: Pablo Picasso.

Elba, editorial que con frecuencia dirige su mirada hacia las génesis de las vanguardias artísticas del siglo XX, ha lanzado ahora Picasso y yo, libro que viene a estudiar los vínculos personales entre ambos pintores en base a la publicación -en unión de varios escritos de Dalí sobre Picasso- de las postales -texto e imagen- remitidas por el de Port Lligat al malagueño antes y después del exilio de éste. En calidad de hilo conductor, la introducción de Víctor Fernández pone excelentemente en situación al lector sobre los principales aspectos de las relaciones sostenidas entre las dos luminarias de la pintura: los inicios de las mismas, los lazos de simpatía que les unieron (fue Picasso quien, en 1934, costeó el viaje de Dalí a Nueva York, que resultaría decisivo para su carrera)… y también los desencuentros posteriores, siempre en contextos en los que resulta difícil que no nos acaricie la nariz el fuerte aroma del barniz del marketing.

A tenor de lo escrito por Fernández, el distanciamiento o los mutuos desdenes intercambiados entre uno y otro se dirían motivados no tanto por los artistas -quienes parecen haber sentido un interés apenas oportunista y tangencial por la política- como por el deseo de ambos de no contrariar con unos lazos demasiado cordiales entre ellos a distinta gente de sus respectivos círculos, de cuya simpatía obtenían nada desdeñables beneficios. Ya en el terreno puramente artístico, viene a sostener Víctor Fernández que Dalí siempre miró a Picasso como “el maestro con el que se había enfrentado en el ruedo de la pintura, aunque el malagueño no había aceptado el acercarse al capote daliniano”. Es un modo de verlo, y creo que bastante acertado.

En cuanto a la colección de imágenes, en ella encontramos el telegrama enviado en 1953 a Picasso, con un escueto abrazo, por Dalí y Luis Miguel Dominguín (quien, amigo de ambos, decía que Picasso era “un genio” y Dalí, simplemente, “divertido”). Entre las postales de Dalí figuran también un toro arrastrado por las mulillas, dos bailaores de muy turístico atuendo, una de Julio Aparicio de luces, una playa, una montaña de Italia, un dibujo de un farol rodilla en tierra con el capote -diría yo que inspirado en Marcial- o una tarjeta del Astoria, sala de fiestas de Figueras supongo que ya desaparecida (por si acaso fuera que no, ahí va el teléfono: 2220).


Es una pena que, en los términos de pureza concebidos por el liencista de El gran masturbador, no llegara a celebrarse nunca –por razones sanitarias y demás- la corrida daliniana de Figueras. La idea era que, en ella, un helicóptero se llevara por los aires, colgando de un garfio, el cuerpo del toro, que depositaría sobre las peñas de Montserrat para que, allí, fuera devorado por los buitres. Así, el mitraísmo iranio se fusionaría con el mitraísmo mongol de las estepas merced al viático de la espada de Curro Girón o Paco Camino.

Ahora hay en Málaga una corrida picassiana que, en sus tiempos de empresarios de la plaza, se inventaron Javier Conde y Rivera Ordóñez, pero sin helicóptero ni buitre, es decir, sin esa originalidad surrealista. Y es que una cosa es el cubismo y otra, el surrealismo. Yo, lo reconozco, echo en falta al buitre. Unos pocos picotazos bien dados en las gargantas adecuadas, y la Fiesta podría darse por salvada.

Foto: José Luis Chaín

No hay comentarios:

Publicar un comentario