Lo que pasó, así lo cuento; o al menos, esto fue lo que yo vi.
Gloria a Ventolero, que hizo que mereciera la pena mi viaje en búsqueda de la bravura.
Esperpento. Así se puede definir la tarde de Muro. ¿Para qué queremos a los quince antitaurinos animosos que se plantaron en la puerta del centenario coso de Muro cuando dentro tenemos profesionales que la dañan más?
Llamado por un instinto profundo, que es el amor al toro bravo, acudí el pasado fin de semana a Muro para poder apreciar el desarrollo de los otrora llamados pablorromeros.
Imponentes, así lucían los cárdenos astados sevillanos en corrales días atrás. Tras la desencajonada los toros de la celeste y blanca comenzaron a infundir comentarios sobre su trapío y sus hechuras de plaza de mayor categoría. Quizá sea el inicio de todo… o no.
Con un retraso considerable desde el momento en que el pañuelo asomó por el balcón presidencial, el paseíllo se desarrolló guardando un minuto de silencio por Iván Fandiño.
El abreplaza fue un eral -de indecorosa presentación para un festejo mayor- de mansa condición, para el rejoneador Roberto Armendáriz, más preocupado por los fuegos de artificio que en la colocación de los rehiletes.
Tras un silencio producto del mal manejo de los aceros, se hizo el parón. En ese momento Javier Castaño se negaba a lidiar al primero de lidia ordinaria hasta que no cobrara sus legítimos derechos. Este parón, comandado por Fernando Sánchez -o al menos así lo pareció desde mi localidad en el tendido-, fue porque el empresario, fiel a la tradición que según dicen adquirió en 2016, no había abonado los derechos en el momento en que era preceptivo, las doce del mediodía. Bien por los profesionales por hacer valer sus derechos económicos. Mal por las formas, con más de dos tercios del tendido esperando la salida de los esperados toros de la finca de Aznalcázar, lo que pudo haber provocado un desorden público que, habida cuenta del reglamento, hubiera sido responsabilidad de los profesionales contratados, con una más que probable consecuencia penal.
Cuarenta y cinco minutos después, con el respeto absoluto del aficionado -salvo una pequeña mancha de público solanero pendiente de otros menesteres tales como el levantamiento de lata- sonaron clarines y timbales para recibir al primer cárdeno de la tarde. Toro aplaudido en la salida de chiqueros, como todos sus hermanos excepto el sexto de lidia ordinaria, se empló con fijeza y humillación en el peto, donde recibió un segundo puyazo durísimo, lo que fue el origen de la crítica del respetable. El toro, que acusó el castigo, tras un tercio de banderillas propio de una capea, con algún grito de pesetero desde el tendido etílico en el paso de Fernando Sánchez, se desarrolló en la faena de muleta con poca fuerza, pero humillado y con una noble condición. Javier Castaño no lo quiso ver, estando el toro muy por encima del torero, por la desconfianza de éste. Dejando una rinconera estocada de forma habilidosa, le permitió taparse. El toro fue despedido con aplausos.
Tras ello, otros treinta minutos de parón. La cuadra de caballos no había liquidado sus honorarios. Tras dos visitas al callejón del Sr. Presidente del festejo -sobresaliente durante toda la tarde ante las contingencias acaecidas no alcanzando la matrícula de honor por no atender la petición del público con el séptimo toro-, la situación alcanzó una llegada a buen puerto pudiendo continuarse la lidia -sin confirmación a quien escribe, desde el tendido se aseguraba por los vecinos de localidad que el Ayuntamiento asumía la deuda-.
El segundo, marcado con el número 14, fue un pavo de plaza de primera categoría. Su salida fue barbeando las tablas, pero en cuanto alcanzó a ver la seda acometió con repetición. Tomó tres varas, la segunda de ellas durísima, empujando en todas ellas con codicia. Y tras el espectacular primer tercio, comenzó a saltar la irritación del público ante la inhibición de la cuadrilla del valiente Alberto Lamelas -a juicio de quien escribe, el único de oro que se justificó en la tarde por vergüenza torera-. Lamentables los gritos desde el sector de aproximadamente veinte jóvenes del ‘tendido etílico’, cruzándose con ‘bajatús’ de los acompañantes del jienense que estaban sentados en el tendido, sólo calmados por el sentido brindis del bravo coleta al presidente de su peña mallorquina, el cual, emocionado, fue ovacionado por el tendido.
