Ese trastorno bipolar que le atenaza desde hace mucho tiempo, al parecer, está haciendo estragos en el cuerpo de este hombre que, del arte ha hecho un modo de vida y, para dicha de nosotros, los aficionados, un motivo para que le sigamos esperando. Aparentemente le ve muy bien, al menos, en lo que a su rostro se refiere, pero, como siempre sucede en cualquier persona, la procesión va por dentro y, el calvario lo está pasando él. Confiemos que, para el Domingo de Resurrección, en el que Morante es santo y seña para el cartel de Sevilla se encuentre restablecido.
Otra cosa muy distinta son los años que el diestro lleva como matador de toros que, por nada del mundo debe de arrastrar miserias en el final de su carrera. ¿Qué quiero decir? Que Morante, como cualquiera, debe de terminar su carrera en pleno éxito, amasando triunfos por doquier y no tener que marcharse, como han hecho muchos, embadurnados de fracasos. No sé cuando ocurrirá su retirada y, con toda seguridad, él tampoco lo sabe, pero, si persiste su precario estado de salud es hora de que fuera pensando en el abandono porque su historia ya está escrita, bella como pocas, inolvidable para los aficionados que, como se comprenderá, debemos de recordarle con su hatillo lleno de triunfos, los que durante tantos años nos han hecho felices.
Por supuesto que Morante es el dueño de su existencia y consejos no necesita ninguno, de ahí emana su grandeza, pero, si se marchara, además de dejarnos una historia fantástica, con su acción, dejaría un puesto vacante para que lo ocupase otro que, como le ocurriera a él cuando empezaba, deseaba que alguien se marchara para entrar él en el circuito de las ferias, como así sucedió.
Son más de cinco lustros ostentando el galardón de primera figura del toreo y, eso, queramos o todo lo contrario, debe de pesar muchísimo; no es solo torear que, si se me apura sería lo de menos; son los viajes interminables, muchas noches sin apenas conciliar el sueño, vaivenes de hoteles, trastos por aquí y por allá; que no es que lo lleve él personalmente, pero sí tiene que soportar todo el peso de lo que se figura de los artistas representa. De su mano está, pero, si a todo lo que supone el trajín de la torería, a eso le añadimos su precario estado de salud, lo ideal sería que se marchara a sus aposentos para ser feliz, para gozar de todo lo que ha ganado, para disfrutar junto a los suyos tantas tardes de gloria que ha dejado escritas en los anales de la tauromaquia.
Como fuere y pese a todo, a Morante solo le podemos desear salud, la suficiente como para que en el tiempo que le quede en el toreo poder seguir impartiendo lecciones bellísimas de arte que tanto nos fascinan. Lo que no puede hacer Morante ni nadie por supuesto, pero él con mayor rigor, es arrastrar miserias por esas plazas del mundo. Su obra ya está hecha; su leyenda nadie la borrará y su vida, como la de sus hijos, está más que resuelta. ¿Para qué más?
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