El libre albedrío que Dios Padre concedió al ser humano lo hace alabar a quien luego condenará a morir crucificado. El mismo Pilatos, encarnación del poder terreno, ofrece la alternativa: o absuelve a uno o al otro. Y es el populacho quien dicta su sentencia. De las palmas a la cruz. Hay en esto una gran lección acerca de lo que es el hombre en sí mismo, una contradicción permanente que bascula siempre entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Diablo, entre lo santo y lo profano. Más allá del hecho religioso, inherente a todos los pueblos y culturas de la historia, y de la eterna búsqueda del sentido de la vida, imagínese a usted en Jerusalén en ese momento histórico que marcaría el devenir del mundo hasta hoy mismo. ¿Habría salido a recibir al Redentor para luego exigir que se le crucificase? ¿Se habría quedado en su casa? Es el dilema de nuestra sociedad actual: qué debemos hacer ante el mal. Siga imaginado, por favor, y sitúese en el Gólgota, ante Jesucristo crucificado entre los dos ladrones, con los legionarios romanos jugando a los dados a los pies de la cruz, con uno de ellos clavándole la lanza en el costado mientras otro le acerca a la boca una esponja empapada en vinagre como chanza al moribundo. Escuche los gritos de los escépticos que le apostrofan burlándose de Él diciéndole que sí es el Hijo de Dios ¿por qué no se libera? ¿Les suenan este tipo de cosas? Son el pan nuestro de cada día. Nuestra civilización ha llegado al punto de colapso precisamente por no pensar en lo que representa el supremo sacrificio de entregar la propia vida a los demás sin odios ni rencores y pidiéndole a Dios que perdone a quienes te están torturando porque no saben lo que se hacen.
Es el mensaje que Cristo nos envía siempre, pero singularmente en estas fechas. Murió por nosotros y al tercer día resucitó, demostrando que la fe, la bondad y el espíritu no pueden ser destruidos por medios materiales, porque en ellos radica la esencia de lo inmortal, de lo que nunca puede desaparecer. ¡Qué lección de humildad para todos, en especial para aquellos que se creen poderosos Ahí, al pie del Calvario, se estrellan todas las vanidades, los escepticismos, las indiferencias. Nadie con una chispa siquiera de bondad en su interior puede permanecer indiferente ante un Jesucristo que, muriendo, ha triunfado sobre quienes buscaban suprimirlo. Es el misterio de estos días: el Espíritu siempre vence siempre a lo material. Buena Pascua a todos.
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