El toro, en un inicio reservón, tuvo en peligro que el público supo apreciar, rompiendo poco a poco a un mayor desplazamiento ante la falta de ajuste del jienense. Una tanda de martinetes y derechazos avivó al tendido solanero, pero una mala ejecución de la suerte suprema privó al torero de tocar pelo, siendo despedidos ambos con aplausos, toro y torero.
Hasta aquí, podría decirse que discurría como una tarde de toros con la anécdota del parón para cobrar sus legítimos honorarios, pero el Sr. Cristian Escribano lo cambió todo. El tercero de la divisa celeste y blanca era un toro antiguo, de los que adornan los grabados taurinos del S.XIX. Al pisar el albero mallorquín, el silencio de expectación se hizo en la plaza, y la cuadrilla lo sintió. Tras un saludo capotero en el que en ningún momento el matador supo parar la embestida encastada del toro, el primer tercio fue de una dureza de otra época. Cuatro varas, la tercera de ellas en la paletilla del toro, hasta el cambio de tercio, y, tras un arreón al de oro encargado de su lidia, y pese al pañuelo en el palco, el Sr. Cristian Escribano ordenó a su picador salir a buscarlo a la boca de riego y darle hasta cinco varas más, empujando al caballo hasta el tercio de nuevo. ¿Cómo no va a formarse el lío que ha sido viralizado por redes sociales? Más allá de la REPROBABLE DESVERGÜENZA de lanzar un objeto al ruedo estando en juego la vida de los profesionales, ¿no es más cierto que acusar de ataque organizado de antitaurinos es una falsedad? ¿Acaso no es más antitaurino el comportamiento del Sr. Cristian Escribano y su inoperante cuadrilla? ¿Es necesario que en una comunidad en la que tan castigada está la afición se venga a dar el rejón de muerte a los festejos taurinos? Plantéenselo, coletas, y plantéese algún profesional el que debe un respeto al animal.
Tras nueve varas, y la incapacidad de los de plata en el segundo tercio, el toro desbordó al matador, que se vio superado por su oponente. Tras una infame suerte suprema a paso de banderillas, el toro fue despedido con una gran ovación por parte del respetable, de aquel que paga, de aquel que mantiene la fiesta con su dinero. Y, reprobando el lanzamiento de objetos, los asistentes en Muro no serían/seríamos tan mal aficionados como alguna ha querido hacer ver por redes sociales.
El quinto animal fue otro eralote de mansa condición y escasa presencia para Roberto Armendáriz, que, entre el primer apagón energético previo a su salida, la cháchara y el cachondeo recibió la petición y concesión de oreja después de dos avisos para dar muerte al animal, tras una faena cargada de atropellos por parte del eral a caballos de rejoneo. Eso, tampoco se cuenta. ¿Para qué queremos antitaurinos si un matador de toros lidia erales?
El sexto fue otra oración en el Muro Occidental del Templo de Salomón, para lamentarse. Castaño, impotente, como toda la tarde, en ningún momento consiguió parar a un toro mirón y que barbeaba las tablas, amagando con tomar el olivo. Tras dos varas, la primera de ellas excesivamente larga ante las artimañas empleadas por el del castoreño, el tercio de banderillas fue impropio de los profesionales actuantes, en especial por Fernando Sánchez, que, herido en su orgullo por lo acaecido anteriormente, pasaba de realizar la suerte. Inclusive, cuando se negó a pasar por segunda vez, cambiando el tercio voluntariamente con tres palos, sin el preceptivo pañuelo blanco del presidente, hecho por el cual se ha conocido que se ha abierto un expediente sancionador a Javier Castaño. Bien por el Presidente. El reglamento debe observarse para la integridad del espectáculo y por respeto a quien paga una entrada. El toro, de mansa condición, garbanzo negro del festejo, se desentendía de la franela, pero con un sordo peligro para quien estaba delante. Pese a ello, Castaño ejecutó la suerte suprema con un toro entero, sin entrar en una lidia antigua para desgastarlo preparando su muerte, llegando a realizar ocho entradas a paso de banderillas, y finalmente consiguiendo dejar una fea media. Aquí, otro de los puntos en los cuales el aficionado tuvo demasiada paciencia. El tercero, citado anteriormente, en el momento en que se encontraba apuntillando la res, recibió otro grito del ‘sector verde Heineken de levantamiento de lata’, lo que hizo que se cebara con la puntilla, provocando espasmos en los cuartos traseros del cárdeno por espacio de unos veinte segundos. Nueva bronca del respetable ante la falta de respeto de Fernando Sánchez al toro y al aficionado. Mi admirado Fernando en las plazas de responsabilidad, tuvo una tarde aciaga, que el que escribe olvidará, por la admiración y el respeto que le merece como profesional.
