--Fotografía de Andrew Moore--
La verdad incontestable es que el de la tierra extrema y dura se ha inventado un toro que no existía y lo ha adaptado a su embrujada muleta de rojo satén. Todo fue armonía, temple, mimo y musicalidad en su toreo exquisito.
La naturalidad se llama Ferrera
Y cual un Nazareno vestido de luces, Ferrera le dijo al cuarto toro de Adolfo: “Levántate y anda”. Y el toro anduvo, muy despacito, muy como a regañadientes, pero anduvo, pese a que nadie daba una perra gorda porque el animal se moviera lo más mínimo ni para pestañear. La naturalidad torera del “extremeño de oro” ha sentado esta tarde cátedra en Las Ventas, que hoy ha sido más del Espíritu Santo que nunca. ¡Qué gran momento torero vive Ferrera!
La verdad incontestable es que el de la tierra extrema y dura se ha inventado un toro que no existía y lo ha adaptado a su embrujada muleta de rojo satén. Todo fue armonía, temple, mimo y musicalidad en su toreo exquisito. Muletazos arrancados a fuerza de convicción interior por parte del torero, en contraste con la renuencia y escasa bravura de ese toro que acabó siendo un juguete en sus manos.
Con acierto a espadas Ferrera habría conseguido una milagrosa oreja. Pero está visto que los arcángeles del toreo no quieren para sus elegidos la dicha completa. O ¡quién sabe! Porque, si después de obra tan bella por inesperada o tan inesperada por bella, que tanto da, el torero le sopla un estoconazo al burel en el hoyo de las agujas, el “motín de Esquilache” hubiera sido una broma comparándolo con la que se podría haber armado en la olla hirviendo en que la gracia, la enjundia, la sabiduría y el relajo del pequeño-gran torero, había convertido la Monumental de la calle de Alcalá.
El francés Jean Baptiste, se ha comportado como el torero técnicamente suficiente y poco agresivo que es, pero ¡cuidado! Su falta de agresividad no tiene nada que ver con la sublime naturalidad enfibrada de Ferrera. Y Escribano lo hizo todo para sacar el mayor partido de su lote, pero era como querer extraer agua de un pozo seco. Pensarán ustedes que Adolfo Martín no ha tenido su tarde, pues harán muy bien en pensarlo… Pero no hemos perdido la tarde, porque si los versos de “la Chata en los toros” se escribieran esta noche, el golfillo de la poesía gritaría en vez de su “¡he visto a la Chata!”, un estentóreo: “¡He visto a Ferrera!”. Y la hermana del monarca, en vez de secretear con su señora de compañía aquello de “no me negarás mi dama que ese Vicente Pastor es el que manda en España… Bueno, después de El Rey”, cambiaría el nombre del seco y escueto torero madrileño por el del torero de Extremadura.
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