Así que, aunque soñemos ya con La Undécima, con Wimbledon a la vuelta de la esquina volvemos a creer que La Tercera también es posible. Y allí se verá las caras con Roger Federer: el mejor tenista de la historia contra el mejor deportista español de todos los tiempos.
Nadal: el Señor de La Décima sueña con La Tercera de Wimbledon
Más allá de la edad (31 años recién cumplidos) o de lo castigado que tenga el cuerpo, que lo tiene y mucho; más allá de que un número elevado de gurús volvieran a enterrarle después de que sus últimos problemas físicos parecieran definitivos o de que durante un tiempo sólo se le preguntara por su retirada, de la dimensión de la conquista por parte de Rafa Nadal de su décimo Roland Garros nos puede ofrecer una idea aproximada cómo se ha producido (sin ceder un sólo set a lo largo de todo el campeonato) y, una vez alcanzada la final, ante quién se ha ganado y de qué modo se ha logrado: Stan Wawrinka no es precisamente un don nadie, no es uno de esos outsiders que tienen dos semanas increíbles y luego desaparecen del panorama tenístico, no es un paracaidista; salvo Wimbledon, el suizo ha ganado el resto de torneos del Grand Slam y venía jugando a un nivel tan increíble en París que a muchos nos daba miedo. A Nadal no.
La idea, no compartida por Rafa, era que de la semifinal entre Wawrinka y Andy Murray, que se pegaron por cierto una paliza de padre y muy señor nuestro, iba a salir el teórico ganador de 2017. Dio tanta lástima ver cómo trató Nadal al bueno de Stan sobre la pista, cómo éste se desanimaba a medida que iba viendo que lo suyo era imposible, cómo destrozaba incluso una raqueta fruto de la impotencia o cómo, después de un buen golpe, trataba en vano de poner en pie con sus gestos al público de la Philippe Chatrier, que incluso los narradores de Eurosport, fruto quizás de una síndrome de Estocolmo exprés, empezaron a sintonizar con el ogro suizo olvidándose de que enfrente tenía a uno de los nuestros. Tal fue la carnicería de la que todos fuimos testigos, con Rafa jugando largo, agitando a su rival y no dejándole pensar, sirviendo con peor intención que nunca, y con Wawrinka espantando moscas, conversando consigo mismo, preguntando al cielo de París qué más se podía hacer.
Este Nadal es un Nadal mejorado. Quiero decir que Rafa era un jugador de carácter, un tenista prodigioso, sí, pero que lo fundamentaba casi todo en su físico, un "rompepiernas". Nadal no ha vuelto, como dicen algunos por ahí, porque nunca se marchó, pero sí es cierto que su carta de presentación en La Décima ha sido la de un tenista evolucionado, que ha aprendido, que se ha superado, que ha abandonado el pasillo de confort que le ofrecía su tenis disciplinado y demoledor, quién sabe si consciente de que, si quiere sobrevivir en el top five, debe volver a aprender. Nadal sirve mejor que antes y con más variedad, y eso le va a ser más útil si cabe sobre pista rápida que en la tierra batida; está más ágil, más fresco, casi liviano. Así que, aunque soñemos ya con La Undécima, con Wimbledon a la vuelta de la esquina volvemos a creer que La Tercera también es posible. Y allí se verá las caras con Roger Federer: el mejor tenista de la historia contra el mejor deportista español de todos los tiempos.
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