La tarde, tornaba en gris oscuro casi negro, con el respetable afilando las uñas ante las faltas de respeto recibidas por profesionales y empresa en la calurosa tarde, como en una especie de revancha entre ambos, y, tras más de tres horas y media de festejo, el gris tornó en negro. Pero en negro de bravura, porque el séptimo, quinto de Partido de Resina, marcado con el número 12 bajo el nombre de Ventolero, reunió todas las condiciones que se le exigen a un toro bravo. Tras tres varas, con dos derribos -en uno de los cuales, tras levantar las cuatro extremidades del equino se ensañó con el mismo, por lo que debió ser sustituido por el caballo suplente ante la más que posible lesión que provocó al primero- y un tercio de banderillas con gran acometividad, el bravo sevillano se encontró con el bravo jienense. Un toro con recorrido, que se desplazaba rebosándose en la embestida y con un ritmo constante siguiendo el engaño humillado, al que el matador no dio la distancia adecuada, ahogando su brava condición. Tras unos molinetes, y un grito en favor del toro que fue aplaudido por un sector de la afición, un pinchazo y una estocada dejaron en una oreja la responsable actuación de Lamelas, y una grandísima ovación con petición de vuelta al ruedo para el Partido de Resina. Para quien escribe, un gran toro. Honores para el ganadero.
Con ello, clarines y timbales y… un nuevo apagón. Toro al ruedo en la oscuridad de la noche mallorquina y abandono mayoritario de la afición ante las más de cuatro horas de espectáculo, la escasez de agua en el bar, y la avanzada edad de los asistentes. Tras media hora iluminados por los teléfonos móviles, con el regreso de la luz, los irreductibles nos encontramos con otro bravo toro de Partido de Resina al cual el Sr. Escribano ordenó dar cuatro puyazos sanguinarios con los dos caballos a la vez en el ruedo -en Muro sólo sale uno por el diámetro del albero-, y no situándose el segundo de ellos guardando la puerta, sino con una distancia de 10 metros entre los picadores, a ambos lados de contraquerencia. ¿Para qué queremos antitaurinos con profesionales como éste? Lo narrado, una vergüenza.
Y… después de cinco horas de festejo, aguantando los despropósitos de todos los que obtienen rédito económico del festejo, el aficionado se fue con la sensación de que al menos vio toros bravos; y se evitó un escándalo mayor. Si no llega a ser por el corridón de toros de Partido de Resina, la defunción de la tauromaquia en Mallorca hubiera sido inmediata, ajusticiada por empresarios y profesionales, pero no por los aficionados. Pero luego, aquellos que no estuvieron, sientan cátedra desde cuentas de Twitter sobre “lo que me han contado que pasó”.
No quería escribir estas líneas, pero ante las versiones “oficiales” de los profesionales, y las versiones oficiosas de los medios, por parte de quien no estuvo presente, creo que mi visión, objetiva, arrojará luz sobre toda esta oscuridad que se cierne sobre la tarde de Muro.
Lo que pasó, así lo cuento; o al menos, esto fue lo que yo vi.
Gloria a Ventolero, que hizo que mereciera la pena mi viaje en búsqueda de la bravura.
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